Paisaje con nubes

Paisaje con nubes
SOL (Paisaje con nubes)

lunes, 25 de febrero de 2008

ENCUENTRO CON MI "YO"





                       
         



                                                         SOL    (DESPERTAR EN EL UNIVERSO)



Hoy ha amanecido un día de esos que lo que menos te apetece es levantarte de la cama. Si acaso, hacerlo para tomarte un chocolate calentito con churros, y de nuevo volver a buscar de un brinco refugio entre las sábanas. Una bruma grisácea oculta por completo el trocito de mar que, entre los bloques de edificios aún puedo ver desde mi ventana. No es mucho pero para mi lo suficiente.

Ayer sin, embargo, hizo un día sorprendentemente bueno. Casi de primavera. Cielo despejado, ni una ráfaga de aire y el mar tranquilo como una balsa. De maravilla.

Por la mañana estuve en la playa. La primera vez que piso su arena en este año. Prácticamente estaba vacía. Toda para mi solita. Si acaso algún paseante en el paseo marítimo, alguno de ellos con su perrito, y nada mas. Una delicia. Me acompañaba el suave susurro de las olas al lamer la arena y los graznidos de una nube de gaviotas revoloteando en un punto no muy lejano de mi. ¿Se puede pedir mas? Buscaba la soledad, el encuentro conmigo misma. Lo buscaba desesperadamente. La vida cotidiana que llevo, ese ir y venir sin parar, los amigos. Vale, vale, agradezco mucho que estén pendientes de mi, que me busquen continuamente. Me encanta su compañía ¿Cómo no? Pero también me encanta rebuscar dentro de mi, encontrar mi propio yo, sumergirme en mi mundo particular, ese mundo particular de cada cual que existe dentro de cada cual. Últimamente me he descuidado bastante, he dedicado todo mi tiempo a los asuntos reales de la vida cotidiana y nada a mi propio yo.

Chandal y deportivos. Un corto paseo enfrascada en mis pensamientos. Las alegrías, pesares, éxitos y fracasos de la vida real. Asuntos banales a fin de cuentas. Ante mi fue apareciendo como retazos de una película todo “mi” Mundo. El Mundo que me ha venido acompañando hasta el presente y que últimamente parecía cambiar a una velocidad de vértigo. Como si de pronto se precipitase. Hasta ahora el tiempo parecía moverse sobre una superficie plana. Los años transcurrían, eso si, pero cada cual permanecía en su sitio con sus gustos, sus aspiraciones y sus manías. Ahora, es como si esa superficie plana hubiera tomado de pronto relieve y, a la vez, se hubiera disgregado en mil pedazos. Mis amigos, las personas que quiero, siguen siendo mis amigos y las personas que quiero, pero ya no ocupan el lugar inamovible de antaño. Muchos han ido buscando su sitio en la vida donde encontrarán otros gustos y aspiraciones, y adquirirán nuevas manías. Seguirán conservando, eso si, su cariño hacia mi, como yo conservaré el mío hacia ellos, pero poco a poco se convertirán en personas distintas a las de mis recuerdos, como yo también cambiaré hacía los suyos. Es lógico, pero no por ello produce una cierta tristeza de melancolía. Yo misma me siento distinta de la de hace un año, y sin embargo de la de hace un año a la de hace cinco no parece haber variación. Me vinieron a la cabeza todos aquellos amigos a los que he tratado de ayudar, con los que me he volcado, a veces hasta el agotamiento, que de pronto parecen haberse esfumado. No es que piense que no se acuerden de mi, simplemente que por pereza o por mejores quehaceres parecen haberse puesto de acuerdo para no dar señales de vida. Tuve como una especie de amargura, pero la rechacé pensando que su mutismo era buena señal que había logrado el fin propuesto que era, a fin y al cabo, que pudieran valerse por si mismos sin mi apoyo. Pero no por ello pude evitar un nubarrón de tristeza. Nos movemos sin darnos cuenta. Estamos en continuo movimiento y solo lo percibimos cuando nos hemos alejado lo suficiente para llevarnos la sorpresa de que lo que creemos que nos rodea y está al alcance de la mano, se encuentra ahora distante. Supongo que es así la vida, un continuo cambio imperceptible.

