SOL (Nubes de gatos)
¿A quién no le agrada encontrarse en medio de una reunión de chicas cada cual con su “movil” (o “celular” como dicen en América) pegado a su oreja? Puedo asegurar, con pleno conocimiento de causa, que resulta una experiencia inolvidable.
Mira por cuanto anteayer tarde me di casi de bruces en plena calle con una chica con la que tengo una ligera, ligerísima relación. Una relación tan difusa que, salvo conocer que se llama Mapi que tienen cuatro o cinco años mas que yo y que trabaja en una agencia de viajes, el resto de su vida y milagros es totalmente desconocido para mi. La clásica conocida de “Hola” y “Adios”, y si cuadra un par de frases estereotipadas.
Al verme, dejó de hablar por su “móvil”, vino hacia mi con una gran sonrisa, me estampó un par de efusivos besos en las mejillas y me saludó con un “¡Hoooolaaaaa! ¡Cuáaaaanto tiempo sin vernos! ¿Verdaaaaad?”. Acto seguido reanudó con la charla telefónica interrumpida, haciéndome, al tiempo, gestos de que esperara unos instantes. No me había dado tiempo a abrir la boca.
Confieso que lo primero que se me pasó por la mente al verla con la cabeza ladeada y la mejilla apoyada sobre su mano es si tendría dolor de muelas o se estaba hurgando con el dedo en la oreja, pero no, simplemente estaba hablando por su “móvil”.
Traté de separarme, discretamente, de una conversación que no me interesaba en absoluto, pero un nuevo gesto imperioso de Mapi me contuvo. Me quedé como una tonta contemplando los coches que pasaban y escuchando lo que me traía sin cuidado. Debía ser un tema divertido, a juzgar por las risitas de la moza, por lo demás el diálogo me asemejaba a una “peli” de espías de esas que se emplea claves secretas a diestro y siniestro para que no se entere nadie mas que los interesados.
- “¡Pues si”...”Pues si!”...”¡No me diiigaaas!”...”¡Ji, ji ji!”...”Entonces resulto que” ... ”¡Claaaro!¡Claaaro!” ... ¡Lo que te decía yo!” ... “¡Ji,ji,ji” ... ”¡Si al finaaal...!” ... ”¡Ji,ji,ji!” ... ”¡Naturalmeeeente!” ... “¿Y fue con....?” ... ”¡Qué fueeeerte!” ... “¡O sea que la cosa....!” ... “¡Ji,ji,ji” ... “¿Y lo de...?” ... “¡Andaaaaaa!” ... “¡Se veía venir que...” .... “¡Por supueeesto! ¡Y con la historia de...!”....”¡Ji,ji,ji”.... “Y si luego es que no es....” ... “¡Porque lo que me dijo quien sabes...!” ....”¡Ji, ji, ji!” ...
-
Cuando me cansé de contar los coches que pasaban, empecé hacerlo por colores. Dieciocho rojos, siete amarillo, veinticinco azules, seis metalizados en plata .... Luego pasé a los autobuses. Me sentía ridícula perdiendo el tiempo de esa forma tan absurda. Cada vez que abría la boca para justificar una rápida huida el gesto imperioso de mi compañera me lo impedía antes de que pudiera articular ni un sonido.
Al fin terminó. Se despidió con “luego de llamo, ahora no puedo hablar, acabo de encontrarme con una “amiga” a la que no había visto desde hace tiempo”. No era un final, final, tan solo un descanso. Por entonces, a la “amiga que no había visto desde hace tiempo” tenía los pies como si en sus plantas se clavasen todos los alfileres del Mundo.
- “¡Bueeeeeeeno! ¡Quiéeeen lo iba a deciiiir! ¡El tiempo que hace! ¡Tenemos muchiiiiisimo de qué hablar! Bueeeeno, cueeenta, cueeenta ¿Qué es de tu viiiida? ...”
- “Pues...”
Y eso fue todo lo que me dio tiempo a decir. Del bolso de mi compañera brotó lo que asemejaba ser un coro de borrachos afónicos cantando a voz en grito
- “¡¡¡ Tooooot el caaaaaamp, és un claaaaam, som la gent blaugranaaaaaaa...!!!”.
Era el “movil” de Mapi. Parece ser que su marido era “hincha” del “Barça” y por afinidad puso su himno en el aparato. Pues qué bien.
