Paisaje con nubes

Paisaje con nubes
SOL (Paisaje con nubes)

viernes, 9 de octubre de 2009

LÁGRIMAS DE CRISTAL


SOL (Salomé)


Con la llegada de mi hermana a casa, armarse la “marimorena” era tan solo cuestión de tiempo. De poco tiempo, precisaría yo. Esa histeria andante parece no estar a gusto si no organiza un “show” de los suyos. Y la actuación con que inauguró la recién estrenada estación otoñal tuvo lugar hace un par de sábados.

Parece ser que tenía una cena, o una reunión, o vete tu a saber qué. Algún evento de esos en los que se pone toda emperifollada, pintorrajeada y perfumada con una colonia capaz de asfixiar a cualquier infeliz que cometiera la osadía de acercarse a menos de diez metros de ella. Hasta aquí bien. Si quiere salir que salga y si quiere pasarse la tarde dando paseitos de su habitación al cuarto de baño y del cuarto de baño a su habitación, gimoteando por no conseguir todo lo bella, salerosa y lozana que desearía, pues qué se le va hacer. Ella es como es y tiene el tipo que tiene, para milagros hay que ir a Lourdes o a Fátima o algún sitio de esos que últimamente lo que es en nuestra casa parece ser que no.

Pues vale, toda la tarde paseo para aquí, paseo para acá, exclamando constantemente “¡Ay!...¡Ay!....¡Ay!” que no parecía sino que la estuvieran dando pisotones en los pies. Intentar, por mi parte, hacer uso del cuarto de baño eran palabras mayores y no solo porque lo ocupaba casi de continuo, sino porque cuando no era así pretendía que quedara libre por si diera la casualidad de que se le antojara hacer uso de él. Resignación. Como no era nada nuevo para mi traté de superar la prueba con la que me castigaba el Destino lo mas estoicamente posible.

Afortunadamente todo tiene su fin, aunque existan ocasiones en las que parece que ese fin no va a llegar nunca. Sonriente, hecha un “brazo de mar”, se plantó ante mi recabando mi opinión. Al estar las dos solas en casa me cupo tal “honor”. ¿Qué decir? Sus gustos son tan opuestos a los míos que de expresar lo que “realmente” opinaba daría lugar a una trifulca. Insinuarla si no se habría pasado un “poquitín” con el maquillaje que tenía las mejillas tan coloradotas que no parecía sino que le hubieran dado de bofetadas, no le recibiría de muy buen grado. Preguntarla si el motivo de ponerse ese traje moradillo, que me había dejado bizca al verlo, era el de asistir a una procesión de nazarenos o a alguna reunión de damas sufragistas, pues no. Mejor callar. Claro que podía haber salido del paso diciendo simplemente que estaba muy “guapa”, pero la mentira era de tal calibre que las palabras se me atragantaron. Me limité a decir un anodino “bien” que a nada me comprometía, añadiendo si no debería completar su atuendo con algún adorno. La idea la recibió de muy buen grado, desapareciendo acto seguido hacia su cuarto. Sin saberlo, inocente de mi, acababa de abrir la jaula de las Furias.

Un alarido espantoso rompió el silencio. El “Tranosaurio Rex” debía de haberse escapado del Parque Jurásico y con sus formidables rugidos venía por el pasillo hacia donde yo me encontraba dispuesto a devorarme. Conforme se acercaba empecé a comprender que aquellos alaridos y rugidos tenían un significado, que eran palabras que formaban una frase que venia a decir algo como así : “¿¿¿Qué has hechoooooooo ??? ....... ¿¿¿Qué has hechoooooooo ??? “. Mi hermana tenía la cara roja pero ya no a causa de su prodigalidad con el maquillaje sino por una tremenda ira. Me quedé perpleja. Evidentemente se refería a mi y a un no se qué que habría hecho que la había molestado profundamente. Que se moleste mi hermana ante cualquier cosa que yo haga no es ninguna novedad, pero esto debería de haber sido algo “gordo”. ¿Pero, el qué?¿Cuándo?¿Cómo? Sinceramente no recordaba y comenzaba a intrigarme la causa de mi “pecado”. Decidí preguntar “cual” era mi “delito” y ella, en el colmo de la paranoia, rugió, “ ¿¿¿ No lo veeees ???”. Pues no, la verdad. La veía como hacía un momento, con la salvedad de su estado a candidata a una camisa de fuerza. Volví a preguntar y, de nuevo, “ ¿¿¿ No lo veeees ???”. En esta ocasión llevó una de sus manos hacia una especie de gargantilla de cristalitos que lastimosamente rodeaba su cuello. ¡Plofff! las nubes de la ignorancia se disiparon de golpe sobre mi cabeza.

