SOL (Un Mundo de Color)
Pasito a pasito ya tenemos encima las Navidades, aunque este año parecen menos Navidades que antaño y es que las fiestas no parecen que se lleven demasiado bien con la penuria económica que padecemos la mayor parte de la población. Las calles iluminadas con luces multicolores dan un cierto aire de triste resignación más que de alegría. Bajo ellas, la gente pasea, pasea y pasea. De cuando en cuando se detiene ante un escaparate y continúa paseando. Es lo más barato. Como hace un frío que pela las caminatas no se prolongan demasiado tiempo, el justo para airearse y saludar a dos o tres conocidos que se encuentren al paso. Los bares están bastante llenos de tertulianos que prolongan su estancia ante una sencilla consumición que se abstienen muy mucho de repetir. Los comercios con afluencia de público que mira, remira y vuelve a remirar los productos y, sobretodo, su precio. Se está muy a gusto en los establecimientos con esa calefacción que hace olvidar los rigores del exterior. Resulta entretenido revolver y rebuscar entre los mil productos que, finalmente, no se van a comprar. Es una manera de pasar el tiempo. Los restaurantes, en general, tienen reservadas sus capacidades, principalmente a la hora de la cena, en todo lo que nos resta de año. Han tenido que rebajar sus precios a costa de ofrecer menús más sencillitos, pero con todo, eso es buena señal. La de que de alguna forma la gente se revela y no se resigna ante esta amarga situación que sin saber por qué nos ha llovido del Cielo.
Pasito a pasito ya tenemos encima las Navidades, y como todos los años me han pillado desprevenida. Hace mas o menos un mes, me hice el “firme” propósito de que, lo que es a mi, este año, no me pillaban en esa sucesión de celebraciones de la que salía una con el estómago al revés y con la cabeza que no se sabía ni donde se tenía. Esos propósitos me los hice hace un mes o así, claro, luego me olvidé por completo y cuando ha llegado el momento me ha cogido tan de sorpresa como esa lluvia torrencial de verano que te cala hasta la ropa interior. Primeras proposiciones, pues bueno vale. Segundas, pues si a las anteriores les he dicho que “si” a estas no las voy a decir que “no”. Terceras, empieza ya el lío padre, no aceptan disculpas y además no se cuando ya me había comprometido con ellos. Y así…Más o menos como todos los años. Hay quien me ha dicho socarronamente que en estos días estoy más ocupada que un ministro. No se cuánto de ocupados pueden estar esos señores y señoras y, a decir verdad, nada me importa, en lo que a mi concierne bien puedo asegurar que estos días se convierten en auténtica pesadilla.
Problema añadido es el económico, dos y si acaso tres sencillas comidas o cenas pues hasta puedo absorberlas con mis paupérrimos ahorros. A la cuarta ya entro en la mas profunda crisis y, a partir de ahí, he de recurrir a la buena voluntad de mis padres, lo cual no me hace mucha gracia, como es de imaginar. En algunos casos, la reunión es en casa de alguno del grupo y la cena es de “sobaquillo” que se dice, de esas que cada cual coge alguna vianda de sus casas y luego se reparte lo que llevamos todos entre todos. Resulta mas asequible económicamente hablando, claro está, pero como eso ya lo hacemos habitualmente sin que sea Navidad pues no es plan. En ocasiones hay quién me invita y fíjate que bien. No suele ser muy usual que digamos pues la mayor parte andan tan mal como yo. Si acaso algún amante que quiere expresarme su pasión en una cena íntima y romántica, cuajada de violines húngaros y cupidos voladores. Pocos hay de esos, la verdad, primero porque encontrar un “sitio íntimo” para cenar en unas fechas en las que los restaurantes aumentan su capacidad al doble y te hacen estar como sardinas en lata, es como pretender tocar con un dedo en el Cielo. Segundo, porque si bien amantes apasionados no me faltan, a lo más que podrían llegar sus “posibles” es a invitarme a un “bocata” o una “pizza”, así sin más, sin violines húngaros ni cupidos voladores ni pececillos de colores. Si acaso a un paseo en coche en busca de un recóndito lugar, o al apartamento familiar playero que entrar allí es como hacerlo en el Polo Norte. Pero eso de romántico no tiene mucho que digamos.
Eventos, pues, desde comienzo del mes que hay quien está tan impaciente por iniciar las celebraciones que no puede esperar a mas. Al principio, poquitas, como fácil es de imaginar, la semana de los “puentes” pues tranquilita, tranquilita por estar la mayor parte de los conocidos fuera, la semana actual, de verdadero agobio, y la próxima, se adivina que va a ser un caos. A mayores, tendré que ayudar a mi madre a hacer las compras para los días de fiesta que se avecinan. Esto de las compras es algo que odio cordialmente. Ingenua de mí siempre confío que, por un extraño milagro, logre librarme de semejante quehacer, pero no hay forma. La que tiene una habilidad increíble para escaquearse es mi hermana, ya lo ves, y parecía tonta la moza. En fin, que me espera una semana de lo mas movidita, pero como eso es futuro no es cuestión de preocuparse ahora.
Hoy he decidido tomarme el día de descanso y permanecer en casa, encerrada a cal y canto, como un monje de aquellos que vivían toda su vida entre las cuatro paredes de la celda de su convento, sin hablar con nadie, nadie, nadie. Si acaso con algún pajarito que entrase por su ventana para visitarle, apiadado de su soledad. Bueno, esto es un poco exagerado, a decir verdad tan solo hace unas horas que estoy sola en casa que hoy hemos tenido, lo que se llama, “comida familiar al pleno”, de esas que te ponen un poco los pelos de punta pues lo que mas deseas es estar sola, pero que qué se le va hacer. Por otro lado, el teléfono ha sonado varias veces, intuyo que sea para mí, pero de momento he resistido la tentación de averiguarlo. Acabaré sucumbiendo, claro está. Todavía es muy temprano, aunque si miras por la ventana te parece que son las tantas pues es ya noche cerrada, y a fin y al cabo hoy es domingo, y un domingo sin darse un “garbeo” por ahí parece como que no.
De nuevo ha sonado el teléfono y he sucumbido estrepitosamente en mis propósitos de soledad que antes de que pudiera apercibirme de lo que hacía ya tenía el auricular en la oreja. ¡Ay, Señor, Señor! Admiro profundamente a los que tienen fuerza de voluntad, se mantienen en sus trece y saben decir que “no”. Por mi parte como de eso no tengo nada en cuestión de un segundo he decidido romper el monacato. Dentro de algo más de dos horas vendrán a buscarme un grupo de amigos para una salida de esas sin plan previsto que lo mismo puede finalizar en media hora o extenderse a lo largo de toda una noche. Una verdadera delicia. Y pasito a pasito continuamos con la fiesta.