- “¡Mabel!¡Hooola cielo!”....”¡Ji, ji, ji!” ... “Oye, te iba a llamar, te iba a llamar” ....”¡Ji, ji, ji!”...”¡Siiii! ¡Acabo de hablar con ella! ¡Qué fueeeerte! ¿Verdad? ....”¡Ji, ji, ji!”....”¡Huy! ¡Eso no lo sabiiia! ¡De modo que...”
Aquí se volvió hacia mi para hacerme la confidencia de que era Mabel quien la llamaba. Agradecida por la información. (¿¿Y quién demonios era esa Mabel??).
- “Oye, yo casi me voy. Tengo que hacer unas cosas y ...”
Causa perdida. Sujetó mi brazo y tapó el micrófono del teléfono con la mano.
- “¡ De eso nada que tenemos muchiiiisimas cosas de qué hablar! Mira, termino enseguida con Mabel y mientras vamos yendo a una cafetería que está aquí cerquita y está muy bien, donde podremos hablar sin que nadie nos moleste.!”
¿Por qué me dejé convencer? Pues no lo se, pero confieso avergonzada que así fue y eso que tuve una oportunidad de oro que justito a nuestro lado un autobús a punto de partir tenía tentadoramente sus puertas abiertas. No importaba a donde fuese. Un salto y a salvo. Desde arriba podría gritarla que nos veríamos cualquier año de estos o algo así. En fin, es lo que tenía que haber hecho pero que no hice. Me dejé arrastrar a la dichosa cafetería para darme cuenta demasiado tarde que acababa de caer en una ratonera.
Me llevó hasta la mesa de un rincón donde estaban sentadas dos chicas treintañeras, una gordita y la otra que parecía ser la prima del Pájaro Loco. Delgadurria, con la cara afilada y el pelo cortito por los lados y tieso en la parte de arriba, como si fuera una cresta. La gordida mantenía una charla por su “móvil” (¡Como no!) con no se quién, informando con todo lujo de detalles sus últimas adquisiciones en “rebajas”. La otra jugueteaba pensativa con el suyo como si no acabase de decidirse a quien llamar. Presentaciones. Besos. Lo de siempre en estos casos. Mapi me hizo la confidencia que la primera se llamaba Celi y Rosa la delgada como un lenguado. Sentada entre una y otra, sin posibilidad alguna de escapatoria, empecé a vislumbrar que la cafetería donde “podíamos hablar tranquilamente sin que nadie nos molestase” era, en realidad, el punto de encuentro de unas amigas “movil-adictas”. Encantador.
Celi tenía la rara habilidad de contar, a quien la escuchaba tras las ondas, las excelencias de unos pantalones comprados a Pablito (mas tarde me enteraría de que el tal Pablito era su hijo) como, al mismo tiempo, reprocharme que los pintores de ahora solo pintásemos “mamarrachadas” y que donde esté Velázquez que se quiten todos esos “pintamonas”. Pues muchas gracias por lo que me toca. Mapi las había advertido sobre mis inclinaciones artísticas y se sentía obligada a decir lo de las “mamarrachadas” y Velázquez que es lo que dicen los que no entienden ni “pum” de arte. Rosa por su parte puso en mi conocimiento que el que “realmente” pintaba bien era un sobrino suyo llamado Juanito que con solo ocho años hacía unos cuadros de flores que daban gusto verlos. Agradecida por la información. Hasta ahora había oído hablar de Chagall, Modigliani, Jawlensky, Klimt, Picabia, Dali, Sorolla, Braque, Renoir, Manet, El Bosco, Rubens, Harper, Dubuffet... y algunos centenares mas (sin contar, naturalmente, a Velázquez), pues vale. Ahora ya se que el que “realmente” pinta bien es Juanito con sus cuadros florares que daban gusto verlos.