¡El collar!¡El collar! ¡El collar!. El collar de dos vueltas a base de bolitas de cristal de Murano que se iban alternando en color azabache y caramelo que, reconozcámoslo, era una preciosidad. El regalo que le hizo su rumboso novio allá por San Valentin. El collar que me pasó bajo las narices y que, cuando alargué la mano para tocarlo, cerró tan bruscamente el estuche que casi me pilla un dedo. El collar que guardaba en ese mueble de su habitación que siempre, siempre, siempre está cerrado con siete vueltas de llave pues es donde guarda sus mas íntimos y preciosos secretos. Yo la llamo “el cofre del tesoro” y, ni que decir tiene, que echar un vistazo a su interior es toda una tentación. Se trata de un mueble de tres cuerpos. Armario el de la derecha. Medio armario con cajoneras, el de la izquierda. El del centro, mesa abatible que oculta en su interior una pequeña librería, y en la parte baja armaritos con puertas. Todo provisto de cerradura. Una misma llave, que no apea ni a sol ni a sombra, abre la parte deseada. Tal profusión de cerraduras fue una exigencia de mi hermana que cuando, extrañados, la inquirieron el motivo de semejante capricho, se limitó a exhalar un lánguido suspiro a la vez que me dirigía una mirada que casi me taladra.

El mueble vino provisto de una segunda llave de reserva que mi hermana se apresuró a ocultar en un lugar “secreto”. Casi al instante la cambió de escondite por otro lugar “mucho mas secreto”. Y no tardó mucho tiempo en que tornara por el cambio aunque no por mucho tiempo que, enseguida, volvió a las andadas. Finalmente la perdió. Toda una tragedia como todo lo que concierne a ella. Durante una semana se pasó, escoba en mano, barriendo todos los rincones de la casa, hasta los mas inverosímiles. Todo inútil. El Destino había dispuesto que se extraviara y ya se sabe como es el Destino cuando se empeña en una cosa. También el Destino había dispuesto que yo me la encontrara de mera casualidad, y, como no era cosa de desairar el maravilloso don con el que me obsequiara, decidí guardarla en el fondo del cajón donde tengo mi ropa interior.

El collar, el maravilloso collar de dos vueltas a base de bolitas de cristal de Murano que se iban alternando en color azabache y caramelo que, reconozcámoslo, era una preciosidad, cayó en el olvido para todos. Y así permaneció hasta finales del pasado mes de Julio.

Sucede que te sucederás que, una cálida noche veraniega, estando sola, solita, sola en casa y disponiéndome ya a salir a lo que se avecinaba como una noche de juerga, risas y locura, me eché una última, ultimísima mirada, ante el espejo. Me encontraba guapísima con aquel vestidito minifaldero de tirantes de color rojo, dejando entrever por su amplio escote mi sujetador negro. Sin embargo, sin embargo, aquel generoso escote parecía pedirme a gritos un complemento para alcanzar así la perfección. Como un rayo divino caído del Cielo, me vino a mi mente el collar de mi hermana.

Rechazé automáticamente la idea por lo osado. La rechacé, si, la rechacé. Pero ya se sabe que en estas ocasiones hay un diablillo que te va diciendo a la oreja que total si “nadie” se va a enterar, total si lo vas a “cuidar” mucho, mucho, como a las “niñas de tus ojos”, pues qué puede “ocurrir”, total si ... Sucumbí. Alcancé pues la perfección y todos se quedaron maravillados. Al andar, las bolitas de cristal chocaban unas contra otras metiendo un ruidito así como “tric...tric...tric...” , como si cantasen de pura alegría. Hasta aquí, todo encantador.

