Paisaje con nubes

Paisaje con nubes
SOL (Paisaje con nubes)

domingo, 19 de julio de 2009

LA SONRISA DEL ASCENSOR



SOL (En la esquina del lienzo)







El ascensor de mi casa no es que funcione mal, como todos los vecinos se empeñan en decir, simplemente funciona “a su aire”. Es un ascensor con personalidad. Normalmente hace su trabajo bastante bien, pero de cuando en cuando tiene sus caprichos. Que aprietas el botón del tercero y te sube, impertérrito, hasta el séptimo, pues mira, es que le ha dado por ahí. Que se para entre dos pisos cuando mas prisa tienes y te deja encerrada como a una tonta, pues bueno, el pobrecito se habrá cansado de tanto trajín y estará echando una siestecita. Lo mas característico es el meneo con que obsequia a sus ocupantes entre el primer piso y la planta baja que hace que la gente vaya de un lado a otro de la cabina como si estuvieran borrachos. Mera alegría. Quien no tenga los pantalones bien sujetos corre el riesgo de encontrárselos en los tobillos, eso si. Por lo demás tiene sus preferencias, pues hasta los ascensores tienen su corazoncito. A aquellos que le resulta molesta su presencia, o, simplemente, indiferente, les sube o baja a una velocidad inaudita, como si quisiera desprenderse de su presencia cuanto antes. Por el contrario, a los que gozamos de su simpatía el trayecto es lento, lentísimo, como si quisiera disfrutar al máximo de nuestra compañía. A mi me tiene especial simpatía, no en vano ha sido cómplice de mas de un nocturno escarceo amoroso. A veces se siente juguetón y hace una parada inoportuna. En estos casos le hablo con cariño diciéndole que no sea malo, que basta de hacer travesuras y que se ponga en movimiento de una vez. Se que le gusta que le hablen así pues los pobrecitos ascensores llevan una vida muy solitaria ignorados por todo el mundo. Da unos ligeros movimientos de alegría y ya me sube, o baja, según el caso, sin mayor problema. Claro que otras, por mas cosas bonitas que le digas, se pone tozudo y no te hace ni caso. Tendrá un día malo, estará enfadado o sabe Dios que le puede pasar, pues la sicología de los ascensores es la mar de complicada.

También es un pelín resentido y no olvida tan fácilmente las ofensas, los menosprecios y los malos tratos. En esto se lleva todas sus antipatías Julia, mi vecina del piso de abajo. La que sabe de mi vida y milagros mejor que yo misma pues siempre tiene la oreja y la mirada curiosa bien dispuestas y la imaginación a punto, pues lo que ignora se lo inventa. La cotilla por excelencia de la comunidad. La que me ha obligado a adoptar la determinación de descalzarme cuando regreso de una noche de juerga para evitar tener que escuchar sus reproches sobre el “mucho” ruido que he hecho con mis zapatos de tacón que la han despertado y levantado un dolor de cabeza “insufrible”, porque ¡Vamos! A las seis y media de la madrugada (o cinco y cuarto o siete menos diez ... que la hora debe anotarla en un papel) la gente “normal” lo que quiere es dormir que despiertos “por ahí” solo hay gente “como yo”. En una ocasión oí que comentaba a mis espaldas que se conoce que como a mis padres les gusta practicar el “golf” les había salido una hija “golfa”. Muy ocurrente el símil. Ya se sabe a qué se refiere cuando alude a esa gente “como yo”. Imagino que en el grupo también incluiría igualmente a taxistas, barrenderos y ese sin fin de personas que están en vela a tales horas en vez de durmiendo como las “normales”. Si las miradas fueran cuchillos ya me hubiera obsequiado con toda una cuchillería clavada en mis espaldas. No me tiene mucha simpatía que digamos, no. Tampoco se la tiene al pobrecito ascensor al que no solo se refiere como “trasto inútil” que es, como todo el mundo sabe, el mayor insulto que se le puede dar, sino que cuando pulsa algún botón lo hace con tal saña como si quisiera sacarle un ojo. No es de extrañar que tome su revancha transportándola a saltitos como si tuviera hipo, abriendo sus puertas cuando queda una cuarta para el rellano o echarse a dormir plácidamente entre dos pisos.