Interrumpió las alabanzas hacia su sobrino los sones de “La cucaracha” provenientes de su móvil.- “¡La cucarachaaaa, la cucarachaaaa, Ya no puede caminaaaar Porque no tieneeee, porque le faltaaaaa ...!” Celi que había terminado su disertación sobre zapatos, pantalones, camisetas, faldas y otras prendas felizmente encontradas gracias a las rebajas, aprovechó para dedicarse de lleno a aleccionarme sobre el grado de degeneración al que había llegado la pintura una vez faltado Velásquez. Para que no creyese que hablaba sin conocimiento de causa hizo mención a los genios de la pintura que se le vinieron a la cabeza que se reducían a dos. Picasso hacía “garabatos” y Dalí estaba loco. Siglos de Arte resumidos en una simple, simplísima, simplona frase. Intervino Mapi para informarnos que “una vez” entró a visitar una sala de exposiciones donde los cuadros expuestos (¡Que horror!) eran “cosas raras”. Eso era todo. Encantadora sensibilidad. Hablaban ambas a la vez y las conversaciones eran recurrentes, es decir, de esas que cuando crees que han terminado resulta que estas en el principio. En tanto, en tanto que Rosa que había dejado momentáneamente de informar por las ondas, y por enésima vez, sobre el cumpleaños de su sobrinito (empezaba a odiarle) intervino de lleno en el guirigay para poner su granito de arena. Ahora eran tres las que hablaban al tiempo y una la que sonreía mientras contemplaba la posibilidad de excusarse con ir al aseo y una vez distante un par de metros de nuestra mesa emprender una histérica carrera hacia la puerta del local. Un pitido infernal taladró mis tímpanos.- “ ¡¡¡Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...!!!Era el “movil” de Celi. Al tiempo que volvíamos a escuchar lo guapísimo y formalísimo que estaba Juanito en su cumpleaños y que fíjate qué risa lo que hizo, podíamos informarnos sobre el catarro de Pablito que estuvo dos días sin ir al colegio. Naturalmente Mapi no se quedaba a la zaga,
- “¡¡¡ Tooot el caaaamp, és un claaam, som la gent blaugranaaaaa...!!!”.
Y de nuevo
- “¡Pues si”...”Pues si!”...”¡No me diiigaaas!”...”¡Ji, ji ji!”...”Entonces resulto que” ... ”¡Claaaro!¡Claaaro!” ... ¡Lo que te decía yo!” ... “¡Ji,ji,ji” ... ”¡Si al finaaal...!” ... ”¡Ji,ji,ji!” ... ”¡Naturalmeeeente!” ... “¿Y fue con....?” ... ”¡Qué fueeeerte!” ... “¡O sea que la cosa....!” ... “¡Ji,ji,ji” ... “¿Y lo de...?” ... “¡Andaaaaaa!” ... “¡Se veía venir que...” .... “¡Por supueeesto! ¡Y con la historia de...!”....”¡Ji,ji,ji”.... “Y si luego es que no es....” ... “¡Porque lo que me dijo quien sabes...!” ....”¡Ji, ji, ji!” ...
Si, en algún extraño momento, ninguna de las tres hablaba por el “móvil”, eso era peor pues lo hacían las tres a la vez, con tres temáticas distintas, una vez que se agotó la común sobre este arte que es un churro. Como yo era la única que no decía nada, las otras se dirigían a mi, competiendo entre ellas para hacerse oír, gesticulando vehementemente como si estuvieran representando un drama. Ante la imposibilidad de que me permitieran articular ni una sola palabra, asentía con la cabeza. No me enteraba de nada, ni ganas tampoco, pero iba asintiendo con la cabeza de una a otra y todas parecían conformes. Asemejaba un pavo subiendo y bajando continuamente la cabeza.
A veces sonaban los tres “móviles” a la vez y entonces era el desmadre musical.- - “¡¡¡ Tooot el caaaaaaaamp .....!!!” .... “¡¡¡Tiiiiiiiiiiiii ....!!!” .... “¡La cucarachaaaa, la cucarachaaaa.... “ .... “¡¡¡...Tiiiiiiiiiiiiiii ....!!!” .... ¡¡¡...som la gent blaugranaaaaa...!!!”.... ¡¡¡... porque le faltaaaaaaa ...!!!” ... “¡¡¡... Tiiiiiiiiiiii ...!!! ....” Otras veces las las tres conversaciones telefónicas llegaban al tiempo a mis oídos formando un galimatías fácil de imaginar. Ocurría también que, a cada cual, las conversaciones de las otras dos les molestaban para poder escuchar la suya propia, recurriendo entonces a la estratagema de taparse con la mano la oreja libre, adoptar posturitas de lo mas extrañas como medio metiéndose debajo de la mesa o retorcer el cuerpo como una contorsionista y sobretodo elevar el tono de voz. En esto último se desató una verdadera competición. Eran atronadores gritos los que señalaban las características de la blusa comprada, la fiebre angustiosa que tuvo tiempo atrás Pablito o las insulsas frases sin terminar de Mapi. Pronto el local pareció convertirse en la recreación sonora de la mas cruenta batalla entre hotentotes y mapuches. En un momento dado Celi me preguntó extrañada si no tenía “movil” contestándola negativamente. Se conoce que desdecía bastante que en una reunión donde se supone que se va a intercambiar pareceres entre los asistentes no se vaya armado de un artilugio para comunicarse con vete a saber quien para soltar cualquier memez. Mapi dió dando por sentado que lo tendría estropeado y por su tono se deducía sin lugar a dudas que era consciente de mi “tragedia”. Rosa me miró con lástima. Pues no, amigas mías, no es que lo tenga estropeado o sin carga o sin saldo, es simplemente que no solo “no” tengo “movil” sino que me niego en redondo a poseer semejante aparatejo. Creyeron no entender bien, así que tuve que repetirlo y, como si de un coro se tratara, exclamaron todas a la vez - “¡¡¡Ooooooooooh!!!” Apagaron al unísono sus “moviles” y se hizo el silencio. No un silencio cualquiera sino el mas absoluto de los silencios. Un silencio infinito tras el cual seis ojos como platos me contemplaban asombrados. Acababan de descubrir que la allegada era en realidad una “marciana”.