Pero la noche es larga, larga y conforme se va tomando una copichuela aquí, otra allá y se entra de lleno en la juerga, las cosas empiezan a verse de forma distinta. En la “disco” hice un descubrimiento, al bailar el doble collar ascendía hasta mis hombros y ya no hacían sus bolas “tric...tric...tric...” al rozar entre ellas, sino “troc...troc...troc...”. Si me movía muy rápido el sonido era mas intenso, “Triic-troooc-troocc”. Cabían mas posibilidades. Si en vez de llevarlo con doble vuelta lo llevaba con una sola, el collar caía hasta mi cintura, podía, entonces cogerlo con una mano y moverlo talmente como si se saltara a la comba. Las cuentas cristalinas cantaban una especie de “riu...riu...riu...riu...” a la vez que despedían reflejos multicolores de las luces que se reflejaban. También, moviendo enérgicamente los hombros, podía imprimirle un giro alrededor de mi cuello como si bailase el “hula hop”. Bobadas que se hacen.

Lo de bailar el “hula hop” con el collar no fue buena idea, la verdad, si bien en el momento me pareció algo divertido. No constituyó una idea medianamente razonable si tenemos en cuenta que me encontraba en medio de la pista de baile rodeada por una verdadera multitud. A la tercera vuelta ocurrió lo que era predecible que ocurriese, el collar se enganchó con un “algo” que posiblemente fuese cualquier mano agitada al aire, y una lluvia de bolitas de cristal cantarinas obsequió a todos los que me rodeaban. Parte de ellas, afortunadamente, se me cayeron por el escote y no acabaron en el suelo junto a sus compañeras porque en un acto reflejo ceñí todo lo que pude el vestido a mi cintura, mientras pedía a gritos, al amigo mas cercano, que me prestara su cinturón. Me sentí desfallecer. De golpe y porrazo toda la euforia, toda la alegría, todo el desenfreno de un segundo anterior se había esfumado y volvía ante mi la cruda realidad.

Me tiré al suelo como una posesa tratando de rescatar los restos del desastre. Algunos amigos se me unieron, y otros, a los que no conocía de nada, también se unieron en lo que parecía ser una especie de fiesta sorpresa. Tarea inútil como se puede comprender. Alguna bolita si que se encontró, claro está, cuando así sucedió el que la hallaba me preguntaba que qué hacia con ella y a falta de mejor idea le decía que me la echara por el escote que ya habría ocasión de rescatarla junto a sus compañeras. La idea del escote pareció gustar, pues pronto llovieron, al interior de mi vestido, cantidad de pequeños objetos que mas tarde descubriría que eran todo menos las cuentas del collar. Los objetos “extraños” que mas abundaron fueron los “kikos”. También encontraría huesos de aceitunas y hasta algún chicle. Tarea inútil, como ya he dicho antes. Las luces de la discoteca no eran como de lo mas apropiado para ayudar en nuestra tarea y la gente que atestaba el local no hacían mas que tropezar con los que estábamos a gatas y, algunos, hasta caerse. Hubo que desistir.

En el aseo de señoras tuve que desnudarme, prácticamente, de arriba abajo encontrando las dichosas bolitas en los sitios mas insospechados. También encontré toda la suerte de porquerías que indiqué anteriormente. El resultado fue descorazonador. Ya no eran las mil y una bolitas de cristal que componían el primitivo collar de dos vueltas, sino un par de tristes y melancólicos puñaditos.

El nuevo problema que se me presentaba ante mi era el transporte de aquel un par de tristes y melancólicos puñaditos. Con el agobio ni idea de coger el bolso que había quedado muerto de risa sobre una silla, una bolsita de plástico tu me dirás de dónde la iba a sacar. Por no tener no tenía ni una mala servilleta de papel. Intenté hacer un cucurucho empleando papel higiénico con resultados catastróficos. En fin, a grandes males grandes remedios. Cuando me reintegré a la sala donde una multitud bailaba, reía y saltaba, llevando entre mis manos mi sujetador negro con sus copas llenas de bolitas de cristal que despedían mil destellos al brillar las luces en ellas, reconozco que causé un cierto “asombro”, por definirlo de alguna manera.