En el centro de la inmensa playa, sola, como un naufrago en una isla desierta. Primero unos ejercicios de precalentamiento para despertar músculos y articulaciones. Luego, empecé a realizar la sucesión de movimientos del Tai-Chi. Primero en la modalidad de “fuego” ”, a base de golpes rápidos, secos y precisos contra un adversario imaginario. Es la aplicación marcial por excelencia de este arte, pero a la vez sirve para descargar toda la tensión, tanto física como psíquica, acumulada en el interior, y yo tenía necesidad de librarme de un lastre invisible que, sin darme cuenta, se había ido apoderando de mi, amenazando con ahogarme. Me encontraba torpe. Últimamente había descuidado demasiado su práctica. De ser una lucha real no hubiera bloqueado el golpe del contrincante, mi puño tan solo le hubiera acariciado y habría acabado dando tras pies al intentar dar una patada. No importa, de lo que se trata es de descargar toda la negatividad y esta práctica hace milagros. Acabo agotada y han sido tan solo unos minutos. En el Paseo Marítimo se han detenido un par de curiosos.

Unos ejercicios de Chi-Kung para sosegarme y romper la secuencia y continúo con la modalidad del Tai-Chi en “agua”. Es mi preferida. Es como un baile. Aquí predomina la armonía. Los movimientos se enlazan suavemente unos a otros asemejando al ir y venir de las olas del mar. El escéptico que lo mira desde la distancia puede que piense que es una de tantas chaladuras, no así el adepto que sabe muy bien que tras esta especie de danza se oculta algo mucho mas importante como es el cargarse de la energía positiva que nos da la tierra, el mar, el cielo. Todo lo que nos rodea.

Nuevos ejercicios de Chi-Kung y ahora es la modalidad en “tierra” la que inicio. Resulta mas difícil de lo que puede parecer al profano. Los movimientos deben ser lentos. Desesperadamente lentos. Hay que sentir cada músculo, cada articulación. La concentración sobre el propio cuerpo debe ser total. Tan absoluta que todo desaparece a mi alrededor. Suelo realizar este ejercicio con los ojos cerrados y es idóneo para sentirse a si mismo, para reflexionar, para asentar las ideas.

Son ya alrededor de la docena los desocupados que están mirando. Supongo que pensarán que estoy “pirada” o algo así. No importa. Si fuese Verano y me vieran en alguno de los apartados rincones que trato de encontrar para estos quehaceres, sin duda les agradaría mucho mas pues, siempre que es factible, me gusta practicar los ejercicios sin ninguna ropa encima de mi cuerpo. Ya digo que siempre que es factible, lo cual es mucho decir ya que cada vez resulta mas difícil encontrar lugares solitarios. El año pasado, por ejemplo, encontré un sitio ideal en pleno bosque. Un pequeño claro rodeado de árboles al que solo se podía acceder por un angosto pasadizo. De lo mas discreto. Ni un atisbo de vida humana en leguas a la redonda, sólo el trinar de los pájaros, el murmullo de las hojas al moverse con el viento y esos mil ruiditos típicos de tales lugares que no se saben a ciencia cierta a qué son debidos. Como decía, un lugar ideal. Pues bien, en plena postura del “loto” me sacó de mi meditación la desagradable sensación sobre mi cuerpo de dos húmedos hocicos que me olisqueaban . Al abrir los ojos vi ante mi un par de perros que me miraban sorprendidos y cinco metros mas atrás sus propietarios, cazadores a juzgar por la escopeta y atuendo, no menos sorprendidos que sus sabuesos. No era para menos. Darse de narices con una chica desnuda, en el colmo de la abstracción, en un lugar donde lo normal sería hallar un jabalí, un conejo o, si cuadra, una lagartija, no es algo que se dé todos los días. Pero esto ya es otra historia.

Meditación. Me gusta hacerla sentada en la postura del “loto” o echada boca arriba, pero no sería posible por la humedad. Hube de inclinarme por la meditación de pie que recomiendo encarecidamente a cualquier lector que tenga inclinación hacia estas artes, advirtiendo, eso si, que bajo su aparente sencillez encierra una gran dureza. Sus beneficios son increíbles, pero el cuerpo acaba tan dolorido como si le hubieran metido a una en una batidora. Básicamente consiste en caminar muy lentamente, como a cámara lenta, desesperadamente lenta, en un amplio círculo. Toda lentitud que logremos es, aún, demasiado rápida. Y es aquí donde reside su dificultad pues el propio cuerpo tiende a caminar mas “deprisa” para llegar “antes”. Es un absurdo puesto que al caminar en círculo nunca se llegará al final. Según el maestro tailandés que me enseñó esta técnica, “hay que caminar como si se estuviera quieto”. Ya se sabe que los orientales se expresan de una forma que ya, ya. El cuerpo totalmente relajado, la primera vuelta con los ojos entreabiertos para reconocer el camino. A la segunda vuelta suelo cerrar los ojos. En cuerpo deja de sentirse y los movimientos de los pies se hacen inconscientemente. A partir de aquí, y según la habilidad de cada cual, se va entrando en una abstracción mas o menos profunda. Personalmente logro evadirme de toda sensación física, de todo lo que me rodea. Entro en un plano espiritual en el que visualizo una agradable luz azulada. Es como estar en otra dimensión. No hay que pensar en nada. Tampoco hay que luchar contra los pensamientos que llegan como ráfagas, simplemente observarlos con curiosidad e ignorarlos. Tan solo hay que concentrarse en la luz. Cuando se tiene una cierta práctica se llegará hasta una especie de Universo desconocido, totalmente inmaterial, indescriptible, lleno tan solo de sensaciones placenteras. A veces este estado tan solo se consigue durante unos segundos. Poco a poco la consciencia regresará al cuerpo sin que podamos evitarlo. De nuevo sentiremos el aire en nuestro rostro y oiremos los ruidos que nos rodean. Nos sentiremos somnolientos y bastante cansados, pero pronto se pasará. A veces se siente una un poco malhumorada. No importa. Notaremos enseguida que tenemos una gran energía en nuestro interior y que una gran paz nos rodea. En los siguientes días nuestra vida cambiará como por arte de magia, los problemas que antes nos agobiaban dejarán de ser tales y todo nos irá mejor. En fin, esta es mi experiencia que ahora ofrezco a quien desee.

