Cuando mi hermana se “echó” novio no supe que con ello me estaba tocando el premio gordo de la lotería. El único ordenador existente en la casa, el “ordenador familiar”, lo tenía prácticamente secuestrado mi hermana que era, quien por estudiar una carrera técnica, la que mas lo necesitaba. En lo que a mi respecta el mundo de la Informática me deja fría e indiferente, y las pocas incursiones que hice al aparato y con una hermana al lado fiscalizando las teclas que apretaba o dejaba de apretar, lo mal que se me daba, el tiempo que empleaba y el miedo que por mi torpeza se pusiera a echar humo el artilugio y se le perdieran vete tu a saber que importantes misterios que tenía guardados, me quitaron las poquitas ganas que pudiera tener. Pero todo cambió con la conexión a la red. De golpe y porrazo descubrí las múltiples posibilidades que se me ofrecían. Ya no era el frío instrumento destinado a actividades serias y concienzudas, sino una ventada abierta a un Mundo con múltiples posibilidades a explorar. Me apasioné con el descubrimiento y emprendí una lucha reivindicando mis derechos a utilizar “algo” que si en la teoría era de “todos” en la práctica tenía “dueña” y “señora”. Fue una lucha agotadora en la que sabía de antemano que llevaba la peor parte. De entrada, el ordenador se encontraba en una salita eufemísticamente bautizada por la familia como “salita del ordenador”, cuando en la realidad debería haber sido llamada “salita de Olga” pues era como una colonia de su habitación. Al sentarme ante la pantalla ya sabía que al segundo siguiente aparecería la cabeza de mi hermana,
- “¡Oye! Espero que no tardes mucho ¿Verdad?”
- “¡No me muevas nada de su sitio! ¿Eh?... Por cierto, no estarás mucho rato ¿Verdad?”
- “¡Déjame el ordenador que tengo mucho trabajo para hacer!”
Naturalmente que protesté intentando hacer valer mis derechos, pero como ya dije anteriormente era una “batalla perdida”. Ella siempre podía acogerse a ser una herramienta necesaria para sus estudios, en tanto que yo sólo lo quería para “tonterías”. La cruda realidad es que ella permanecía recluida en su cuarto siempre y cuando no oyese que alguien (es decir, yo) tuviera la osadía de intentar utilizar el ordenador que entonces saltaba como si la pincharan con una aguja en el trasero y se “acordaba” de que precisamente en “ese momento” le era de “vital importancia” usarlo.
Empezar a salir con Jose Luis y acabar con el agobio al que me tenía sometida fue todo uno. La fracesita de “¡Voy a estudiar a casa de Jose Luis!” se fue haciendo cada vez mas familiar, y cada vez eran mas las horas que permanecía fuera de casa, para mi contento, hasta que llegó un momento que prácticamente solo la veíamos a las horas de las comidas y eso si no llamaba anunciando que se quedaría a comer en aquella otra casa que tanto la inspiraba. Una felicidad. Mis padres, por su parte, estaban ausentes casi todo el día, así que por una gracia divina me encontré sola en nuestra casa, campando a mis respectos y haciendo lo que me diera la gana. ¿Alguien puede dudar que el Paraíso no existe en este Mundo? Ya tenía el ordenador para mi solita y podía conectarme a Internet cuándo y el tiempo que quisiera sin ser importunada. Cierto es que cuando menos lo esperaba Olga la “fiscalizadora” decidía quedarse en casa o regresar antes de lo que yo hubiera deseado y con ello se me trastocaban los planes, pero en comparación a lo pasado casi resultaba un contratiempo anecdótico.
Cuando él iba a buscarla, esperaba en la calle frente al portal, cayese un sol que derretía hasta el pavimento o una lluvia como chuzos de punta. Pasado algún tiempo nos reunió a toda la familia con aire enigmático, y solemnemente nos anunció que al domingo siguiente subiría a buscarla hasta el piso. Nos encogimos de hombros. Nos había parecido una soberana memez que no lo hubiera hecho ya, pero a todos nosotros nos traía mas que al fresco que la espera la hiciera en la acera o subido a una farola, si ese era su deseo.