Un amigo me llevó hasta casa. Un amigo apasionado, temperamental y con dos copillas de mas. Que se ofrezca a llevarte a casa al final de una noche de juerga un amigo apasionado, temperamental y con dos copillas de mas, cuando tu vas con un vestidito minifaldero con un escote de vértigo, llevando entre tus manos el sujetador, era como si le fueras pidiendo a gritos que buscara un sitio discretito donde aparcar el coche, para completar la noche con una buena “fiesta”. Que un amigo apasionado, temperamental y con dos copillas de mas aparque su coche en un lugar oscuro y solitario con la sana pretensión de completar la velada con una buena “fiesta”, cuando pasas de romances pues lo que estás deseando es llegar a tu casa para analizar el desaguisado que llevas entre las manos, era sinónimo de una buena sesión de lucha libre. Una sesión de lucha libre contra un amigo apasionado, temperamental y con dos copillas de mas que ha aparcado su coche en un lugar oscuro y solitario con la sana pretensión de completar la velada con una buena “fiesta”, mientras llevas entre las manos un sujetador negro cuyas copas sirven de cobijo a las cuentas de lo que no hace mucho fue un collar de dos vueltas de cristalitos de Murano, alternándose unos en negro azabache y otros de color caramelo, equivalía a una nueva búsqueda de las dichosas bolitas de cristal por los mil y un recovecos que puede llegar a tener un coche. Y una inspección por los mil y un recovecos que puede tener un coche, en un lugar oscuro y solitario, valiéndote tan solo de la tenue iluminación interior del vehículo, significaba encontrarte mecheros, bolígafos, una libretita, una pelotita de goma y ¡hasta un calcetín!, pero poquito poco de lo que buscas.

Hice lo que pude que no fue mucho. Aquel largo, largo collar se había transformado en algo mas que una pulserita. Ni siquiera las bolitas alternaban sus colores que, por un capricho del Destino, había mas de color caramelo que negras azabache. En un inútil deseo de que pareciera mas largo, dejé unos centímetros de hilo hasta el broche. El resultado, capaz de consternar a cualquiera, estaba a caballo entre una especie de collar cortito y una especie de gargantilla holgada. Ante lo inevitable lo devolví a su estuche cruzando los dedos para que hubiera un milagro. Pero como lo inevitable, es inevitable, y lo que tenga que acaecer para qué preocuparse, lisa y llanamente me olvidé del asunto.

La “aventura” del collar pasó, pues, al baul de los olvidos. Se esfumó en el aire como si nunca hubiera sucedido. Lo malo era que “SI” había sucedido, y la aparición del Angel Vengador, echando fuego por los ojos y atronando “¿¿¿Qué has hechoooooooo ???” me hacían volver a la memoria lo que de ella había borrado. ¿Y qué hacer ante esta situación? En décimas de segundo pasaron por mi cabeza mil ideas, ninguna válida. Lo mas noble hubiese sido reconocer lisa y llanamente mi “culpa” y aguantar estoicamente el chaparrón de su indignación. Eso hubiese sido lo mas honorable, desde luego, pero no era tan fácil. Decirla en tono desenfadado algo así como “mira, se me había olvidado contártelo, pero te vas a reir cuando sepas lo que me pasó..., desde luego no valía. Si de algo mi hermana carece es de sentido del humor. Podría arrojarme a sus pies suplicando perdón y ofrecerme a ser su esclava de por vida como justa compensación. Tampoco. Lo de la esclavitud si que lo aceptaría encantada, pero nada mas. Podía optar por tomar carrerilla y decirla muy rápido, muy rápido, “Cogi-tu-collar-para-salir-de fiesta-una-noche-se-me-rompió-y-se-perdieron-algunas-bolitas-pero-traté-de-arreglarlo-perdón-perdón-perdón-que-no lo volveré-hacer...”. Descartado. La cosa no resultaba demasiado fácil que digamos. Además, en cualquiera de los casos, no tendría mas remedio que hacer mención a esa llave que ella creía perdida desde hacía años.