Pues si, yo también fui poseedora de un “movil” tiempo atrás, hará unos tres años. Me lo regalaron mis padres y no me duró ni un día. Cuando recibí el obsequio hasta me hizo una cierta ilusión y me pareció como algo que me vendría muy bien, pues por entonces era así de ingenua. Lo primero que hice fue llamar a unos pocos amigos para darles la grata nueva. Todos se pusieron muy contentos pues, según dijeron, ya “sabían” cómo “encontrarme” a cada momento. Eso ya no me hizo tanta gracia ya que amo demasiado mi intimidad como para que nadie me controle aunque sea a través de las ondas.
A la hora empezaron a lloverme llamadas de amigos que se habían enterado de la existencia de mi “móvil” por aquellos a los que yo misma se lo había comunicado. Luego la de los amigos y conocidos que se habían enterado a través de los que a su vez habían sido informados por aquellos a los que se lo anuncié yo misma. A las tres horas aquello era un sin vivir. A las cinco horas estaba al borde de la histeria.
Las chicas me llamaban para decirme la obviedad de que ya sabían mi número, para que las hiciera partícipes de lo “feliz” que debía sentirme y para contarme la inmensa alegría que sintieron al poseer su primer “móvil”. Pues muy bien. Hasta en esto difiero mas que mucho de mis congéneres. Odio hablar por teléfono y cuando me veo obligada a utilizarlo soy el colmo del laconismo. Pero por razones que ignoro, la mayor parte de las féminas encuentran como de mala educación no adornar los dos segundos que justifican el motivo de la llamada con una larga perolata añadida sobre asuntos vanales. Es fácil de comprender que a la décima llamada de este tipo empezara a sentir un profundo odio contra el dichoso aparatito.
El mayor número de llamantes eran del género masculino y aquí se repetía invariablemente el mismo estereotipo,. La obviedad de que (ji,ji,ji) ya sabía mi número y que a ver cuándo podíamos quedar para salir a tomar unas copichuelas, charlar un ratito o lo que fuera menester. Todos igual. Algunos agregaban que ya seguirían insistiendo “ahora” que “sabían” como “encontrarme”. Se me erizaron los cabellos con el panorama que se me estaba ofreciendo ante mi. Empecé a sospechar que iba a necesitar una telefonista y una secretaria.
Esa misma tarde tomando unas cervezas con unos amigos en un bar al intentar coger una llamada se me resbaló de las manos, cayó al suelo y algo debió romperse o desajustarse en su interior pues dejó de funcionar. Los me acompañaban comentaron que qué mala suerte. Por mi parte, lo dejé sobre la primera mesa que me vino a mano y me integré en una conversación que hasta el momento tan solo había podido medio seguir a saltos. Cuando nos fuimos allá quedó olvidado. Me aconsejaron que regresara al establecimiento para recuperarlo y llevarlo a arreglar que seguro que era cualquier tontería. Habían transcurrido ya dos felices horas sin interrupción alguna con el inoportuno “¡Ti ti ti ...!” o “¡To to to ...!” del timbre de aviso de llamada. Aseguré que lo haría. Y así fue. Pero cuando pregunte sobre un “móvil” “Sony” de color azul que había quedado olvidado encima de una mesa haría sobre un mes o quizá un poco mas ninguno de los camareros supo darme información. Me encogí de hombros y respiré tranquila, tranquila, tranquila.