Pasé delante de los inmoviles mirones que había seguido mi actividad. Me miraron en silencio, casi con veneración. Posiblemente no entenderían ni media de lo que habían visto pero se notaba que les había causado un cierto respeto. Me fui caminando hasta casa. Notaba como si caminase por las nubes. Me sentía feliz.

(Domingo, 24/FBR/08)

sábado, 23 de febrero de 2008

MI ESPECIAL DIA DE SAN VALENTIN

Ya pasó la dichosa festividad de San Valentín, a Dios gracias. Menos mal. Ahora ya tranquilita, en este aspecto al menos, hasta el próximo año. Mira que odio estos eventos que tanto parecen gustar a la gente y que no tienen ni pies ni cabeza. ¿Por qué esa manía de buscar “patrones” a diestro y siniestro para cualquier cosa? Por ejemplo, San Cristóbal es el patrón de los automovilistas ¿Alguien conoce una representación siquiera de este santo conduciendo un deportivo? Pues no. Ni montado sobre una bicicleta siquiera. Mas apropiado sería Ben Hur que al menos manejaba su cuadriga que era un gusto. ¿Sabíais que San Antonio Abad aparte de ser el “patrón” de los animales domésticos lo es, nada menos que, de los tejedores de cestos, fabricantes de pinceles, cementerios y carniceros? ¿Qué decir de San Francisco de Asis que no tenía un mal “pingajo” con que cubrir sus carnes como “patrón” de los fabricantes de tela? Suena a ironía, la verdad. ¿Y Santa Teresa de Avila como “patrona” de los agentes de la propiedad? A San Sebastián que siempre nos lo han representado atravesado de flechas como un acerico que le nombren “patrón” de los actores, pues qué queréis que diga. La primera y última actuación la que tuvo. Lo de San Felipe de Neri como “patrón” de los humoristas si que me llamó la atención. Lo imaginé como un tipo “cachondo” que Iría contando chascarrillos a diestro y siniestro y toda la gente revolcándose de risa a su alrededor. Pues no. Era un eremita, serio, calvo y barbudo como debe de ser cualquier eremita que se precie.

En el caso de San Valentín la lógica de su “patronaje” no anda muy a la zaga de los otros. De entrada, sobre su vida se conoce muy poquito. Tan poquito que casi es nada. Meras especulaciones. Dicen que fue un sacerdote que hacia casamientos de “tapadillo” cuando la Iglesia Católica estaba perseguida, hasta que un día le cazaron y pusieron fin a su afición por el expeditivo método de cortarle la cabeza que siempre resulta. También he leído que el tal sacerdote lo que hacía era llevar cartas de una princesa a su amante preso en las mazmorras por orden del rey, padre de la princesa. Al igual que en el caso anterior, acabó su afición de cartero con la cabeza por un lado y el resto del cuerpo por otro, pues cuando se enteró el rey de los devaneos de su hijita y de la complicidad del bueno de Valentín, le hizo poquísima gracia y ya se sabe como las gastaban los monarcas de la época cuando algo les molestaba. No se, la verdad casi que me inclino mas por la tercera versión que ha llegado hasta mi y es la de que se trata de uno de tatos inventos de la Iglesia Católica para suplir y poner fin a una fiesta pagana llamada Lupercalia que se celebraba el día 15 de Febrero. Su ritual era de lo mas simple. Acudían a un lugar determinado las mujeres que no podían tener hijos, o las que querían seguir teniendo la certeza de poder tenerlos, o , simplemente, a las que les daba la gana de ir. Las azotaban con cintas hechas de pieles de animales y acto seguido se ponían hacer el amor como locas. Ocurría entonces el “milagro” que iban buscando, quedando embarazadas. Bien simple. Parece ser que tuvieron muchísimo éxito y estaban concurridísimas.

