Paisaje con nubes

Paisaje con nubes
SOL (Paisaje con nubes)

domingo, 1 de marzo de 2009

FELIZ TRI VALENTIN

Hace algún tiempo leí la curiosa noticia de un príncipe árabe que viajaba por España en compañía de sus cuarenta esposas. Tal y como he dicho, cuarenta. Como los ladrones de Ali Baba. Puesto a tener mujeres para qué conformarse con solo tres o cuatro si los pozos petrolíferos daban para tener cuarenta. Llegaron en todo un desfile de “limousinas” y se alojaron en el hotel mas caro de Marbella. Lo que no aclaraba el escrito es si había reservado varias habitaciones o, simplemente, una “suit” con una enoooooorme cama nupcial, tan grande como una plaza de toros. Resulta divertido imaginar a todo el grupo retozando y retozando como locos, entre sábanas como carpas de circo. Aunque, a decir verdad, a las pobrecitas féminas bien poco que les iba a tocar del festín y, ni que decir tiene, que al morito se lo tendrían que llevar en ambulancia antes de media noche, por mucha provisión de “viagra” que llevara consigo.

También podría ser a la inversa. ¿Acaso no estamos con la cosa esa de la “igualdad”?

Bien podría ser que en lugar de “príncipe” petrolero fuera “princesa”, y su séquito compuesto por cuarenta tíos “cachas” que, conforme la moralidad y buenas costumbres, fuesen convenientemente cubiertos de pies a cabeza salvo una pequeña rendijita a la altura de los ojos a fin de que pudieran caminar sin irse dando contra las farolas. Habría que ver la cara del recepcionista. “¡Una suite con cama matrimonial, a ser posible con vistas al mar! ¡Y vosotros a ver cómo os portáis que esta noche el cuerpo me pide verbena!”.

No se, quizá cuarenta acompañantes me parezca un poco excesivo. Ni treinta, ni veinte, ni una docena, ni media ... Puede que con dos la buena mujer ya tendría su cupo bien cubierto. Como mucho tres. Claro que tres amantes fogosos sería demasiado para todos los días. En todo caso para una festividad especial, muy, muy especial.

Mis divagaciones se perdían ante las gélidas sonrisas de simulada complacencia de mis dos compañeros. Jordi y Lluis. Lluis y Jordí. Sentados frente a frente a ambos lados de la mesa, procurando no mirarse, ignorándose, deseando que al otro le entrara un repentino dolor de estómago que le hiciera ausentarse precipitadamente o, simplemente, que desapareciera volatizado en la nada. Entrambos, muy arregladita, muy maquilladita, muy peinadita para la ocasión, se encontraba la protagonista del evento. O sea yo. Muy divertida , muy dicharachera, muy simpática. En suma, muy encantadora. De cuanto en cuanto hacía una carantoña o daba un beso a uno de ellos mirando de reojo como el otro se tornaba, a veces pálido, otras rojo, y alguna que otra de ambos colores. Resultaba divertido. Un poco sádico pero divertido. Naturalmente para mi.

A mis compañeros de “juerga” tan solo les retenía allí el deseo de no dejar el campo libre al otro. Decir que lo estaban pasando mal era quedarse muy, muy cortos. Por poner un símil era como cuando el jefe se empeñaba en contar chistes que maldita la gracia que tenían y los subordinados, haciendo de tripas corazón, debían festejar jubilosamente. Mas aún. El jefe sabía perfectamente la poca gracia de sus chascarrillos y los contaba aún peor ,a posta, tan solo por disfrutar del sudor frío que caía por las frentes de los oyentes obligados a reir a mandíbula batiente. Ya he dicho que un poco sádico si que era, pero también divertido.

“Puntillitas”, boquerones adobados y fritos, almejas a la marinera, cigalas a la plancha. Por supuesto el pan tostado acompañando a los cuencos con ajoaceite y salsa de tomate preparada con aceite, ajo y algo mas que no se qué es, no puede faltar. ¿Habrá algún invento mejor que el “ajoaceite” o “ali-oli”, como se quiera llamar que para el caso da igual, sobre una rebanada de pan recién tostado que aún está calentito? A mi me encanta. Esto de entrantes, para “picar” e ir “preparando” el estómago, aunque, a decir verdad, mas que “preparado” quedó “lleno”, y el segundo plato, el plato “fuerte” que cada cual pidió el que quiso y que en mi caso fue un hermoso lenguado en salsa con almendras, apenas si pude mediar. Como bebida unas cervezas para comenzar la sesión y seguidamente el vino que, tratándose de una cena a base de pescado, sería blanco. Y, por supuesto, agua, agua y mas agua. Nada de postres. Toda una tentación la tarta de queso con frambuesas y la de yema, pero imposible. Nada de licores. Muy agradecida por los “chupitos” variados con los que el amable camarero se empeñaba en invitar, pero una gotita de alcohol mas que metiera en mi cuerpo y acabaría dormida bajo la mesa. En su lugar, café y otro café. Las bebidas alcohólicas siempre han hecho estragos en mi, y ya me encontraba navegando por el “séptimo cielo”.

