Paisaje con nubes

Paisaje con nubes
SOL (Paisaje con nubes)

sábado, 2 de febrero de 2008

INSPIRACIÓN ARTÍSTICA Y CAFÉ CON LECHE:






Sol (bailarina florida)



Entrar en la casa que tenemos alquilada como Estudio es como hacerlo en la de los “soplidos”. Está tan decrépita y tiene tantas grietas, rendijas, ventanas que no ajustan y, en general, un conjunto de elementos constructivos que parecen caerse solo de mirarlos que hasta cuando hay una calma chicha, existen en ella corrientes de aire. En Verano hasta es de agradecer esta particularidad pues te refresca un poquillo, pero en Invierno la cosa cambia que es un gusto pues no parece sino que unos cuchillos de hielo te estén esperando a que pongas un pié dentro para clavarse en tu cuerpo. Tenemos dos estufas eléctricas, que mas bien son una y media ya que la segunda calienta tan poquito, tan poquito que casi se puede decir que solo sirve para adornar. No es pues de extrañar que, así como cuando hace buen tiempo aquel lugar bulle de animación, cuando las temperaturas descienden peligrosamente hasta convertirlo en una especie de sucursal de Siberia y haya que pensárselo dos, tres y hasta cinco veces antes de decidirse a meter las narices en una nevera, la casa simula a la de los “espíritus”, pues raro es que cualquier ser humano aparezca por allí. Las visitas que hacemos cualquiera de nosotros en estas circunstancias, son, por consiguiente, ocasionales y el tiempo justito antes de que se terminen de agarrotar los dedos y convertirse los pies en dos helados de vainilla.

El truco consiste en, entrar en la casa, correr escaleras arriba hasta el salón, enchufar las estufas a toda celeridad y desaparecer, como si te persiguiera el Diablo, al bar cercano donde se puede tomar un café calentito mientras se espera, con toda la calma, paciencia y optimismo del Mundo, que el ambiente se haya caldeado mínimamente a nuestro regreso. No es que se consiga gran cosa, la verdad. Si permaneces pegadita a la estufa que mas calienta, aún aún, pero en el momento que te separas de ella sin darte cuenta te vas quedando tiesa, hasta que tiritando de frío vuelves a acudir al cálido refugio del Bar donde, ni que decir tiene, somos viejos conocidos, o mas bien debería decir que entramos en la categoría de clientes habituales de esos que dan un cierto sabor a estos locales. Están los que acuden con puntualidad germánica a una hora determinada a tomar su café, los que se dejan caer por allí, de 9,30 a 10 de la mañana, para la cosa del almuerzo, el que va para hablar aunque nadie le haga caso, el borrachín que apura su vaso y hasta el tercer intento no acierta con la puerta de salida y nosotros somos... ¿Los “chiflados”, quizá? Si no tanto, si los que dan una nota de originalidad al local.


Recién finalizadas las pasadas vacaciones navideñas me acerqué una tarde por el Estudio, mas por la cosa de dar una vuelta por allá que hacía tiempo que no iba que otra cosa. Lo que se dice asomar las narices, echar un vistazo y marchar que la temperatura reinante y el airecillo frío que parecía que te iba a llevar volando no se prestaba a mayor dilación. Al aproximarme a la casa las luces encendidas me hicieron comprender que alguno de mis compañeros había tenido la misma idea que yo, lo que no me podía imaginar era la sorpresa que me esperaba en el interior.

El “maremagnum” de muebles, caballetes, pintura y utensilios varios que reinaba habitualmente en el salon, había sido vaciado, en lo posible, de éste al pasillo y las otras estancias a fin de dejar una amplia superficie libre para asentar un gran lienzo sobre el que bailoteaba Vicent con un bote de pintura en cada mano cuyos contenidos iba vertiendo descuidadamente como con espasmos. Se paraba a observar el resultado, extendía la pintura con sus pies desnudos o con la ayuda de la escoba (uno de los poquísimos utensilios de limpieza que poseíamos), volvía a contemplar la obra, intercambiaba los botes por otros de los que se alineaban alrededor del lienzo para hacer con ellos la misma operación, echaba puñados de arena de playa, de nuevo la contemplación y la extensión del vertido con los pies o la escoba. Cada poco corría estremeciéndose de frío junto a la estufa, para, casi al instante, volver a reanudar la faena. Ofrecía una vista de lo mas peculiar. Sobre sus hombros, a guisa de capa, una bata que en su origen debió de ser blanca y que en el momento presentaba una mezcla de colores sobre un fondo sucio. La utilizaba, parte, para abrigarse, parte para limpiar en ella sus manos, pies o lo que fuera menester y cada dos por tres resbalaba por sus hombros hasta el suelo, para mezclarse con el mejunje existente ante su total indiferencia. Cuando esto ocurría dejaba bien visible que salvo su ropa interior, calzoncillos y camiseta, no cubría su cuerpo ninguna otra prenda de abrigo, a no ser que se contaran los churretones de pintura que tenía desde la cabeza hasta los pies y que algo abrigarían, digo yo. De ahí los espasmos con que vertía la pintura.
Todo tenía explicación en un “golpe de inspiración” repentina en el que no cabía tiempo que perder en ir en busca de prendas viejas con que cubrirse sin miedo que se estropearan con la pintura.