La Iglesia Católica acabó de raíz con este rito tan popular poniendo en su lugar la festividad de San Valentín y trasladando el evento al día 14, no se muy bien por qué. Pero evidentemente no era lo mismo. De entrada nadie conocía quién era el santo que les llegaba y cuando se preguntaban unos a otros todos se encogían de hombros como diciendo “pues no se...será algún extranjero...algún “enchufadete” de la Santa Sede....¡Vete tu a saber!”. Se imponía una explicación y esa vino a través de los obispos que tampoco habían oído hablar de este buen señor en su vida, con lo que tuvieron que recurrir a su inventiva. El uno dijo lo de las cartas a la princesa que resultaba de lo mas sentimental, el otro lo de los casamientos de “matute” que era de lo mas aleccionador, y así. En lo que todos coincidieron era en asignar su procedencia a un país muy lejano y desconocido. También en que era el “patrón” de los enamorados, precisando, para que nadie se frotase las manos de gusto, que, naturalmente, dentro de los cánones morales marcados por la Santa Madre Iglesia. Evidentemente las cosas no volverían a ser lo mismo.

Sea quien fuere San Valentín, a mi modesto parecer, si de alguien debería ser “patrón” es de las confiterías, floristerías, joyerías y tiendas de “todo a 100” que ahora han pasado a denominarse “de los chinos”. Naturalmente, siempre y cuando en su oferta tengan un porcentaje apreciable de regalos “cursis” y “ñoños”, pues esa es otra. ¿Por qué se da por supuesto que los enamorados viven en el País de “Cursilandia”? Echar un vistazo a los productos que los comerciantes ponen a disposición de las parejas para obsequiarse mutuamente es para ponerse la cara de gallina. Al menos en lo que a mi respecta que, naturalmente, hay gustos para todos.

Y puestos a elucubrar, si se celebra el “día de los enamorados” ¿Por qué “sólo” se hacen regalos a la pareja? ¿Es posible que, en mayor o menor grado, no se esté enamorado de nadie mas? Me resulta difícil concebirlo. Aunque para efectos prácticos mejor dejarlo así. ¿Imaginamos el “mosqueo” del marido si su mujer recibe un ramo de flores del vecino de enfrente con una tarjetita que ponga “de tu enamorado”? Y si es a la inversa para qué hablar. En todo caso debería cambiarse el nombre y pasar a ser el “día de la pareja enamorada”. O quizá mejor, el “día de la pareja” a secas. ¿Y qué ocurre con los que no tenemos pareja? ¡Ay! Aquí hemos puesto en la llaga. Me explico,

El fin de semana anterior a la festividad me llegaron las primeras invitaciones. La primerísima de todas la de Jordi. Se disculpaba por no poder venir a pasarla en mi compañía. No contaba con él así que mejor. Se quedaba apenadísimo. Vale, vale. Sus pensamientos estarían conmigo. Está bien, está bien. Un correo la mar de sentimental. Celebra el día de los enamorados el 23 de Abril que además es su santo, pero no le importa en absoluto volver hacerlo en Febrero, o en cualquier mes, o en cualquier semana. Si no me pusiera enérgica le tendría aquí cada dos por tres. Y si cediese a sus pretensiones viviríamos juntos y así podríamos celebrarlo todos los días. Pues qué bien. No le anda muy a la zaga Lluis que como estuve con él el sábado la invitación la hizo personalmente. Y personalmente la rechacé. Toda una tragedia.

Tengo prohibido que me llamen por teléfono a no ser por un asunto de vida o muerte. Y al decir por “vida o muerte” no significa que cada cual valore ese concepto según su particular interpretación. Significa algo que sea de vital importancia. Les hago saber que al no vivir sola el resto de la familia no tienen por qué aguantar el timbre del teléfono sonando casi de continuo. No voy a presumir haber alcanzado con mi campaña “anti-teléfono” el éxito deseado, pero si un logro bastante importante.