Por supuesto que hubo una defensa mas que acalorada a favor del uso del “movil”. Se emplearon los tópicos pertinentes sin dejar ni uno. Lo de poder comunicar o comunicarte algo “importante” fue, quizá, lo mas aludido. Pues si, ya había tenido sobrada ocasión de comprobar la cantidad de cosas “importantísimas” que no admiten espera a que abras el correo cuando llegas a casa por la noche o te den tus padres el recado de alguna llamada.
Mapi fue la mas vehemente al afirmar no poder vivir sin su “movil”
- “ Pues precisamente porque lo que yo deseo es vivir es por lo que no lo quiero”
Pero mis palabras quedaron ahogadas por el “¡Tiiiiii”, la música de “La Cucaracha” y el himno del “Barça” cantado por lo que asemejaba ser un coro de borrachos afónicos.
Al despedirme Mapi me instó a volvernos a ver para “seguir” charlando. Las otras dos también se mostraron muy satisfechas con mi compañía y hasta separaron sus instrumentos telefónicos de las orejas para darme otro par de besos y unirse a la invitación de Mapi
- “Cuando quieras ya sabes donde estamos. Solemos reunirnos casi todos los días aquí y a estas horas. Tomamos un cafetito, hablamos un ratito...¡Y lo pasamos mas bien!”
Se me había hecho tardísimo. A buen paso tardaría en llegar mis buenos veinte minutos lo cual supondría que daría un plantón a los que me esperaban de un cuarto de hora. Se me vino a la cabeza que de disponer de un “movil”, o “celular” como dicen en América, podría avisar de mi retraso y sonreí. Mejor así. El plantón no sería de un cuarto de hora sino de algo mas. Necesitaba refugiarme un poco en mi misma. Caminar pausadamente sintiendo a tope las pequeñas cosas que me rodeaban. Cosas tan cotidianas que por ser habituales apenas si nos damos cuenta de ellas. Los semáforos, los coches, la luz del anochecer, los murmullos de conversaciones de los que pasaban por mi lado, la rabieta de un niño que se le ha antojado no se qué, las nubes grisáceas sobre un cielo cada vez mas oscuro, las hojas de los árboles al moverse bajo la brisa talmente como si bailasen, aquel perro vagabundo, el inmigrante subsahariano, negro como el carbón, que mira a su alrededor indeciso el camino a tomar, la pareja que se abraza y parece una sola persona, las luces, los escaparates tratando de convencer al paseante de las mil maravillas que se ocultan en la tienda, el guardia de tráfico, la ambulancia al pasar con sus luces centelleantes y su sonido estridente. Todo lo que, sin darnos cuenta de ello, conforma realmente el placer de vivir y de sentir la vida.
Mira por cuanto anteayer tarde me di casi de bruces en plena calle con una chica con la que tengo una ligera, ligerísima relación. Una relación tan difusa que, salvo conocer que se llama Mapi que tienen cuatro o cinco años mas que yo y que trabaja en una agencia de viajes, el resto de su vida y milagros es totalmente desconocido para mi. La clásica conocida de “Hola” y “Adios”, y si cuadra un par de frases estereotipadas.
Al verme, dejó de hablar por su “móvil”, vino hacia mi con una gran sonrisa, me estampó un par de efusivos besos en las mejillas y me saludó con un “¡Hoooolaaaaa! ¡Cuáaaaanto tiempo sin vernos! ¿Verdaaaaad?”. Acto seguido reanudó con la charla telefónica interrumpida, haciéndome, al tiempo, gestos de que esperara unos instantes. No me había dado tiempo a abrir la boca.
Confieso que lo primero que se me pasó por la mente al verla con la cabeza ladeada y la mejilla apoyada sobre su mano es si tendría dolor de muelas o se estaba hurgando con el dedo en la oreja, pero no, simplemente estaba hablando por su “móvil”.
Traté de separarme, discretamente, de una conversación que no me interesaba en absoluto, pero un nuevo gesto imperioso de Mapi me contuvo. Me quedé como una tonta contemplando los coches que pasaban y escuchando lo que me traía sin cuidado. Debía ser un tema divertido, a juzgar por las risitas de la moza, por lo demás el diálogo me asemejaba a una “peli” de espías de esas que se emplea claves secretas a diestro y siniestro para que no se entere nadie mas que los interesados.