Pero el asunto iba un poco mas allá. No significaban sus palabras que el buen mozo decidiera subir unas cuantas escaleras o coger el ascensor hasta el quinto piso, indicaba con su anuncio que para tan fausto acontecimiento nuestra vivienda y sus moradores deberían estar en perfecto “orden de revista”, cuidando hasta el mas mínimo detalle. Pausadamente abrió su bolso de mano, sacó el billetero y de su interior una foto del interfecto que, tras mirarla con dulzura, fue pasando de mano en mano. Cuando me llegó a mi me encontré ante un lechuguino con gafitas, con una sombra rara en el mentón que sonreía estúpidamente.
- “¿Es este tu novio?¡Que gracia! Tiene una mosca en la barbilla.
- “¡Es la perilla, imbecil!
Pues si, mi futuro cuñado tenía en el mentón una tenue perilla que asemejaba a un reguero de hormiguitas. Resultaba ridículo, aunque mas bien debería decir que ridículo era todo él y que aunque se afeitara poco mejoraría en su aspecto.
- “¿Lo has encontrado en un concurso de feos?
Y aquí se rompieron las hostilidades y con ello se dio fin a la reunión. Enmarcaría la foto en cuestión y la colocaría en su mesita de noche, lo cual no deja de tener su valor habida cuentas que ya bastante traumático resulta el brusco despertar que origina el despertador, como para que, a mayores, lo primero que veas sea la fotografía de un lechuguino “perilludo”.
Los domingos, mis padres, conservan minuciosamente una tradición que es como una especie de “Ritual Sagrado”. Misa a las 11, reunión con los amigos para jugar al “golf”, comida con los amigos, charla con los amigos y bien caída la tarde reaparecen por casa, y eso si es que no van al cine. Lo vienen haciendo desde que nosotras fuimos lo suficiente mayorcitas, y solo lo alteran en el verano que cada uno de sus amigos marcha por su lado y ellos mismos pasan el mes de Agosto y parte del de Julio en el apartamento junto a la playa. Cada cual tiene sus costumbres y manías y todos procuramos no interferir en las nuestras. Mi padre se negó tajantemente a romper sus hábitos y mi madre, aunque hubo un instante de duda para evitar los melodramas de mi hermana, acabó por apoyarle.
- “Mira hija, ya sabes que los domingos nos esperan los amigos y es un mal día para nosotros. ¿Qué importancia puede tener que no estemos? Ya habrá tiempo de conocerle cualquier otro día. Además estará tu hermana como representación familiar”.
- “¡Mi hermana!¡Pues si!¡Casi preferiría que no estuviera!”
Las recomendaciones que vertió mi hermana sobre mi, alternadas con amenazas de las “penas del Infierno” que caerían sobre mi cabeza al mínimo fallo, hubiesen hecho estremecer a cualquier persona con menos capacidad para escuchar y no oír de la mía. La respondía sumisamente con una letanía de “si...si...si” a todo, y aunque las advertencias las olvidaba a la misma velocidad que me llegaban, lo cierto es que mi intención era la de colaborar lo mejor posible a sus exigencias por absurdas que me pareciesen.
- “¡Y no te rías cuando le veas!”
- “¿Reírme?¿Y por qué habría de hacerlo? Además él ya tiene que estar acostumbrado a que la gente se ría cuando le ve.
Entre las cualidades de mi hermana no figura precisamente el sentido del humor, y si el tema alude, aunque sea de refilón, a su novio la histeria que puede llegar a límites realmente alucinantes.
- “Espero que sepas comportarte. Por una vez en tu vida espero que actúes como una “persona decente” y no como una “loca de atar”. José Luis no es uno de “esos” amigos que tienes, es una persona educada, fina y sensible que nada tiene que ver con el ambiente de “cutrerío” al que estás acostumbrada. Espero que hagas un esfuerzo y te comportes “como tiene que ser”. Espero ....”
Me apresuré a tranquilizarla, pues cuando mi hermana pone la “directa” es de temer que no hay quien la pare. Ni siquiera quise preguntarla por qué hablaba tan olímpicamente de mis amigos y del ambiente de “cutrerío” en el que me desenvuelvo cuando no conoce lo mas mínimo de lo que hago o dejo de hacer con mi vida.
