Paisaje con nubes

Paisaje con nubes
SOL (Paisaje con nubes)

domingo, 15 de febrero de 2009

UN SOPLO DE ILUSIÓN





                                                                            SOL (Dilema)


Cuando era chiquirritaja, pequeñita como un comino, tan pronto como aprendí a dar mis primeros pasos y a pedir mis necesidades fisiológicas, mis padres solicitaron plaza en la guardería mas cercana a nuestra casa y, una vez depositada mi personita entre una nube de chiquilluelos mocosos y llorones, exhalaron un profundo suspiro de alivio propio del que acaba de liberarse de una pesada carga. De aquel “aparcaniños”, primera experiencia en la vida fuera de las ataduras del control materno, apenas si conservo algún que otro difuso recuerdo. Tan difuso que es como si nada. Si acaso la figura de aquel niño gordito, gordito que me atraía lo mismo que el imán al hierro. Tenía los ojos redonditos, redonditos como círculos. La boca, siempre abierta, también era redondita, redondita. Todo él era pura redondez. Hasta cuando lloraba en vez de hacerlo gimoteando o berreando como cualquier otro niño, soltaba un larguísimo “OOOOOOOO”, como una extraña sirena de bomberos. Como ya he dicho, me atraía poderosamente y en cuanto le veía procuraba esquivar la vigilancia de la “seño” para correr presurosa a su lado. Tenía unos carrillos regordetes y coloradotes que me hechizaban . Francamente apasionantes. Una bofetada en el derecho sonaba algo así como “¡Plafff!”. Muy distinto del izquierdo que era “Plofff”. Ahora bien, si se daban las bofetadas en ambos carrillos a la par, como si se estuviera aplaudiendo, se obtenía un nuevo sonido, “¡Chaffff!”. Realmente cautivador. Acto seguido, emanaba por aquella boquita redondita, redondita, un larguísimo “OOOOOOOO”, emulando a una extraña sirena de bomberos. Nunca defraudaba. Lamentablemente no era muy proclive a tales experimentos. Mas aún, verme y salir corriendo como alma que lleva el demonio era todo uno. Tampoco podía contar con la colaboración de la “seño” quien procuraba por sistema mantenernos alejados uno del otro todo lo que daba de si el espacio del aula y hasta me obsequiaba diciéndome que era una “niña mala”, lo cual no era en absoluto cierto, en todo caso podría haberme tildado de “curiosa” que es bien distinto. Pero ya se sabe lo poco que comprenden los “mayores” la mentalidad de los “niños”.

Algún tiempo después mis padres me trasladaron a una nueva guardería sita en un colegio religioso donde, posteriormente, seguiría recibiendo enseñanza. Mas grande que el anterior, mas agradable, mas colorido y con mas niños. Nuevas experiencias, nuevas maravillas me aguardaban. Llamó mi atención la existencia de dos cuartos de baño rigurosamente separados, uno para niños y otro para niñas. Por aquel tiempo en nuestra casa tan sólo teníamos uno y con tan exiguos medios nos apañábamos toda la familia. Aquí había dos. Tanto me sorprendió el descubrimiento que lo puse en conocimiento de mis progenitores tan pronto vinieron a buscarme, asombrándome de la poca expectación que en ellos despertaba tan valiosa información. Por lo demás ambos lugares eran idénticos: una pequeña estancia en una de cuyas paredes existían unas perchas para colgar los “babis”, salvo que la “seño” nos enviara con él a casa para que nuestra madre lo metiera en la lavadora que constituía el caso mas frecuente. En otra de las paredes, algunos lavabos para limpiarnos las manos y de paso dejar perdido de agua suelo y ropa. En otro de los lados de la habitación, las tres o cuatro cabinas con los inodoros.

Idénticos, si, pero había “algo” que los diferenciaba y ese “algo” era la “prohibición”. El meterse de “rondón” en el aseo de los chicos para hacer “pis” constituía una osada aventura y un placer de dioses. Cuando ellos se enteraban del ultraje recibido bramaban de indignación jurando tomar crueles represalias. Si se descubría algún chico “mancillando” nuestro lugar, se empujaba con fuerza la puerta de la cabina para lograr que se orinase sobre piernas y zapatos. Entonces le gritábamos a coro “¡¡¡MEOOOON!!! ¡¡¡MEOOON ¡!!” Que constituía el colmo de los insultos.

Existía, no obstante, un pequeño detalle que diferenciaba notablemente nuestro aseo del de los niños, y era el de un cuadro enmarcado, situado en la pared de los percheros, representando a un iracundo anciano barbudo sentado sobre una nube áurea, tocado con una especie de gorrito de forma triangular, en cuyo centro campeaba un formidable ojo que parecía mirarte fijamente. Detrás de tan tremendo personaje salían unos haces de luz a diestro y siniestros, en tanto que a su alrededor media docena de niños alados tañían instrumentos. La parte inferior de la lámina, sumergida en la oscuridad, quería representar una especie de bosque en cuyo centro un hombre y una mujer envueltos en un “algo” que lo mismo podían ser pieles de animales, que hojas de árboles pegadas a sus cuerpos, o pura suciedad por no haberse lavado en no se cuanto tiempo, ofrecían una expresión entre alucinada y perdida. El conjunto era tan terrorífico que cuando colgábamos o descolgábamos nuestros “babis” cuidábamos muy mucho de levantar nuestras vistas.