- “¡Pues si”...”Pues si!”...”¡No me diiigaaas!”...”¡Ji, ji ji!”...”Entonces resulto que” ... ”¡Claaaro!¡Claaaro!” ... ¡Lo que te decía yo!” ... “¡Ji,ji,ji” ... ”¡Si al finaaal...!” ... ”¡Ji,ji,ji!” ... ”¡Naturalmeeeente!” ... “¿Y fue con....?” ... ”¡Qué fueeeerte!” ... “¡O sea que la cosa....!” ... “¡Ji,ji,ji” ... “¿Y lo de...?” ... “¡Andaaaaaa!” ... “¡Se veía venir que...” .... “¡Por supueeesto! ¡Y con la historia de...!”....”¡Ji,ji,ji”.... “Y si luego es que no es....” ... “¡Porque lo que me dijo quien sabes...!” ....”¡Ji, ji, ji!” ...
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Cuando me cansé de contar los coches que pasaban, empecé hacerlo por colores. Dieciocho rojos, siete amarillo, veinticinco azules, seis metalizados en plata .... Luego pasé a los autobuses. Me sentía ridícula perdiendo el tiempo de esa forma tan absurda. Cada vez que abría la boca para justificar una rápida huida el gesto imperioso de mi compañera me lo impedía antes de que pudiera articular ni un sonido.
Al fin terminó. Se despidió con “luego de llamo, ahora no puedo hablar, acabo de encontrarme con una “amiga” a la que no había visto desde hace tiempo”. No era un final, final, tan solo un descanso. Por entonces, a la “amiga que no había visto desde hace tiempo” tenía los pies como si en sus plantas se clavasen todos los alfileres del Mundo.
- “¡Bueeeeeeeno! ¡Quiéeeen lo iba a deciiiir! ¡El tiempo que hace! ¡Tenemos muchiiiiisimo de qué hablar! Bueeeeno, cueeenta, cueeenta ¿Qué es de tu viiiida? ...”
- “Pues...”
Y eso fue todo lo que me dio tiempo a decir. Del bolso de mi compañera brotó lo que asemejaba ser un coro de borrachos afónicos cantando a voz en grito
- “¡¡¡ Tooooot el caaaaaamp, és un claaaaam, som la gent blaugranaaaaaaa...!!!”.
Era el “movil” de Mapi. Parece ser que su marido era “hincha” del “Barça” y por afinidad puso su himno en el aparato. Pues qué bien.
- “¡Mabel!¡Hooola cielo!”....”¡Ji, ji, ji!” ... “Oye, te iba a llamar, te iba a llamar” ....”¡Ji, ji, ji!”...”¡Siiii! ¡Acabo de hablar con ella! ¡Qué fueeeerte! ¿Verdad? ....”¡Ji, ji, ji!”....”¡Huy! ¡Eso no lo sabiiia! ¡De modo que...”
Aquí se volvió hacia mi para hacerme la confidencia de que era Mabel quien la llamaba. Agradecida por la información. (¿¿Y quién demonios era esa Mabel??).
- “Oye, yo casi me voy. Tengo que hacer unas cosas y ...”
Causa perdida. Sujetó mi brazo y tapó el micrófono del teléfono con la mano.
- “¡ De eso nada que tenemos muchiiiisimas cosas de qué hablar! Mira, termino enseguida con Mabel y mientras vamos yendo a una cafetería que está aquí cerquita y está muy bien, donde podremos hablar sin que nadie nos moleste.!”
¿Por qué me dejé convencer? Pues no lo se, pero confieso avergonzada que así fue y eso que tuve una oportunidad de oro que justito a nuestro lado un autobús a punto de partir tenía tentadoramente sus puertas abiertas. No importaba a donde fuese. Un salto y a salvo. Desde arriba podría gritarla que nos veríamos cualquier año de estos o algo así. En fin, es lo que tenía que haber hecho pero que no hice. Me dejé arrastrar a la dichosa cafetería para darme cuenta demasiado tarde que acababa de caer en una ratonera.
Me llevó hasta la mesa de un rincón donde estaban sentadas dos chicas treintañeras, una gordita y la otra que parecía ser la prima del Pájaro Loco. Delgadurria, con la cara afilada y el pelo cortito por los lados y tieso en la parte de arriba, como si fuera una cresta. La gordida mantenía una charla por su “móvil” (¡Como no!) con no se quién, informando con todo lujo de detalles sus últimas adquisiciones en “rebajas”. La otra jugueteaba pensativa con el suyo como si no acabase de decidirse a quien llamar. Presentaciones. Besos. Lo de siempre en estos casos. Mapi me hizo la confidencia que la primera se llamaba Celi y Rosa la delgada como un lenguado. Sentada entre una y otra, sin posibilidad alguna de escapatoria, empecé a vislumbrar que la cafetería donde “podíamos hablar tranquilamente sin que nadie nos molestase” era, en realidad, el punto de encuentro de unas amigas “movil-adictas”. Encantador.