- “Estate tranquila que estaré tan modosita como una niña recién salida de un internado de monjas.
Mis intenciones eran inmejorables pero lo cierto es que llegado el día me olvidé por completo del “feliz acontecimiento”. Por supuesto, mi hermana, no quiso ni intentar creerlo. Me achacó que había actuado con premeditación y alevosía para dejarla en mal lugar, lo cual no fue en absoluto cierto. Simplemente se me borró de mi mente todo lo concerniente al asunto y si sonó el timbre de la puerta con el ruido de la ducha no me enteré. Además la noche anterior había sido bastante movidita con una juerga con los amigos que se prolongó hasta el amanecer y en aquellos momentos asemejaba mas a un fantasma que se deslizaba sujetándose por las paredes para no caer al suelo que a un ser humano.
Tras lavarme el pelo y darme una buena ducha, salí del cuarto de baño asemejando a la momia de Tutankamon. Una toalla enrollando mis cabellos y frente, cayendo descuidadamente sobre la ceja izquierda y algo mas debajo por la derecha, dejaba escapar continuamente gotitas de agua que tras deslizarse y bañar por unos instantes ambos ojos, resbalaban por mis mejillas como si estuviera llorando como una Magdalena. No veía gran cosa, ni tampoco era esa mi pretensión, aún estaba en ese estado en el que no se sabe muy bien dónde se encuentra una. Otra toalla cubría mi cuerpo. Era tan enorme que la llevaba sobre mis hombros a guisa de capa, sujetándola con mis manos cruzada por la parte delantera, y arrastrando su extremo por el suelo como el vestido de una novia. Penosamente me encaminé a la terraza, a la que se accede por una puerta del salón, en la que intuía que encontraría ropa interior mía colgada y seca en el tendedero junto a otras prendas de la última lavadora. Al pasar frente a la cocina un aroma de café recién hecho me hizo pensar lo bien que me vendría una tacita.
Al entrar en el salón tuve una tenue sensación de la existencia de “algo” distinto a lo habitual, pero como en mi estado no era cosa de entrar en mayores averiguaciones continué el penoso peregrinaje centrando toda mi atención en no tropezar con ningún mueble. Un ligero contratiempo lo tuve a la hora de abrir la puerta de la terraza. Al dejar libre mi mano derecha para asir la manecilla, la toalla que me cubría resbaló alegremente por todo mi costado quedando quedando colgada sobre mi hombro izquierdo. Abierta la puerta y tras algunos intentos fallidos, logré colocármela de nuevo a guisa de toga, como los senadores romanos, es decir, pasándola por debajo de mi sobaco derecho, dejando la parte izquierda, como estaba, por encima del hombro, y sujetando con la mano oculta ambos extremos. Durante el trajín que llevó esta operación intuí algo así como el ruido de una puerta que se abría y cerraba y el de unos pasos de alguien que entraba y se detenía de golpe. Todo era muy confuso y tampoco dediqué mayor atención.
Ya al regreso de mi excursión al tendedero, llevando en mi mano como una bandera unas braguitas y un sujetador, vislumbré una figura semejante a un “spaguetti” trajeado, con gafitas, ojos como platos y un reguerito de hormiguitas en la barbilla que me miraba inmóvil como si le hubiera dado un pasmo. Empezó a hacérseme la luz. Una luz pequeñita, pequeñita, por cierto. De nuevo el aroma del café. Una figura de hielo sostenía dos tazas humeantes. La luz se fue haciendo un poco mayor.
- “ Wuefgosdiasmagfgefrodefocoferte ¿Quiegfressufjetarmesto?
(La traducción sería “Buenos días, me alegro de conocerte ¿Quieres sujetarme esto?”)
