Paisaje con nubes

Paisaje con nubes
SOL (Paisaje con nubes)

domingo, 22 de agosto de 2010

BUENAS INTENCIONES


SOL (Entrada al Jardín del Edén)


Las buenas intenciones que tenía al rescatar este “block” y publicar como una descosida, parece que se han ido al garete. ¡Qué desastre soy, Dios mío! Hace mas de un mes que mandé a la estratosfera mi última entrada prometiendo por lo mas solemne que, si hasta la fecha he sido algo así como la veleta de un campanario, estaba firmemente dispuesta a corregirme y que mis escritos volarían a un ritmo de, por lo menos, uno a la semana, o, en todo caso cada dos semanas, que tampoco hay que exagerar. Buenas intenciones destinadas desde un principio al fracaso mas estrepitoso que si en cualquier otra época del año esto de fijarme obligaciones ha sido como intentar que navegue un barco de plomo, en verano, cuando se acumulan las idas y venidas en un no parar para no hacer nada, pues para qué hablar. Quedan en el tintero un montón de pequeñas anécdotas acaecidas durante todo este tiempo con el “firme” propósito de sacarlas a la luz mas adelante. Ese “más adelante” con el que, con tanta frecuencia, pospongo mis quehaceres representa un vago lugar perdido en el tiempo. Qué se le va hacer.


¿Qué he hecho en estos dos meses y un “poquito” que han transcurrido desde mi última entrada? (¡Ah! ¿Pero es posible que haya pasado tanto tiempo?) Veamos, veamos…. Ya casi ni me acuerdo. Hagamos un poco de memoria. He dedicado, claro está, un cierto tiempo a mis quehaceres artísticos, aunque, todo hay que decirlo, (¡Ay!) menos del que debiera. Mas bien he de reconocer que la pintura la tengo bastante abandonadilla, la pobre. Alguna que otra vez me “he dejado caer” por el estudio, mas para finalizar algún encargo que tenía a medias desde el año “catapún” que otra cosa … y sanseacabó. Un desastre. Me remuerde la conciencia, pero ya se me pasará. ¿Qué más? Pues lo típico de los días veraniegos, tratar de divertirse a tope, acostarse a las tantas y levantarse casi a la hora de comer. Si añadimos que, con este calor, una siesta es verdadero “placer de dioses”, se comprenderá que pocas horas van a quedar disponibles al día para otros menesteres. Y aún hay más cosas que son los viajes que proponerme cualquier desplazamiento y en un santiamén ya estar dispuesta hacia la aventura, con la maleta en la mano, es todo uno. Bueno, cuando hablo de “viajes”, así, tan olímpicamente, que nadie piense en una “vuelta al mundo en 80 días” a lo Julio Verne ni en nada remotamente parecido que mi economía no está para “altos vuelos” (ni para “medianos”… mas bien para “bajitos”, “bajitos”).


Mi viaje “estrella” ha sido a París (¡Ah!¡Ah!¡Ah! ¡Qué bien ¿Verdad?). En total una semanilla, incluyendo la ida y la vuelta. Viaje baratito, baratito, tanto que da hasta risa. Me pasé los quince días precedentes haciendo números que nunca cuadraban y dando paseos a la agencia de viajes por si, por un casual, hubiesen recibido alguna oferta más asequible. Al fin conseguí algo que se acoplase a mi maltrecho presupuesto. Viaje baratito, baratito, como ya he dicho que llevaba aparejado, lamentablemente, el ser “cutrecito”, “cutrecito”. Hotel sencillito, sencillito, sencillito con unas habitaciones pensadas para “pitufos” o para los enanitos de Blancanieves. No había chinches, ni cucarachas, ni lagartos, ni cocodrilos, eso si y menos mal, pues el habitáculo mugriento hacía sospechar que algún poco agradable “inquilino” estuviera agazapado bajo las camas. Tampoco había cuarto de baño, aunque si, en un rincón de la habitación y oculta tras una cortina de un plasticucho que se te pegaba a la piel como una lapa, una “especie” de ducha que funcionaba a su aire, esto es, mas bien mal que bien. Agua fría y caliente en “plan sorpresa”, tan pronto eran unos cubitos de hielo los que recorrían tu espalda o la lava ardiente de un volcán la que te dejaba escaldada como a un pollo. Imposible cerrar los grifos a tope y eliminar esa dichosa gotita cuyo “pling”, “pling”, “pling”, te acompañaban toda la noche. De las camas para qué hablar. Colchones de muelles … de cuando se inventaron los colchones de muelles. Toda una reliquia de museo. Al echarte gemían haciendo “boiiiiingg”, y en cuanto te movías lo mas mínimo, otra vez “boiiiiingg”, “boiiiiingg”. Se puede decir que era una “habitación musical”.