Celi tenía la rara habilidad de contar, a quien la escuchaba tras las ondas, las excelencias de unos pantalones comprados a Pablito (mas tarde me enteraría de que el tal Pablito era su hijo) como, al mismo tiempo, reprocharme que los pintores de ahora solo pintásemos “mamarrachadas” y que donde esté Velázquez que se quiten todos esos “pintamonas”. Pues muchas gracias por lo que me toca. Mapi las había advertido sobre mis inclinaciones artísticas y se sentía obligada a decir lo de las “mamarrachadas” y Velázquez que es lo que dicen los que no entienden ni “pum” de arte. Rosa por su parte puso en mi conocimiento que el que “realmente” pintaba bien era un sobrino suyo llamado Juanito que con solo ocho años hacía unos cuadros de flores que daban gusto verlos. Agradecida por la información. Hasta ahora había oído hablar de Chagall, Modigliani, Jawlensky, Klimt, Picabia, Dali, Sorolla, Braque, Renoir, Manet, El Bosco, Rubens, Harper, Dubuffet... y algunos centenares mas (sin contar, naturalmente, a Velázquez), pues vale. Ahora ya se que el que “realmente” pinta bien es Juanito con sus cuadros florares que daban gusto verlos.
Interrumpió las alabanzas hacia su sobrino los sones de “La cucaracha” provenientes de su móvil.- “¡La cucarachaaaa, la cucarachaaaa, Ya no puede caminaaaar Porque no tieneeee, porque le faltaaaaa ...!” Celi que había terminado su disertación sobre zapatos, pantalones, camisetas, faldas y otras prendas felizmente encontradas gracias a las rebajas, aprovechó para dedicarse de lleno a aleccionarme sobre el grado de degeneración al que había llegado la pintura una vez faltado Velásquez. Para que no creyese que hablaba sin conocimiento de causa hizo mención a los genios de la pintura que se le vinieron a la cabeza que se reducían a dos. Picasso hacía “garabatos” y Dalí estaba loco. Siglos de Arte resumidos en una simple, simplísima, simplona frase. Intervino Mapi para informarnos que “una vez” entró a visitar una sala de exposiciones donde los cuadros expuestos (¡Que horror!) eran “cosas raras”. Eso era todo. Encantadora sensibilidad. Hablaban ambas a la vez y las conversaciones eran recurrentes, es decir, de esas que cuando crees que han terminado resulta que estas en el principio. En tanto, en tanto que Rosa que había dejado momentáneamente de informar por las ondas, y por enésima vez, sobre el cumpleaños de su sobrinito (empezaba a odiarle) intervino de lleno en el guirigay para poner su granito de arena. Ahora eran tres las que hablaban al tiempo y una la que sonreía mientras contemplaba la posibilidad de excusarse con ir al aseo y una vez distante un par de metros de nuestra mesa emprender una histérica carrera hacia la puerta del local. Un pitido infernal taladró mis tímpanos.- “ ¡¡¡Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...!!!Era el “movil” de Celi. Al tiempo que volvíamos a escuchar lo guapísimo y formalísimo que estaba Juanito en su cumpleaños y que fíjate qué risa lo que hizo, podíamos informarnos sobre el catarro de Pablito que estuvo dos días sin ir al colegio. Naturalmente Mapi no se quedaba a la zaga,
- “¡¡¡ Tooot el caaaamp, és un claaam, som la gent blaugranaaaaa...!!!”.
Y de nuevo
- “¡Pues si”...”Pues si!”...”¡No me diiigaaas!”...”¡Ji, ji ji!”...”Entonces resulto que” ... ”¡Claaaro!¡Claaaro!” ... ¡Lo que te decía yo!” ... “¡Ji,ji,ji” ... ”¡Si al finaaal...!” ... ”¡Ji,ji,ji!” ... ”¡Naturalmeeeente!” ... “¿Y fue con....?” ... ”¡Qué fueeeerte!” ... “¡O sea que la cosa....!” ... “¡Ji,ji,ji” ... “¿Y lo de...?” ... “¡Andaaaaaa!” ... “¡Se veía venir que...” .... “¡Por supueeesto! ¡Y con la historia de...!”....”¡Ji,ji,ji”.... “Y si luego es que no es....” ... “¡Porque lo que me dijo quien sabes...!” ....”¡Ji, ji, ji!” ...