La comunicación con mi persona se desarrolla a través del correo que es un medio útil, sencillo y sobretodo silencioso. Empiezan pues a llegarme e-mails. Al principio unos poquitos. Muchas gracias, pero lo siento, no va a poder ser. Conforme se acerca el día señalado aumenta la correspondencia. Se unen a las nuevas misivas las insistencias de los que ya he contestado rechazando. Nuevas propuestas, nuevas insistencias e insistencias de los insistentes. Nuevas disculpas por los rechazos. Debo hablar en chino o en mongol pues nadie entiende que haya contestado con un “no”. Acaban por dejar a un lado mis recomendaciones y el teléfono empieza a sonar como un loco. Las llamadas se concentran a la hora de comer y, principalmente, a la hora de cenar. Y mucho mas tarde de esa hora. Mi casa se convierte en una especie de cajita de música que acaba por “poner de los nervios” a toda la familia. El día 13 es el disloque padre. Como me lo se, el “truco” consiste en llegar tarde a casa. Cuanto mas tarde mejor. Sé que no me voy a librar de las airadas protestas familiares, como si yo tuviera alguna culpa, pero serán breves pues todos están deseando irse a dormir.

Al llegar a mi casa a mediodía del día 14, el teléfono mas que sonar atronaba. Descolgué. Grite al que estaba al otro lado del hilo sin preguntar siquiera quien era “¡ Gracias pero...!¡¡¡Noooo!!!” y colgué. Antes de dar dos pasos el zumbido del timbre taladraba de nuevo mis oídos. Aquello no podía ser y una, idea de esas que te llegan en los momentos de mas desesperación, pasó por mi mente. Tras contestar, dejé descolgado el teléfono. A grandes males, grandes remedios. De nuevo volvió la tranquilidad a la casa. Una delicia. Ni un molesto timbrazo mientras comíamos. Ni durante toda la tarde. Resultaba como extraño. Parecía un poco como me hubiera quedado sorda.

Fue cuando estaba terminando de arreglarme para salir a cenar cuando se desató la tempestad. El teléfono. El dichoso teléfono que había pasado a la historia en mis pensamientos, era el causante. Ya ves tu, mira por cuanto mi hermana, que tenía previsto celebrar la fiesta cenando con su novio en un restaurante acogedor lleno de velas, cupidos voladores y corazones traspasados por saetas, había estado esperando impaciente una llamada que nunca, nunca, nunca llegaba. Como todo lo que altera lo mas mínimo su relación amorosa alcanza para ella caracteres catastrofistas, empezó a pensar ¡Qué se yo! Que al mozo le había raptado una tribu de ninfómanas locas o que había sido atropellado por un desfile de camiones. Se puso nerviosa (no le hace falta mucho para ello), y del nerviosismo pasó a la histeria (tampoco necesita gran cosa) Cuando, al fin, se dio cuenta del motivo de que al mutismo era que el teléfono estaba descolgado todas las tragedias del Mundo parecieron desatarse de golpe. Gimió y lloriqueó un buen rato y como, naturalmente, según ella, la culpable era yo, preguntó lastimosamente a voz en grito por qué Dios la había castigado tan cruelmente con una hermana que se empeñaba en arruinar su felicidad. Intervino mi padre. Intervino mi madre. Entre ambos lograron calmar su histeria y convencerla para que hiciese lo primero que tenía que haber hecho que era telefonear a su amado. Oir su voz, calmarse y aparecer en su cara esa sonrisa de estupidez que tienen los amantes cuando están en el Séptimo Cielo fue todo uno. Claro que en cuanto colgó el teléfono clavó sus ojos en mi, jurando tomar las mas crueles represalias que se le ocurrieran.

Celebré San Valentín cenando con mi amigo Manel en un restaurante modestito pero acogedor, luego estuvimos hablando largamente en una cafetería. Desde que le conocí todos los días sin excepción recibo un correo suyo. Me habla de sus recuerdos, de las pequeñas cosas de su vida cotidiana, de sus añoranzas, de su hijo. A veces de cosas tan simples como del tiempo que está haciendo. De sus achaques. De la esperanza que ha vuelto a encontrar al final de su vida. Alguna vez me envía poesías que me dedica. “El día que no recibas carta mía será señal de que algo me ha ocurrido”, me escribió en cierta ocasión. No espera que yo le conteste, aunque cuando lo hago se pone muy contento. Se conforma con saber que hay alguien en quien confiar, que ya no está solo. Manel ronda los setenta años y hace seis que perdió a su mujer y con ella toda la ilusión por la vida. Fui yo quien le propuso ser mi acompañante en este día y en su contestación mostrando su extrañeza, pero aceptando, me confesó que se había emocionado. Aquélla noche le vi sonreir y en su mirada gris brillar un rayo de felicidad. Le acompañé hasta el portal de su casa. Al despedirnos cogió mis manos entre las suyas y una nube empañó sus ojos. Me dio las gracias agregando que era su “hada buena”.
- “En eso te equivocas que en realidad soy una bruja. Pero no hagas mucho caso ¿Sabes? Hadas y brujas son la misma cosa”.