San Valentin, tin, tin. Ya en una entrada al “blog” de hace un año dejé constancia de lo poco, poquísimo, que me gustan estos eventos realizados porque si, mas para beneficio de los comerciantes que otra cosa. También los problemas que esta fiestecita me acarrea. No voy a repetirme. Este año para “conjurar” compromisos e historias envié con antelación correos a todos los posibles “invitadores” indicándoles la inutilidad de que me propusieran cita alguna para ese día pues pensaba estar ausente, viajando por rumbos desconocidos. Una mentira como la copa de un pino. Surtió efecto mas bien a medias pues el correo se me llenó de mensajes y el teléfono no paró de sonar para “alegría” de mi familia quienes, siguiendo mis instrucciones, mecánicamente respondían “¡No está!...¡Está de viaje y no regresará hasta dentro de una semana!.. Colgar el teléfono y venir a reprocharme la lata que estaban dando con tanta llamada era todo uno. Lo siento, lo siento, que no soy yo quien haya dado el número de teléfono familiar que tan solo lo he puesto en conocimiento de escasos, escasísimos amigos, pero ya ves, se ha extendido el secreto como una mancha de aceite. La “tragedia” surgió cuando fue en novio de mi hermana quien llamó y ella, precisamente ella, mecánicamente le soltó lo de “¡No está!...¡Está de viaje y no regresará hasta dentro de una semana!”. El otro pobre, que había reconocido su voz, se quedó todo lo “lelo” que es fácil imaginar. Aunque para esto no hacía falta mucho, la verdad. Se arregló el asunto, claro está, una nueva llamada y en paz, pero mi hermana que estaba hasta el moño de coger el teléfono y soltar la “cantinela”, juró y perjuró tomarse las mas crueles venganzas contra mi que, pobrecita e inocente, no tenía la menor culpa.

Por lo visto había prometido a Lluis celebrar con él San Valentín. Ni idea. No se en qué contexto arrancaría de mi tal “promesa” para acompañarle en un evento que, como ya he dicho, me horroriza. Pues vale qué se le va hacer que no es cosa de entrar en una interminable discusión. Por lo visto había prometido lo mismo a Jordi no se cuándo ni por qué. ¡Pues qué bien! Ya iban dos. Lluis me lo fue recordando en repetidos correos que cada dos por tres recibía conforme se aproximaba el día 14. Pues vale, vale, vale. En cuanto a Jordi tan solo recibí un correo cuando ya no había posibilidad de que pudiera responderle contradiciéndole pues no iba a estar en casa hasta la hora de coger el tren para venir a mi lado y estar los dos juntitos, juntitos. Agregaba que inútil llamarle al “movil” pues lo tenía estropeado y que ya me llamaría desde el hotel en cuanto llegara. Maravilloso. No era posible la “vuelta atrás”. Dice mucho en su favor lo bien que me conoce.

¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? La primera idea que se me pasó por la cabeza fue la de cenar prontito, prontito, y rapidito, rapidito, rapidito, con uno de ellos y acto seguido hacer lo propio con el otro. La rechacé al instante. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Pues mira, a grandes males, grandes remedios que se dice. Me encargué de ser yo misma de reservar mesa en un restaurante y, llegado el momento, me negué en redondo que ninguno viniera a buscarme a casa. “¡No insistas mas, a las diez en punto allí y sanseacabó!” Como ambos están acostumbrados a alguna que otra “rareza” mía, no me costó demasiado trabajo convencerles.

Al llegar al restaurante, tuve ocasión de contemplar una escena típica de una película de los Hermanos Marx. Mis dos “pretendientes” atosigaban al “maitre”. Si, si, había una mesa reservada a nombre de “Sol”, pero solo una y no dos como pretendían. Además la mesa no era para dos comensales, sino para tres. Los pobres se ofuscaban en que todo era un error y que tenía que haber dos mesas para dos “Sol” distintas. Di un beso a uno, luego al otro y noté como el Firmamento entero caía sobre sus cabezas. Hasta el momento tan solo habían oído hablar uno del otro y se odiaban profundamente, pues eso, de “oídas”. Ahora tenían ocasión de conocerse y pasar su antipatía al mundo real. Seguí al “maitre” hasta nuestra mesa. Una mesa para “tres” comensales. Detrás de mi, dudando si eran fruto de una cruel pesadilla, me seguían dos figuras de hielo. Se avecinaba una velada muy “particular”, desde luego “distinta” a lo que ambos habían imaginado. Una velada, cuanto menos, “curiosa” y hasta es posible que fuera “divertida”. Al menos para mi.

En fin, no queda mucho mas que contar. Una celebración del santo de los enamorados un tanto particular, y eso es todo. Por indicación mía la cena la pagó Jordi que es quien tiene la economía mas desahogada. La abonó sin rechistar aunque maldita la gracia que le hizo invitar al “otro”. En cuanto a Lluis se sintió profundamente humillado por la invitación pero con una economía en una situación crónica de bancarrota no le quedó otra opción que dar las gracias poniéndose colorado como una guinda. Copichuelas en un “pub”. Continuación del “velatorio” precedente. En las escasas ocasiones en las que me quedaba a solas con alguno, aprovechaba para proponerme dar el “esquinazo” al “otro” y continuar en pareja la fiesta. Aunque mas bien debería decir “empezar” la fiesta. No, gracias, otro día será. Como dice la Biblia, hay un tiempo para cada cosa y la de ese día ha sido así.

Fin de la función. Taxi y a casa. Hacía ni se sabe que no regresaba tan temprano. Tanto que ni siquiera lo había hecho mi hermana y mis padres aún no se habían acostado. En un jarrón del salón un enorme ramo de rosas blancas y rosas con una tarjeta que, por toda inscripción, llevaba garabateada la pregunta “¿Cuándo?”. Pero esa es otra historia.

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