Dejando al asombrado personajillo con mi ropa interior en su mano, me precipité hacia una de las tazas de café. Conforme ingería el humeante líquido las nieblas se iban despejando a mi alrededor. Me sentía bien. Alcé la mirada para agradecer con una sonrisa la delicadeza y encontré que la figura de hielo tenía una mirada de fuego. Una mirada bastante cruel, por cierto. Aún dudé unos instantes si debería decir algo, no se, una explicación, quizás un chascarrillo para tomárnoslo todo a broma y reírnos un poco, o simplemente decir en tono desenfadado “¡mira que gracioso está tu novio con mis braguitas y sujetador en la mano!”. La razón me hizo desechar todas estas ideas y optar por retirarme precipitadamente, aunque tuve que entrar al minuto siguiente para recuperar mi ropa interior que sostenía de la mano la hierática figura terminada en ojos como platos apenas ocultos por sus gafitas, con un reguerito de hormiguitas en el mentón. Mi hermana, como una figura de cera, sostenía entre sus manos una bandejita con un azucarero y dos tazas de café, una humeante y la otra vacía.
- “¡Oye! Espero que no tardes mucho ¿Verdad?”
- “¡No me muevas nada de su sitio! ¿Eh?... Por cierto, no estarás mucho rato ¿Verdad?”
- “¡Déjame el ordenador que tengo mucho trabajo para hacer!”
Naturalmente que protesté intentando hacer valer mis derechos, pero como ya dije anteriormente era una “batalla perdida”. Ella siempre podía acogerse a ser una herramienta necesaria para sus estudios, en tanto que yo sólo lo quería para “tonterías”. La cruda realidad es que ella permanecía recluida en su cuarto siempre y cuando no oyese que alguien (es decir, yo) tuviera la osadía de intentar utilizar el ordenador que entonces saltaba como si la pincharan con una aguja en el trasero y se “acordaba” de que precisamente en “ese momento” le era de “vital importancia” usarlo.
Empezar a salir con Jose Luis y acabar con el agobio al que me tenía sometida fue todo uno. La fracesita de “¡Voy a estudiar a casa de Jose Luis!” se fue haciendo cada vez mas familiar, y cada vez eran mas las horas que permanecía fuera de casa, para mi contento, hasta que llegó un momento que prácticamente solo la veíamos a las horas de las comidas y eso si no llamaba anunciando que se quedaría a comer en aquella otra casa que tanto la inspiraba. Una felicidad. Mis padres, por su parte, estaban ausentes casi todo el día, así que por una gracia divina me encontré sola en nuestra casa, campando a mis respectos y haciendo lo que me diera la gana. ¿Alguien puede dudar que el Paraíso no existe en este Mundo? Ya tenía el ordenador para mi solita y podía conectarme a Internet cuándo y el tiempo que quisiera sin ser importunada. Cierto es que cuando menos lo esperaba Olga la “fiscalizadora” decidía quedarse en casa o regresar antes de lo que yo hubiera deseado y con ello se me trastocaban los planes, pero en comparación a lo pasado casi resultaba un contratiempo anecdótico.
Cuando él iba a buscarla, esperaba en la calle frente al portal, cayese un sol que derretía hasta el pavimento o una lluvia como chuzos de punta. Pasado algún tiempo nos reunió a toda la familia con aire enigmático, y solemnemente nos anunció que al domingo siguiente subiría a buscarla hasta el piso. Nos encogimos de hombros. Nos había parecido una soberana memez que no lo hubiera hecho ya, pero a todos nosotros nos traía mas que al fresco que la espera la hiciera en la acera o subido a una farola, si ese era su deseo.
Pero el asunto iba un poco mas allá. No significaban sus palabras que el buen mozo decidiera subir unas cuantas escaleras o coger el ascensor hasta el quinto piso, indicaba con su anuncio que para tan fausto acontecimiento nuestra vivienda y sus moradores deberían estar en perfecto “orden de revista”, cuidando hasta el mas mínimo detalle. Pausadamente abrió su bolso de mano, sacó el billetero y de su interior una foto del interfecto que, tras mirarla con dulzura, fue pasando de mano en mano. Cuando me llegó a mi me encontré ante un lechuguino con gafitas, con una sombra rara en el mentón que sonreía estúpidamente.
- “¿Es este tu novio?¡Que gracia! Tiene una mosca en la barbilla.
- “¡Es la perilla, imbecil!
Pues si, mi futuro cuñado tenía en el mentón una tenue perilla que asemejaba a un reguero de hormiguitas. Resultaba ridículo, aunque mas bien debería decir que ridículo era todo él y que aunque se afeitara poco mejoraría en su aspecto.