Aquella noche tardé bastante en conciliar el sueño y, aunque no me lo ha dicho, creo a él le ocurrió lo mismo. Me sentía feliz. Muy feliz. Creo que si hay un día para el amor, la mejor manera de celebrarlo es dando todo nuestro cariño a quien mas lo necesita.

sábado, 2 de febrero de 2008

INSPIRACIÓN ARTÍSTICA Y CAFÉ CON LECHE:






Sol (bailarina florida)



Entrar en la casa que tenemos alquilada como Estudio es como hacerlo en la de los “soplidos”. Está tan decrépita y tiene tantas grietas, rendijas, ventanas que no ajustan y, en general, un conjunto de elementos constructivos que parecen caerse solo de mirarlos que hasta cuando hay una calma chicha, existen en ella corrientes de aire. En Verano hasta es de agradecer esta particularidad pues te refresca un poquillo, pero en Invierno la cosa cambia que es un gusto pues no parece sino que unos cuchillos de hielo te estén esperando a que pongas un pié dentro para clavarse en tu cuerpo. Tenemos dos estufas eléctricas, que mas bien son una y media ya que la segunda calienta tan poquito, tan poquito que casi se puede decir que solo sirve para adornar. No es pues de extrañar que, así como cuando hace buen tiempo aquel lugar bulle de animación, cuando las temperaturas descienden peligrosamente hasta convertirlo en una especie de sucursal de Siberia y haya que pensárselo dos, tres y hasta cinco veces antes de decidirse a meter las narices en una nevera, la casa simula a la de los “espíritus”, pues raro es que cualquier ser humano aparezca por allí. Las visitas que hacemos cualquiera de nosotros en estas circunstancias, son, por consiguiente, ocasionales y el tiempo justito antes de que se terminen de agarrotar los dedos y convertirse los pies en dos helados de vainilla.

El truco consiste en, entrar en la casa, correr escaleras arriba hasta el salón, enchufar las estufas a toda celeridad y desaparecer, como si te persiguiera el Diablo, al bar cercano donde se puede tomar un café calentito mientras se espera, con toda la calma, paciencia y optimismo del Mundo, que el ambiente se haya caldeado mínimamente a nuestro regreso. No es que se consiga gran cosa, la verdad. Si permaneces pegadita a la estufa que mas calienta, aún aún, pero en el momento que te separas de ella sin darte cuenta te vas quedando tiesa, hasta que tiritando de frío vuelves a acudir al cálido refugio del Bar donde, ni que decir tiene, somos viejos conocidos, o mas bien debería decir que entramos en la categoría de clientes habituales de esos que dan un cierto sabor a estos locales. Están los que acuden con puntualidad germánica a una hora determinada a tomar su café, los que se dejan caer por allí, de 9,30 a 10 de la mañana, para la cosa del almuerzo, el que va para hablar aunque nadie le haga caso, el borrachín que apura su vaso y hasta el tercer intento no acierta con la puerta de salida y nosotros somos... ¿Los “chiflados”, quizá? Si no tanto, si los que dan una nota de originalidad al local.


Recién finalizadas las pasadas vacaciones navideñas me acerqué una tarde por el Estudio, mas por la cosa de dar una vuelta por allá que hacía tiempo que no iba que otra cosa. Lo que se dice asomar las narices, echar un vistazo y marchar que la temperatura reinante y el airecillo frío que parecía que te iba a llevar volando no se prestaba a mayor dilación. Al aproximarme a la casa las luces encendidas me hicieron comprender que alguno de mis compañeros había tenido la misma idea que yo, lo que no me podía imaginar era la sorpresa que me esperaba en el interior.

El “maremagnum” de muebles, caballetes, pintura y utensilios varios que reinaba habitualmente en el salon, había sido vaciado, en lo posible, de éste al pasillo y las otras estancias a fin de dejar una amplia superficie libre para asentar un gran lienzo sobre el que bailoteaba Vicent con un bote de pintura en cada mano cuyos contenidos iba vertiendo descuidadamente como con espasmos. Se paraba a observar el resultado, extendía la pintura con sus pies desnudos o con la ayuda de la escoba (uno de los poquísimos utensilios de limpieza que poseíamos), volvía a contemplar la obra, intercambiaba los botes por otros de los que se alineaban alrededor del lienzo para hacer con ellos la misma operación, echaba puñados de arena de playa, de nuevo la contemplación y la extensión del vertido con los pies o la escoba. Cada poco corría estremeciéndose de frío junto a la estufa, para, casi al instante, volver a reanudar la faena. Ofrecía una vista de lo mas peculiar. Sobre sus hombros, a guisa de capa, una bata que en su origen debió de ser blanca y que en el momento presentaba una mezcla de colores sobre un fondo sucio. La utilizaba, parte, para abrigarse, parte para limpiar en ella sus manos, pies o lo que fuera menester y cada dos por tres resbalaba por sus hombros hasta el suelo, para mezclarse con el mejunje existente ante su total indiferencia. Cuando esto ocurría dejaba bien visible que salvo su ropa interior, calzoncillos y camiseta, no cubría su cuerpo ninguna otra prenda de abrigo, a no ser que se contaran los churretones de pintura que tenía desde la cabeza hasta los pies y que algo abrigarían, digo yo. De ahí los espasmos con que vertía la pintura.
Todo tenía explicación en un “golpe de inspiración” repentina en el que no cabía tiempo que perder en ir en busca de prendas viejas con que cubrirse sin miedo que se estropearan con la pintura.