El pasado domingo ocurrió uno de esos acontecimientos que, por puro morbo, me hubiera gustado presenciar. Soy así de mala. Pero como no ha sido así, tan solo puedo hablar por lo que me han contado por aquí y por allá. Resulta que mi impertinente, criticona y gorda (eso también) vecina quedó atrapada dentro del ascensor. Cosa de algo mas de un cuarto de hora, pero debió merecer la pena el espectáculo. Dentro de la cabina hay un botón de color rojo que hace sonar el timbre de alarma. Es como si nada pues tiene un sonido tan ronco que hasta no estás encima de él, en el cuarto piso, ni te enteras. Otro botón de color blanco que da la alerta en la compañía de servicio 24 horas de servicio reparaciones. Teóricamente cuando se pulsa un técnico debería mirar su procedencia y, sin mas dilación, correr raudo y veloz en socorro del enclaustrado. Eso en la teoría que en la cruda, crudísima realidad puedes pulsarle hasta que se te doble el dedo que tanto va a dar. Personalmente creo que está de mero adorno. También está bien visible el teléfono de este servicio de 24 horas. Valer no vale para mucho pues aún en el supuesto de que el atrapado disponga de un teléfono móvil, desde dentro de la cabina y con las puertas cerradas no hay cobertura, pero es todo un detalle la información que se agradece. Lo mas socorrido es esperar a oír los pasos de algún vecino y darle un grito para que te saquen del encierro. Al efecto hay dos llaves que permiten abrir las puertas desde el exterior. Una de ellas, sinceramente, no tengo ni idea de dónde está, y mucho me temo que la mayor parte de la comunidad estén en la misma ignorancia que yo. La otra la tiene el jefe de escalera, pero para eso hace falta encontrarle en casa y que sepa dónde la ha guardado. Todo un lío. Queda el recurso de que se telefonee desde el exterior al servicio de 24 horas e insistir en la urgencia, es algo mas larga la espera pero normalmente es la única solución.

El que mas y el que menos ha pasado por esa experiencia nada agradable. Qué se le va hacer. Ya se, ya se que en mi caso, pues mira, le hablo amablemente al ascensor y fíjate que hasta resulta en muchos casos y todo. Si es que no, pues eso, a aguantarse y a esperar. El caso de Julia es particular. No solo tiene verdadera manía al pobrecito ascensor sino que tiene verdadero pánico a quedarse atrapada en su interior aunque solo sean dos minutos. Se pone histérica, aunque a decir verdad no le hace falta mucho para ello. Debería estar acostumbrada pues, con mucho, es la que mas ha “disfrutado” de ese trance. Pero no.

Tan solo hay una cosa que le aterrorice mas en esta vida y es el encontrarse cara a cara con “Bolita”, el mastodóntico perro lanudo del vecino del octavo, aunque esto es mas que comprensible pues a mas de uno y mas de dos este encuentro les ha dejado sin respiración. Pues vale, en este caso apenas Julia hubiera pulsado el botón de su piso, apareció “Bolita” como una exhalación, se introdujo en la cabina y tras él se cerraron las puertas antes de que su dueño pudiera impedirlo. El ascensor apenas si ascendió un metro que antes de llegar al primer piso ya se había atascado. Julia y “Bolita”, “Bolita” y Julia ¿Hay algo mas romántico que los dos solitos en la intimidad de la cabina del ascensor?

Sobre “Bolita” ya he hablado en una entrada anterior titulada “El perro del octavo” (
http://solselenia.blogspot.com/2008/03/el-perro-del-octavo.html). En aquélla ocasión ya señalé que, pese a su aspecto tan imponente que parece que te va a devorar es la cosa mas pacífica y cariñosa que hay. El peligro no reside en que te de un mordisco con esos caninos que parecen los de un tigre sino precisamente en su amabilidad. Por puro cariño semejante mole puede dejarte mas aplastada que un sello de correos, asfixiarte con ese pelaje lanudo que parece el de todo un rebaño de ovejas, o deshacerte a fuerza de lametazos. Hay cariños que matan y este es uno de ellos. Existe el detalle añadido del olisqueo. Principalmente de las “partes bajas”. Sobretodo de las féminas que debemos expedir un efluvio especial que le apasiona. Subir en su compañía es como ir cabalgando sobre su hocico. Naturalmente, y por razones obvias, la cosa puede complicarse notablemente cuando se lleva falda en vez de pantalones. La discreción no figura, desde luego, entre sus virtudes.