Cuarto de baño completo en el pasillo, a compartir con todos los infelices que no lo teníamos en la habitación. Eso de compartir el aseo me daba un poco de asquillo, la verdad, aunque he de reconocer que estaba aceptablemente limpio. Como suele suceder en estos casos, por algún extraño misterio todos los usuarios parecíamos ponernos de acuerdo para acudir al mismo tiempo con lo que la inevitable espera, resultaba, a veces, realmente angustiosa.


El desayuno, sistema “buffet” libre, estaba incluido en el precio, no era gran cosa, no había mucha variedad y lo que se ofrecía era corrientucho, corrientucho, comenzando por el café tipo “americano” de esos que no son mas que agua caliente con un ligero toque de color y ausencia total de sabor. No era gran cosa, no, pero tampoco le hacíamos muchos ascos. Tras unas breves ojeadas a los precios de las cartas de algunos restaurantes, el mismo día de nuestra llegada, llegamos a la conclusión que, con nuestros angustiosos haberes, sólo nos podíamos permitir el lujo de realizar una sola comida de restaurante al día que estimamos como mas conveniente fuese la de la cena. Desayunábamos, pues, como náufragos hambrientos y con algunos panecillos nos preparábamos unos bocadillos para tomar al medio día y así subsistir hasta media tarde en que acudíamos a algún italiano a tomarnos una “pizza”, o algo similar, que pagábamos a precio de oro, pues los precios parisinos son de agárrate y no te menees. En fin, un amigo mío me decía que hay dos tipos de turistas, aquellos afortunados que cuando ven un restaurante que les agrada entran en él sin mas, y los “pringaos” que lo primero que hacemos es pegar las narices en la carta de precios del exterior, y, tras estudiarla concienzudamente, marcharnos agitando la mano y diciendo “¡Uffff!¡Qué caroooo!”.


¿París? Pues un batiburrillo. Coches, coches, coches y mas coches. Gente, gente, gente y mas gente. Según por donde resultaba hasta agobiante no poder dar ni un paso. Dicen que es la ciudad mas turística del mundo, a lo que vi, y podría decir que sufrí, comparto plenamente esta opinión. Me parece muy bien que sea la ciudad más turística del mundo, pero hubiera deseado que no lo fuera tanto o, al menos, que esas riadas humanas hubieran elegido otra fecha para visitarla. Por lo demás, muy agradable, tremendamente agradable. Andas mas que un tonto en un día de feria, eso si, pues las avenidas son interminablemente largas y siempre acabas cayendo en la trampa de mirar el plano y decir la mar de optimista, “¿Para qué vamos a coger el “metro” para ir desde aquí hasta allí si total “está al lado”?”. En el plano todo parece estar razonablemente cerca, pero ¡Ay en la realidad! Bares, bares, bares y más bares. Las terrazas de los bares se juntan unas con las otras en una sucesión continua, todas ellas con unas mesas pequeñitas, pequeñitas que parecen de juguete pero que son para que pueda entrar más gente. Los asientos, por supuesto, juntitos unos a otros que no sabes si te sientas en el tuyo o encima de las piernas del cliente que está junto a ti. Otro tanto ocurre en los restaurantes y aquí la cosa se hace mas complicada para poder desenvolverte con la comida. A veces no sabes muy bien si estás comiendo de tu plato o del vecino. Calor, calor, calor y más calor. En Invierno, por lo visto, hace un frío que pela, pero eso es en Invierno, en esta ocasión no parecía sino que estuviésemos en un horno. Todo muy caro, demasiado caro para una economía como la nuestra ya de por si bastante exigua. Tomar una consumición era para pensártelo dos veces.


Museos, museos y más museos, en total visité siete. La desesperación de mis compañeros de viaje y eso que les advertí bien advertido que el motivo primordial que tenía era el de acabar de cuadros de pintura hasta que me saliera por las orejas. Protestaron, “No, no, si nosotros “también” queremos visitar todos esos museos ¡Naturalmente!”. A la hora de la verdad descubrí que la idea que tenían de “visitar los museos” era la que tiene la inmensa, inmensísima mayoría de la gente, esto es la de recorrer, guía en mano, lo máximo posible de la ciudad y “si cuadraba por casualidad” entrar en el d’Orsay, Carnavalet o en el Centro Pompidou por la cosa de decir que habían estado allí. En los museos hay aire acondicionado y bancos en los que poder descansar. Visita rápida y a continuar. Justo lo contrario de lo que yo pretendía que era la de ir de museo en museo atiborrándome hasta la saciedad de arte y lo que se pudiera ver por el camino, pues, bien visto era. Pronto me di cuenta de lo absurdo de mi pretensión. No era ya que, bueno, me puede chiflar la pintura todo lo que se quiera, pero no podía pretender que a los otros les ocurriese lo mismo. Existía, a mayores, otro inconveniente añadido con el que no había contado capaz de hacer desfallecer las ansias artísticas del más pintado y era la enorme afluencia de público que te impedían ver las obras de una forma medianamente aceptable. Resultaba realmente irritante. En fin, mis compañeros se armaron de paciencia conmigo y por mi parte procuré no embobarme demasiado en la contemplación de cualquier obra, tratando de luchar, a la par, con la calva de ese patoso que siempre aparece como por arte de magia y se planta ante nuestras narices.