Tal era su abstracción que hasta pasados unos largos minutos no se percató de mi presencia. Cuando se acercó hacia mi, esa especie de muestrario de pintura andante, señalando con un gesto de orgullo su obra e inquiriendo mi parecer, le felicité efusivamente diciéndole que nunca hubiera podido imaginar que aquel lugar que habitualmente parecía un basurero lograra transformarlo él solito en una verdadera pocilga.
También insinué que el pingajo que tan pronto cubría sus hombros como utilizaba para fines varios me recordaba vagamente a una bata de mi pertenencia que aunque sucia y bastante estropeada hacía mi avío.
Navegando, como estaba, en la nube divina de la inspiración pasó por alto mis sarcasmos para dedicarme un verdadero torrente de ideas sobre su nueva tendencia pictórica.

Vicente, había “redescubierto” últimamente las excelencias del Expresionismo Abstracto. Si antaño estas tendencias las había pasado por alto, al tenerlas nuevamente ante si quedó alucinado por ellas absorbiéndole de tal modo que toda su obra anterior la consideraba simplemente como basura. Alabó, como si una oración se tratase, las excelencias de Kooning, Gorky, Basquiet. Especialmente a Pollock con su obra a base de corretear y danzar alrededor y dentro del lienzo derramando al tiempo sobre él gotas y chorros de pintura, en lo que se conoce como “Dripping”

Todo eso estaba pero que muy bien, pero le hice ver que los pintores mencionados disponían para su uso exclusivo de grandes estudios en los que poder desarrollar a sus anchas todas sus fantasías pictóricas sin dar la lata a nadie y no como en nuestro caso que el espacio es tan escaso que desarrollar una obra como la presente implicaba que los demás nos veíamos abocados a no desarrollar ninguna, so pena que plantáramos nuestros caballetes en mitad de la calle. Lo comprendió, naturalmente, asegurándome que este era un hecho episódico ya que para sus siguientes composiciones tenía pensado hacer uso de la azotea, lo cual si que me dejó boquiabierta pues con el frío reinante correteando por la azotea de aquélla guisa constituiría algo digno de no perderse.
- “ Pues ya me dirás cuándo lo harás en la azotea para cobrar entrada a los vecinos por el espectáculo “.

A duras penas logré que se vistiera y llevarle tiritando hasta el Bar, refugio de nuestros fríos y como el calentador de la ducha hacía meses que estaba estropeado y solo de pensarlo la alternativa de ducharse con agua fría le hizo gemir de angustia, tuvo que ir tal cual., esto es, con pelo y cara tintado de mil colores semejando a un piel roja “hippie” con sus pinturas de guerra.

Su entrada en el local ni que decir tiene que causó una gran expectación entre los asistentes, todos del sexo masculino. Cesaron las conversaciones y todas las miradas siguieron como hipnotizadas a la extraña pareja que hacía su aparición. Siempre hemos solido despertar una cierta curiosidad, la verdad, pero en este caso el mechón tiznado de naranja, los churretones, azules y amarillos, que caían desde su frente hasta la mejilla derecha tapando parcialmente su ojo, la mancha verde de la nariz y la rojiza de su barbilla, y esas manos donde parecían haberse refugiado todos los colores de Arco Iris, le daban un aspecto de asistente fiesta de “Halloween” o de fugado de un psiquiátrico. Despertamos la lógica curiosidad, como ya he dicho, las miradas nos acompañaron, las orejas se amontonaron sobre la mesa que ocupamos y los ocho o diez parroquianos junto con el camarero permanecieron inmóviles anhelantes y Vicente no les defraudó.