Tal era su abstracción que hasta pasados unos largos minutos no se percató de mi presencia. Cuando se acercó hacia mi, esa especie de muestrario de pintura andante, señalando con un gesto de orgullo su obra e inquiriendo mi parecer, le felicité efusivamente diciéndole que nunca hubiera podido imaginar que aquel lugar que habitualmente parecía un basurero lograra transformarlo él solito en una verdadera pocilga.
También insinué que el pingajo que tan pronto cubría sus hombros como utilizaba para fines varios me recordaba vagamente a una bata de mi pertenencia que aunque sucia y bastante estropeada hacía mi avío.
Navegando, como estaba, en la nube divina de la inspiración pasó por alto mis sarcasmos para dedicarme un verdadero torrente de ideas sobre su nueva tendencia pictórica.

Vicente, había “redescubierto” últimamente las excelencias del Expresionismo Abstracto. Si antaño estas tendencias las había pasado por alto, al tenerlas nuevamente ante si quedó alucinado por ellas absorbiéndole de tal modo que toda su obra anterior la consideraba simplemente como basura. Alabó, como si una oración se tratase, las excelencias de Kooning, Gorky, Basquiet. Especialmente a Pollock con su obra a base de corretear y danzar alrededor y dentro del lienzo derramando al tiempo sobre él gotas y chorros de pintura, en lo que se conoce como “Dripping”

Todo eso estaba pero que muy bien, pero le hice ver que los pintores mencionados disponían para su uso exclusivo de grandes estudios en los que poder desarrollar a sus anchas todas sus fantasías pictóricas sin dar la lata a nadie y no como en nuestro caso que el espacio es tan escaso que desarrollar una obra como la presente implicaba que los demás nos veíamos abocados a no desarrollar ninguna, so pena que plantáramos nuestros caballetes en mitad de la calle. Lo comprendió, naturalmente, asegurándome que este era un hecho episódico ya que para sus siguientes composiciones tenía pensado hacer uso de la azotea, lo cual si que me dejó boquiabierta pues con el frío reinante correteando por la azotea de aquélla guisa constituiría algo digno de no perderse.
- “ Pues ya me dirás cuándo lo harás en la azotea para cobrar entrada a los vecinos por el espectáculo “.

A duras penas logré que se vistiera y llevarle tiritando hasta el Bar, refugio de nuestros fríos y como el calentador de la ducha hacía meses que estaba estropeado y solo de pensarlo la alternativa de ducharse con agua fría le hizo gemir de angustia, tuvo que ir tal cual., esto es, con pelo y cara tintado de mil colores semejando a un piel roja “hippie” con sus pinturas de guerra.

Su entrada en el local ni que decir tiene que causó una gran expectación entre los asistentes, todos del sexo masculino. Cesaron las conversaciones y todas las miradas siguieron como hipnotizadas a la extraña pareja que hacía su aparición. Siempre hemos solido despertar una cierta curiosidad, la verdad, pero en este caso el mechón tiznado de naranja, los churretones, azules y amarillos, que caían desde su frente hasta la mejilla derecha tapando parcialmente su ojo, la mancha verde de la nariz y la rojiza de su barbilla, y esas manos donde parecían haberse refugiado todos los colores de Arco Iris, le daban un aspecto de asistente fiesta de “Halloween” o de fugado de un psiquiátrico. Despertamos la lógica curiosidad, como ya he dicho, las miradas nos acompañaron, las orejas se amontonaron sobre la mesa que ocupamos y los ocho o diez parroquianos junto con el camarero permanecieron inmóviles anhelantes y Vicente no les defraudó.

Tras dos cafés con leche empezó a reaccionar. Su rostro, pálido como la cera, fue adquiriendo un tono rosáceo hasta tornarse en rojizo, como una manzana madura.
- “Creo que tengo fiebre”
- “Otra cosa me extrañaría. Deberías ir a tu casa y acostarte”
Pero puesto ya el pié en el acelerador artístico no estaba para consejos sobre algo tan prosaico como la salud. Bien a causa de su “fiebre artística”, bien por la propia del resfriado, posiblemente por ambas a la vez, volvió a disertar con el mayor énfasis sobre las excelencias de su nueva tendencia pictórica. No se dirigía particularmente ni a mi ni a los presentes, sino a un público imaginario y su tono era lo suficientemente elevado como para hacerse escuchar en un local cuatro mas veces mas grande. Los oyentes escucharon nombres que no habían oído en su vida e ideas que, a juzgar por los guiños de complicidad, les parecían, cuando menos, estrafalarias. En un momento dado pidió mi parecer sobre la conveniencia de utilizar algún animal con las patas tintadas moviéndose libremente por el lienzo. Esto provocó alguna risita rápidamente acallada para no perderse sus palabras.
- “ Un gato o un perro... quizá una cabra ....” – Me eché a temblar.
- “ A la vista de lo que he visto creo que lo mas apropiado sería un cerdo”