Opté por seguir el ejemplo que nos dan cotidianamente nuestros políticos, esto es, negar la evidencia con la mayor cara dura del mundo. Con un cinismo que me causó asombro la pedí pausadamente que se tranquilizara y me explicara qué me estaba reprochando, pues no la entendía nada, de nada. “¡El collaaar!... “¡El collaaar!...¡¡¡Estúpida!!! ¿¿¿Es que no lo veeees???” . Seguí sin inmutable. “Pero ¿A qué collar te refieres?”. “¡¡¡A éste!!!...¡¡¡Imbécil!!!...¡¡¡A éste!!!...¿¿¿Es que no lo veeeees???...?. Me mostré sorprendida, “¡Ah! ¿Pero eso es un collar? ¡Qué ridículo resulta!¿No te parece?”. “¡¡Es el collar que me regaló José Luis por San Valentín!!... Y era muy largo y bonito,..Y ahora ¡¡¡¡Mira!!!”. “Bueno, yo no se cómo dices que era, te recuerdo que no me lo dejaste ni tocar, pero si el problema es que querías un collar mas largo y tu novio te ha regalado uno así de pequeñito el problema es vuestro. Dile que la próxima vez no sea tan tacaño”. “¡¡¡Aggggggg!!!!...¡¡¡Has sido tuuuu!!!!....¡¡¡Tu me los has cogido y mira lo que has hecho!!!”. Exhalé un suspiro de paciencia. “Pero vamos a ver ¿Por qué crees que yo voy a coger o dejar de coger nada tuyo?¿Me crees capaz de ello?”, “¡¡¡¡ SIIIIIIIIIII!!!!”, “¿No será que te parecía que era mas largo y resulta que es cortito, cortito?”. “¡¡¡¡NOOOOOO!!!!....¡¡¡¡Imbécil!!!!”. “Pues yo, ni idea, chica. Posiblemente hayas sido tu misma....”. Mi hermana hacía ya tiempo que echaba espuma por la boca como un perro rabioso. “¡Yo no lo he tocado desde que me lo regaló José Luis! ¿¿¿Te enteras??? ¡¡O sea que es cosa tuya!!... ¡¡¡Has sido tuuuuuuu!!!! Porque en esta casa no hay nadie mas....”. “ Bueno, eso no es cierto que están también mamá y papá. Pregúntales que a lo mejor alguno de ellos ....”. No me dejó terminar. “¡¡¡¡ No me tomes el pelo!!!!, ¡¡¡¡Idiota!!!!, ¡¡Has sido tuuuuuu!! ¡¡Lo sabes muy bién!!... ¡¡¡¡Tuuuuuuu!!!!....¿¿Me entiendes?? .... ¡¡¡¡Tuuuuuu!!!!...”. La perolata fué mucho mas larga, desde luego. Repetía las cosas, chillaba, volvía a acusarme y otra vez vuelta a empezar.

Empecé a temer que no terminaríamos nunca, y la situación ya empezaba a resultar cansina. La dejé un ratito para que se desahogase, o mas bien debería decir que para que se cansase, luego, la detuve con un gesto como si una idea lumínica me hubiera llegado desde el Mas Allá “Vamos a ver ¿Dónde tenías guardado ese dichoso collar? “¿¿Dónde iba a estar?? ¡¡¡En mi armarioooooo!!!”. “¿En ese armario que parece la cueva de Aladino que no dejas que nadie mire en su interior y que siempre lo tienes mas cerrado que la caja fuerte de un banco?”. “¡¡¡¡Sabes que siiiii!!!”. “¿En ese armario cuya llave la tienes guardada no se donde y que nadie puede abrir excepto tu?. La había pillado. “ si ...”. Abrí los brazos en la actitud del que acaba de demostrar la lógica mas absoluta “¡Entonces...!”. Enmudeció sin saber que responder. Al poco tiempo volvió a acusarme aunque sin fuerza alguna. Sabía que la estaba tomando el pelo, y lo que es peor, ella sabía que yo sabía que ella sabía que la tomaba el pelo descaradamente. Pero no tenía argumento alguno para seguir la discusión. “No se como lo has hecho, pero si se que es obra tuya ¡Y me las pagarás!”.
No me sentí muy feliz, la verdad, pues no me gusta hacer daño a nadie. Siento un pequeño placer morboso en hacerla rabiar un poquillo, eso si, pero no soy tan mala persona como para herir a nadie a sabiendas. Pero lo hecho, hecho está. En mi fuero interno me prometí que, cuando fuese muy rica, muy rica, millonaria, millonarísima, la regalaría un collar, largo, larguísimo, de perlas y brillantes en compensación del que, sin querer, la había estropeado. Claro que mucho me temo que tendrá que esperar bastante tiempo para ello.