Risas, risas, risas. Cuando se está en precario hace gracia las tontadas mas impresionantes, vete tu a saber por qué. Como extras llevábamos un viaje nocturno por el Sena y una visita a Versalles. El viajecito fluvial nos pareció un poco “el timo de la estampita” por lo cortito que resultó. Quizá fuera que la idea que nos habíamos hecho era algo así como el equivalente de recorrer el Nilo de punta a punta y, evidente, no tenía que ver lo uno con lo otro. Una vueltita bajo los puentes y ya está. Se hizo demasiado corto, como ya he dicho.


En cuanto a Versalles, pues, pues, pues… ¿Qué quieres que te diga? Si ya he hablado del barullo de gente existente en Paris, ahí era como multiplicarlo por diez. Un verdadero agobio y encima un día con un Sol de justicia. La impresión que me quedó fue la de haber perdido lastimosamente una mañana. A cada uno de los del grupito nos habían dado una especie de auricular por el que escuchábamos las explicaciones de nuestro guía. Como todas las excursiones - que había cantidad - llevaban el mismo sistema, ver aquella multitud de gente, todos con el auricular en la oreja, daba un poco la risa pues parecía la Convención Mundial de Sordos. El sistema, aunque ingenioso, tenía sus problemas, primero, que al tener el oído tapado no oías lo que te decía el que estaba a tu lado, segundo, que al pasar cerca del emisor de otro grupo había interferencias. Como grupos ya he dicho que había todos los que se quisieran y más, en ocasiones las interferencias eran múltiples y era para volverse locos.


Jardines grandes, grandes, grandes, que no me dijeron nada. Posiblemente si las fuentes hubieran tenido mas agua y no hiciera ese calor tan tremendo hubiera sacado otra impresión, de esta forma estaba deseando terminar.


La visita al Palacio, fué como si en un ascensor con capacidad para veinte personas metieras y cincuenta y estuvieras tu justo en el centro. Se puede decir que lo que mejor pude contemplar fueron los techos y las cabezas de los que me rodeaban. No me entusiasman estos lugares, la verdad, me espanta esas decoraciones sobrecargadas que resultan mas bien horteras y, desde luego, nada acogedoras. Sobretodo me indigna el pensar que todas esas monstruosidades de salones, saloncitos, habitaciones y demás dependencias, estaban pensadas para el uso y disfrute de unas poquitas, poquitas, poquitas personas que prácticamente se reducían al Rey, la Reina , sus hijos y algún que otro privilegiado que el resto de las legiones de cortesanos, guardias y sirvientes no eran mas que mera decoración.


Cada dos por tres una riada de gente proveniente de algún grupo que hacía su aparición, me arrastraba rumbo a lo desconocido. Por el auricular escuchaba explicaciones en un idioma totalmente desconocido. Casi al instante se repetía la situación llevándome hacia otro lado. Creo que algunas dependencias las visité varias veces en tanto que otras han permanecido ignotas para mí. Me sentía como una náufraga sobre una balsa en mitad del Océano, zarandeada por el oleaje. A veces ocurría el milagro de darme de narices con alguno de mis compañeros, era tal la sorpresa que nos saludábamos como si hiciera siglos que no nos veíamos. A la salida todos comentamos que aquello era “muy bonito”, claro está, pues es el comentario obligado, pero lo cierto es que todos respirábamos aliviados de haber finalizado la visita.


En fin, de todo esto parece que ya han pasado siglos, que soy así de lenta escribiendo. No, no ha sido siglos, aunque si unas dos semanas desde mi regreso. A los dos días de haber deshecho el equipaje, poner lavadoras y todo eso, unos amigos me proponen una excursión por tierras sorianas de tres días de duración en plan de “casas rurales”. Naturalmente que acepté encantada. De haberlo sabido no me hubiera molestado en deshacer el equipaje.