Vicent es un gran pintor. La vida para él tiene dos únicas finalidades, el sexo y la pintura. Así de sencillo y por este orden. Aunque, en lo posible, no tienen por qué ir por separado. Como sus requerimientos hacia el sexo opuesto suelen fracasar estrepitosamente se queda únicamente en pintor, resignándo los placeres eróticos a los límites estrictos de su imaginación que, dicho sea de paso, es muy extensa. No fue de extrañar que de los animalitos correteando con sus patitas tintadas, y puesto que la filosofía de su obra residía en expresar los sentimientos mas íntimos y ocultos del artista, acabara exponiendo una feliz idea que hizo estremecer de emoción a los oyentes.
- “.... Un gran lienzo blanco y sobre él hacer el amor con una mujer ... los dos con todo el cuerpo untado de pinturas de diversos colores, bien espesas, como si fueran alquitrán... revolcándonos sobre el lienzo y de cuando en cuando echando sobre nuestros cuerpos mas pintura ... podrían incorporarse otros elementos como arena, talco, serrín ... naturalmente algún tipo de cola ... a cada movimiento se irían marcando nuestras sensaciones, nuestro “yo” mas íntimo...”
Los oyentes asemejaban una colección de rodajas de sandía con esas sonrisas que les llegaban de una a otra oreja. Alguna que otra exclamación de apoyo animándole a continuar y todos los ojos cargados de picardía puestos en mi.
- “¡Estoy segura que con una idea tan romántica, tan romántica, como la que estás describiendo no te van a faltar candidatas!”

El camarero nos obsequió con dos “chupitos”, uno de aguardiente para mi compañero y otro de licor de manzana o algo así que puso ante mi. Vicent bebió ambos de un trago, se atragantó, tosió y siguió con una disertación que a mi me resultaba tan interminable como interesante al resto. Algún que otro empezó a participar esporádicamente en la conversación aportando ideas siempre sin salirse de lo de “hacer el amor” y el “revolcón”. Reían y me escrutaban de arriba abajo como si me quisieran desnudar.
- “ A la obra la titularía El “Polvo” Cósmico”
Todo el mundo aulló de emoción.

A trancas y barrancas logré arrancarle de su asiento. Nos despidieron efusivamente como a héroes. A Vicent poco faltó para que le ovacionasen. En cuanto a mi, recibí una lluvia de sonrisas cómplices que venían a significar algo así como que ya contaríamos qué tal nos había ido con el asunto de los cuerpos embadurnados, los “revolcones” y demás, ya que todos daban por sentado que íbamos a poner en práctica sus ideas sin mas dilación.

Le acompañé hasta su casa, en parte para asegurarme que ese era su destino y no el de nuestro Estudio, y en parte porque andaba como si estuviera borracho, aunque. Eso si, iba feliz.
- “ De modo que “El “Polvo” Cósmico” ¿Eh? Pues a lo que llevas encima bien lo podrás titular “La Gripe Atómica”
Y no me equivoqué en lo mas mínimo.

En fin, cuando termino de escribir esta pequeña anécdota ya es historia. El Estudio ha vuelto a tener su orden (o quizá debería decir, desorden) habitual. Aprovechamos el revuelo que había organizado nuestro compañero para hacer un poco de limpieza y hacer algo de orden. Antes, naturalmente, finalizó su cuadro que en principio tituló “mujer ardiente dentro del caos”, aunque no creo que sea su título definitivo. De momento lo tiene guardado en la parte baja de la casita y se ha resignado a acometer obras de tamaño mas reducido en tanto no llegue el buen tiempo que le permita utilizar el terrado. El camarero del bar me recibe con una sonrisa como una luna creciente y unos ojitos cargados de picardía. Qué se le va hacer. Por lo demás, todo sigue como siempre.

3 comentarios:

Alex [Solharis] dijo...

Qué amigos tan interesantes tienes. Desde luego nunca puedes aburrirte así. Por cierto, tienes que hablarnos de tus propias excentricidades a la hora de pintar.
El cuadro me recuerda a una vidriera por el efecto de los colores.

solselenia dijo...

Tengo pensado comentar un cuadro mio bastante particular (o al menos así me lo parece), pero lo dejaré para mas adelante. Por cierto creo que hace tiempo te envié el borrador de este cuadro.
Un beso

Alex [Solharis] dijo...

Gracias por responderme. No me había dado cuenta de que has respondido a mis posts. Fui un poco duro contigo. Lo siento muchísimo. :(