Julia y “Bolita”, “Bolita” y Julia, los dos juntitos y solitos en la intimidad de la cabina. Qué maravilla. Parece ser que, en un principio al percatarse de la situación, Julia soltó un gritito afilado como un cuchillo y tan estridente como la sirena de los bomberos. “Bolita”, alegremente, la replicó con un par de ladridos que hicieron temblar hasta los cimientos del edificio. No se repitió ningún gritito afilado como un cuchillo y tan estridente como la sirena de los bomberos. Desde el exterior, José, el dueño de “Bolita”, el que se había quedado con las narices pegadas a la puerta del ascensor cuando se cerró y que aún debía continuar de esa guisa, daba instrucciones a su animalito para que fuese bueno, estuviera formal, se portara bien y otras memeces semejantes que a lo único que conducían era a la replica de ladridos que venían, mas o menos, a significar algo así como “no te preocupes por mi que lo estoy pasando en grande”. Luego se dedicó a subir y a bajar la escalera llamando en todas las puertas en busca de ayuda. Por ser domingo y hacer buen tiempo, del vecindario tan solo quedaban “cuatro gatos” y ninguno de ellos conocía el paradero de la famosa llave que pudiese abrir la puerta del ascensor desde el exterior, ni se encontraba entre ellos el jefe de escalera con la otra llave. Allá, desde el encierro, venía un ruido semejante al que puede producir toda una promoción de escolares adolescentes festejando en una discoteca el fin de curso, al son de una extraña música a base de ladridos y agudos “¡¡¡hiiiiiiiii!!!”. A alguien se le ocurrió lo mas lógico como era el telefonear al servicio de urgencias del ascensor y hubo suerte que el técnico acababa de realizar un servicio justo al lado de nuestro inmueble.

En fin. Sacaron a Julia. Hecha una piltrafa, desgreñada, en la exaltación del histerismo, pero la sacaron. Cuando se acercó Jose para disculparse por las “posibles” molestias que le hubiera podido causar su perro poco faltó para que le arañase. Un par de vecinos la acompañaron por la escalera camino de su vivienda, parte porque era presa de una gran nerviosismo, parte porque ellos también deberían seguir el mismo camino para llegar a la suya. Desde el portal se la iba oyendo despotricar contra los perros, los dueños de los perros, los ascensores, los técnicos de los ascensores y sobre la madre que parió a todos ellos. Exigía también que se convocase una reunión de la Comunidad con carácter de urgencia para tratar el tema. José, discretamente, optó por dar un largo paseo con su mascota. El técnico, por su parte, miró y remiró el ascensor sin encontrar absolutamente ningún fallo. Misterios de la vida. Fue salir mi vecina y el artilugio ponerse a funcionar a la perfección. Subió hasta el último piso y bajó hasta el sótano varias veces sin el mas mínimo contratiempo. Finalmente, acompañó, en un último viaje, a los dos o tres vecinos, que permanecían expectantes en el portal, hasta sus respectivas plantas. Ya he dicho que este ascensor tiene una gran personalidad y que cuando quiere, quiere y cuando le da porque no pues no hay nada que hacer.

Confieso que me hubiese gustado que una cámara oculta filmase lo acaecido en el interior de la cabina durante esos pocos pero intensísimos minutos. Llámenme morbosa o lo que quieran, pero me hubiera gustado. Me quedaré con la intriga, claro está. Inútil preguntar a “Bolita” que con mal que se me dan las lenguas como para intentar hablar en “lenguaje perruno”. El ascensor, por su parte, también guarda celosamente el secreto. Parece, eso si, como si estuviera mas alegre, y hasta que de cuando en cuando se le escapara una especie de risita picaresca, pero eso es todo. Que debió merecer la pena el espectáculo no me cabe ninguna duda, pero por no estar, ni siquiera formé parte de los vecinos que escucharon el jolgorio desde el otro lado y ayudaron a salir a la interfecta que todo lo se de oídas. Que se le va hacer. También me perdí cuando ese cometa que no recuerdo como se llama pasó tan cerca de la Tierra y que era un hecho que no se volvería a repetir. Una verdadera lástima.