Tras dos cafés con leche empezó a reaccionar. Su rostro, pálido como la cera, fue adquiriendo un tono rosáceo hasta tornarse en rojizo, como una manzana madura.
- “Creo que tengo fiebre”
- “Otra cosa me extrañaría. Deberías ir a tu casa y acostarte”
Pero puesto ya el pié en el acelerador artístico no estaba para consejos sobre algo tan prosaico como la salud. Bien a causa de su “fiebre artística”, bien por la propia del resfriado, posiblemente por ambas a la vez, volvió a disertar con el mayor énfasis sobre las excelencias de su nueva tendencia pictórica. No se dirigía particularmente ni a mi ni a los presentes, sino a un público imaginario y su tono era lo suficientemente elevado como para hacerse escuchar en un local cuatro mas veces mas grande. Los oyentes escucharon nombres que no habían oído en su vida e ideas que, a juzgar por los guiños de complicidad, les parecían, cuando menos, estrafalarias. En un momento dado pidió mi parecer sobre la conveniencia de utilizar algún animal con las patas tintadas moviéndose libremente por el lienzo. Esto provocó alguna risita rápidamente acallada para no perderse sus palabras.
- “ Un gato o un perro... quizá una cabra ....” – Me eché a temblar.
- “ A la vista de lo que he visto creo que lo mas apropiado sería un cerdo”

Vicent es un gran pintor. La vida para él tiene dos únicas finalidades, el sexo y la pintura. Así de sencillo y por este orden. Aunque, en lo posible, no tienen por qué ir por separado. Como sus requerimientos hacia el sexo opuesto suelen fracasar estrepitosamente se queda únicamente en pintor, resignándo los placeres eróticos a los límites estrictos de su imaginación que, dicho sea de paso, es muy extensa. No fue de extrañar que de los animalitos correteando con sus patitas tintadas, y puesto que la filosofía de su obra residía en expresar los sentimientos mas íntimos y ocultos del artista, acabara exponiendo una feliz idea que hizo estremecer de emoción a los oyentes.
- “.... Un gran lienzo blanco y sobre él hacer el amor con una mujer ... los dos con todo el cuerpo untado de pinturas de diversos colores, bien espesas, como si fueran alquitrán... revolcándonos sobre el lienzo y de cuando en cuando echando sobre nuestros cuerpos mas pintura ... podrían incorporarse otros elementos como arena, talco, serrín ... naturalmente algún tipo de cola ... a cada movimiento se irían marcando nuestras sensaciones, nuestro “yo” mas íntimo...”
Los oyentes asemejaban una colección de rodajas de sandía con esas sonrisas que les llegaban de una a otra oreja. Alguna que otra exclamación de apoyo animándole a continuar y todos los ojos cargados de picardía puestos en mi.
- “¡Estoy segura que con una idea tan romántica, tan romántica, como la que estás describiendo no te van a faltar candidatas!”

El camarero nos obsequió con dos “chupitos”, uno de aguardiente para mi compañero y otro de licor de manzana o algo así que puso ante mi. Vicent bebió ambos de un trago, se atragantó, tosió y siguió con una disertación que a mi me resultaba tan interminable como interesante al resto. Algún que otro empezó a participar esporádicamente en la conversación aportando ideas siempre sin salirse de lo de “hacer el amor” y el “revolcón”. Reían y me escrutaban de arriba abajo como si me quisieran desnudar.
- “ A la obra la titularía El “Polvo” Cósmico”
Todo el mundo aulló de emoción.

A trancas y barrancas logré arrancarle de su asiento. Nos despidieron efusivamente como a héroes. A Vicent poco faltó para que le ovacionasen. En cuanto a mi, recibí una lluvia de sonrisas cómplices que venían a significar algo así como que ya contaríamos qué tal nos había ido con el asunto de los cuerpos embadurnados, los “revolcones” y demás, ya que todos daban por sentado que íbamos a poner en práctica sus ideas sin mas dilación.

Le acompañé hasta su casa, en parte para asegurarme que ese era su destino y no el de nuestro Estudio, y en parte porque andaba como si estuviera borracho, aunque. Eso si, iba feliz.
- “ De modo que “El “Polvo” Cósmico” ¿Eh? Pues a lo que llevas encima bien lo podrás titular “La Gripe Atómica”
Y no me equivoqué en lo mas mínimo.

En fin, cuando termino de escribir esta pequeña anécdota ya es historia. El Estudio ha vuelto a tener su orden (o quizá debería decir, desorden) habitual. Aprovechamos el revuelo que había organizado nuestro compañero para hacer un poco de limpieza y hacer algo de orden. Antes, naturalmente, finalizó su cuadro que en principio tituló “mujer ardiente dentro del caos”, aunque no creo que sea su título definitivo. De momento lo tiene guardado en la parte baja de la casita y se ha resignado a acometer obras de tamaño mas reducido en tanto no llegue el buen tiempo que le permita utilizar el terrado. El camarero del bar me recibe con una sonrisa como una luna creciente y unos ojitos cargados de picardía. Qué se le va hacer. Por lo demás, todo sigue como siempre.