- “¿Lo has encontrado en un concurso de feos?
Y aquí se rompieron las hostilidades y con ello se dio fin a la reunión. Enmarcaría la foto en cuestión y la colocaría en su mesita de noche, lo cual no deja de tener su valor habida cuentas que ya bastante traumático resulta el brusco despertar que origina el despertador, como para que, a mayores, lo primero que veas sea la fotografía de un lechuguino “perilludo”.
Los domingos, mis padres, conservan minuciosamente una tradición que es como una especie de “Ritual Sagrado”. Misa a las 11, reunión con los amigos para jugar al “golf”, comida con los amigos, charla con los amigos y bien caída la tarde reaparecen por casa, y eso si es que no van al cine. Lo vienen haciendo desde que nosotras fuimos lo suficiente mayorcitas, y solo lo alteran en el verano que cada uno de sus amigos marcha por su lado y ellos mismos pasan el mes de Agosto y parte del de Julio en el apartamento junto a la playa. Cada cual tiene sus costumbres y manías y todos procuramos no interferir en las nuestras. Mi padre se negó tajantemente a romper sus hábitos y mi madre, aunque hubo un instante de duda para evitar los melodramas de mi hermana, acabó por apoyarle.
- “Mira hija, ya sabes que los domingos nos esperan los amigos y es un mal día para nosotros. ¿Qué importancia puede tener que no estemos? Ya habrá tiempo de conocerle cualquier otro día. Además estará tu hermana como representación familiar”.
- “¡Mi hermana!¡Pues si!¡Casi preferiría que no estuviera!”
Las recomendaciones que vertió mi hermana sobre mi, alternadas con amenazas de las “penas del Infierno” que caerían sobre mi cabeza al mínimo fallo, hubiesen hecho estremecer a cualquier persona con menos capacidad para escuchar y no oír de la mía. La respondía sumisamente con una letanía de “si...si...si” a todo, y aunque las advertencias las olvidaba a la misma velocidad que me llegaban, lo cierto es que mi intención era la de colaborar lo mejor posible a sus exigencias por absurdas que me pareciesen.
- “¡Y no te rías cuando le veas!”
- “¿Reírme?¿Y por qué habría de hacerlo? Además él ya tiene que estar acostumbrado a que la gente se ría cuando le ve.
Entre las cualidades de mi hermana no figura precisamente el sentido del humor, y si el tema alude, aunque sea de refilón, a su novio la histeria que puede llegar a límites realmente alucinantes.
- “Espero que sepas comportarte. Por una vez en tu vida espero que actúes como una “persona decente” y no como una “loca de atar”. José Luis no es uno de “esos” amigos que tienes, es una persona educada, fina y sensible que nada tiene que ver con el ambiente de “cutrerío” al que estás acostumbrada. Espero que hagas un esfuerzo y te comportes “como tiene que ser”. Espero ....”
Me apresuré a tranquilizarla, pues cuando mi hermana pone la “directa” es de temer que no hay quien la pare. Ni siquiera quise preguntarla por qué hablaba tan olímpicamente de mis amigos y del ambiente de “cutrerío” en el que me desenvuelvo cuando no conoce lo mas mínimo de lo que hago o dejo de hacer con mi vida.
- “Estate tranquila que estaré tan modosita como una niña recién salida de un internado de monjas.
Mis intenciones eran inmejorables pero lo cierto es que llegado el día me olvidé por completo del “feliz acontecimiento”. Por supuesto, mi hermana, no quiso ni intentar creerlo. Me achacó que había actuado con premeditación y alevosía para dejarla en mal lugar, lo cual no fue en absoluto cierto. Simplemente se me borró de mi mente todo lo concerniente al asunto y si sonó el timbre de la puerta con el ruido de la ducha no me enteré. Además la noche anterior había sido bastante movidita con una juerga con los amigos que se prolongó hasta el amanecer y en aquellos momentos asemejaba mas a un fantasma que se deslizaba sujetándose por las paredes para no caer al suelo que a un ser humano.