Un buen día la “seño” tuvo a bien explicarnos que el anciano en cuestión era nada menos que Dios. Todas dijimos “¡Ah!” pues como hasta el presente ninguna había visto ninguna foto de tan Egregio personaje no teníamos motivo alguno para poner en duda sus palabras. Amplió la información añadiendo que cuando nos muriéramos iríamos a su lado donde permaneceríamos siempre, siempre, siempre y a todas nos recorrió un escalofrío por la espalda. A mas de una se le pasó por la cabeza si, llegado el momento, no habría otra alternativa posible, pero no se atrevió a preguntar. “Seréis igual que estos angelitos” .Nuestras miradas infantiles escrutaron las figuras de aquellos sonrosadotes y musicales niños alados. Todos “niños” y ninguna “niña”. Nuevamente dijimos “¡Ah!” mientras nuestras cabecitas bullían con las mas peregrinas ideas. La conclusión sacada con la explicación fue la de que en aquel incierto Mas Allá si bien nos veríamos abocadas a estar por siempre jamás junto aquel viejo irascible que tanto nos imponía, en compensación aprenderíamos a tocar diversidad de instrumentos musicales y nos saldría “colita”.

Por supuesto que hubo aluvión de preguntas. La pareja con cara de angustia representaban a nuestros primeros padres. El hombre y la mujer mas antiguos que nunca existieran sobre la Tierra. En mi inocencia infantil pensé, en un principio, que se refería a los abuelos de mi padre a los que no había llegado a conocer aunque había oído hablar de ellos en varias ocasiones. Mas tarde me di cuenta de lo equivocada que estaba que con ser éstos bastante antiguos a los que se refería la “seño” lo eran mucho mas. Además no se llamaban Tomás y Ramona sino Adan y Eva. No, No es que se tratase de un tuerto al que le faltaba el resto de la cara, que era el “ojo que todo lo ve”, el que nos vigila día y noche de continuo. Tal confidencia nos produjo terribles pesadillas durante una larga temporada. Tampoco se trataba de ningún “gorrito”, ni “sombrerito”, ni de cualquier otro artilugio para cubrir la cabeza sino de la representación de la Santísima Trinidad que era un misterio muy misterioso que como nadie era capaz de comprender por eso se le llamaba “misterio”. Muy formalitas, muy boquiabiertas a cada explicación seguíamos respondiendo con un “¡Ah!” propio del que no se entera de nada y empieza a aburrirse. Cuando, en su día, me enseñaron que un triángulo pueden ser “equilátero”, “isósceles” o “escaleno”, sonreía y dentro de mi añadía “o misterioso”.

Como la improvisada explicación tuvo lugar en el aseo de las niñas y sólo para nosotras, ni que decir tiene que, a penas llegamos a la clase, nuestros compañeros varones nos rodearon de inmediato. Nos hicimos “las interesantes” manteniéndoles en la intriga. Por poco tiempo, claro está, que pronto una cedió un poquito y las demás, que estábamos deseando dar nuestra versión, nos unimos de inmediato en un “guirigay” de voces chillonas. Lastima de no poder tener grabadas nuestras explicaciones que no tendrían desperdicio alguno. La “seño” había permanecido con nosotras escasos minutos, y aunque ninguna había entendido ni “papa” de sus explicaciones, esos escasos, escasísimos minutos dieron lugar a días enteros de una nueva versión de la historia en la que cada cual aportaba su “granito de arena”, fruto de su particular imaginación. Y ya se sabe que la imaginación de los niños no tiene límite. En lo que mas insistimos, quizá por lo espeluznante que podría resultar a los oyentes, fue en lo del “Ojo que todo lo ve”. Una niña lo rebautizó como “el ojo sanguinolento” y como a todos nos pareció de maravilla se quedó con tal nombre.

En fin. Recuerdos de mi niñez. Va a ser ésta la primera publicación de haga en mi “blog” este año. Medio terminada tengo en el ordenador otra bastante distinta, candidata a satisfacer la voracidad de la Papela de Reciclaje. A su vez ha sustituido a una anterior y ésta a otra. En ellas hablaba del mundo gris que nos rodea, tal y como lo siento y veo. De esta “crisis” llovida del cielo que nadie entiende y que se ha pegado como alquitrán a nuestra piel. De los casi cuatro millones de parados. De un Gobierno incapaz que ensarta mentira tras mentira y engaño tras engaño. Del despilfarro de los gobernantes a costa de las necesidades de los gobernados. De la insensatez, del abuso, de la intolerancia, del atropello, de la injusticia. Y,especialmente, de la falta de confianza y pérdida de ilusión que veo en los rostros de la gente con la que me cruzo. No son temas muy agradables, la verdad. Quizá algún día incida sobre ellos, pero no ahora. He preferido rebuscar en mis recuerdos hasta encontrar esta historia sencilla y tonta perdida en el tiempo, en un mundo feliz, donde las “grandes preocupaciones” eran nimiedades y la fantasía e ilusión compañeras inseparables de nuestras vidas.