Tras lavarme el pelo y darme una buena ducha, salí del cuarto de baño asemejando a la momia de Tutankamon. Una toalla enrollando mis cabellos y frente, cayendo descuidadamente sobre la ceja izquierda y algo mas debajo por la derecha, dejaba escapar continuamente gotitas de agua que tras deslizarse y bañar por unos instantes ambos ojos, resbalaban por mis mejillas como si estuviera llorando como una Magdalena. No veía gran cosa, ni tampoco era esa mi pretensión, aún estaba en ese estado en el que no se sabe muy bien dónde se encuentra una. Otra toalla cubría mi cuerpo. Era tan enorme que la llevaba sobre mis hombros a guisa de capa, sujetándola con mis manos cruzada por la parte delantera, y arrastrando su extremo por el suelo como el vestido de una novia. Penosamente me encaminé a la terraza, a la que se accede por una puerta del salón, en la que intuía que encontraría ropa interior mía colgada y seca en el tendedero junto a otras prendas de la última lavadora. Al pasar frente a la cocina un aroma de café recién hecho me hizo pensar lo bien que me vendría una tacita.
Al entrar en el salón tuve una tenue sensación de la existencia de “algo” distinto a lo habitual, pero como en mi estado no era cosa de entrar en mayores averiguaciones continué el penoso peregrinaje centrando toda mi atención en no tropezar con ningún mueble. Un ligero contratiempo lo tuve a la hora de abrir la puerta de la terraza. Al dejar libre mi mano derecha para asir la manecilla, la toalla que me cubría resbaló alegremente por todo mi costado quedando quedando colgada sobre mi hombro izquierdo. Abierta la puerta y tras algunos intentos fallidos, logré colocármela de nuevo a guisa de toga, como los senadores romanos, es decir, pasándola por debajo de mi sobaco derecho, dejando la parte izquierda, como estaba, por encima del hombro, y sujetando con la mano oculta ambos extremos. Durante el trajín que llevó esta operación intuí algo así como el ruido de una puerta que se abría y cerraba y el de unos pasos de alguien que entraba y se detenía de golpe. Todo era muy confuso y tampoco dediqué mayor atención.
Ya al regreso de mi excursión al tendedero, llevando en mi mano como una bandera unas braguitas y un sujetador, vislumbré una figura semejante a un “spaguetti” trajeado, con gafitas, ojos como platos y un reguerito de hormiguitas en la barbilla que me miraba inmóvil como si le hubiera dado un pasmo. Empezó a hacérseme la luz. Una luz pequeñita, pequeñita, por cierto. De nuevo el aroma del café. Una figura de hielo sostenía dos tazas humeantes. La luz se fue haciendo un poco mayor.
- “ Wuefgosdiasmagfgefrodefocoferte ¿Quiegfressufjetarmesto?
(La traducción sería “Buenos días, me alegro de conocerte ¿Quieres sujetarme esto?”)
Dejando al asombrado personajillo con mi ropa interior en su mano, me precipité hacia una de las tazas de café. Conforme ingería el humeante líquido las nieblas se iban despejando a mi alrededor. Me sentía bien. Alcé la mirada para agradecer con una sonrisa la delicadeza y encontré que la figura de hielo tenía una mirada de fuego. Una mirada bastante cruel, por cierto. Aún dudé unos instantes si debería decir algo, no se, una explicación, quizás un chascarrillo para tomárnoslo todo a broma y reírnos un poco, o simplemente decir en tono desenfadado “¡mira que gracioso está tu novio con mis braguitas y sujetador en la mano!”. La razón me hizo desechar todas estas ideas y optar por retirarme precipitadamente, aunque tuve que entrar al minuto siguiente para recuperar mi ropa interior que sostenía de la mano la hierática figura terminada en ojos como platos apenas ocultos por sus gafitas, con un reguerito de hormiguitas en el mentón. Mi hermana, como una figura de cera, sostenía entre sus manos una bandejita con un azucarero y dos tazas de café, una humeante y la otra vacía.
1 comentario:
Eres tremenda. Este último artículo ha sido demasiado para mí y he tenido que reírme. ¡Menuda pareja haces con tu hermana! Es que me cuesta creer que seáis tan diferentes siendo hermanas... Jajaja, Me hubiera encantado estar allí para verlo.
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