Si, en algún extraño momento, ninguna de las tres hablaba por el “móvil”, eso era peor pues lo hacían las tres a la vez, con tres temáticas distintas, una vez que se agotó la común sobre este arte que es un churro. Como yo era la única que no decía nada, las otras se dirigían a mi, competiendo entre ellas para hacerse oír, gesticulando vehementemente como si estuvieran representando un drama. Ante la imposibilidad de que me permitieran articular ni una sola palabra, asentía con la cabeza. No me enteraba de nada, ni ganas tampoco, pero iba asintiendo con la cabeza de una a otra y todas parecían conformes. Asemejaba un pavo subiendo y bajando continuamente la cabeza.
A veces sonaban los tres “móviles” a la vez y entonces era el desmadre musical.- - “¡¡¡ Tooot el caaaaaaaamp .....!!!” .... “¡¡¡Tiiiiiiiiiiiii ....!!!” .... “¡La cucarachaaaa, la cucarachaaaa.... “ .... “¡¡¡...Tiiiiiiiiiiiiiii ....!!!” .... ¡¡¡...som la gent blaugranaaaaa...!!!”.... ¡¡¡... porque le faltaaaaaaa ...!!!” ... “¡¡¡... Tiiiiiiiiiiii ...!!! ....” Otras veces las las tres conversaciones telefónicas llegaban al tiempo a mis oídos formando un galimatías fácil de imaginar. Ocurría también que, a cada cual, las conversaciones de las otras dos les molestaban para poder escuchar la suya propia, recurriendo entonces a la estratagema de taparse con la mano la oreja libre, adoptar posturitas de lo mas extrañas como medio metiéndose debajo de la mesa o retorcer el cuerpo como una contorsionista y sobretodo elevar el tono de voz. En esto último se desató una verdadera competición. Eran atronadores gritos los que señalaban las características de la blusa comprada, la fiebre angustiosa que tuvo tiempo atrás Pablito o las insulsas frases sin terminar de Mapi. Pronto el local pareció convertirse en la recreación sonora de la mas cruenta batalla entre hotentotes y mapuches. En un momento dado Celi me preguntó extrañada si no tenía “movil” contestándola negativamente. Se conoce que desdecía bastante que en una reunión donde se supone que se va a intercambiar pareceres entre los asistentes no se vaya armado de un artilugio para comunicarse con vete a saber quien para soltar cualquier memez. Mapi dió dando por sentado que lo tendría estropeado y por su tono se deducía sin lugar a dudas que era consciente de mi “tragedia”. Rosa me miró con lástima. Pues no, amigas mías, no es que lo tenga estropeado o sin carga o sin saldo, es simplemente que no solo “no” tengo “movil” sino que me niego en redondo a poseer semejante aparatejo. Creyeron no entender bien, así que tuve que repetirlo y, como si de un coro se tratara, exclamaron todas a la vez - “¡¡¡Ooooooooooh!!!” Apagaron al unísono sus “moviles” y se hizo el silencio. No un silencio cualquiera sino el mas absoluto de los silencios. Un silencio infinito tras el cual seis ojos como platos me contemplaban asombrados. Acababan de descubrir que la allegada era en realidad una “marciana”.
Pues si, yo también fui poseedora de un “movil” tiempo atrás, hará unos tres años. Me lo regalaron mis padres y no me duró ni un día. Cuando recibí el obsequio hasta me hizo una cierta ilusión y me pareció como algo que me vendría muy bien, pues por entonces era así de ingenua. Lo primero que hice fue llamar a unos pocos amigos para darles la grata nueva. Todos se pusieron muy contentos pues, según dijeron, ya “sabían” cómo “encontrarme” a cada momento. Eso ya no me hizo tanta gracia ya que amo demasiado mi intimidad como para que nadie me controle aunque sea a través de las ondas.
A la hora empezaron a lloverme llamadas de amigos que se habían enterado de la existencia de mi “móvil” por aquellos a los que yo misma se lo había comunicado. Luego la de los amigos y conocidos que se habían enterado a través de los que a su vez habían sido informados por aquellos a los que se lo anuncié yo misma. A las tres horas aquello era un sin vivir. A las cinco horas estaba al borde de la histeria.
Las chicas me llamaban para decirme la obviedad de que ya sabían mi número, para que las hiciera partícipes de lo “feliz” que debía sentirme y para contarme la inmensa alegría que sintieron al poseer su primer “móvil”. Pues muy bien. Hasta en esto difiero mas que mucho de mis congéneres. Odio hablar por teléfono y cuando me veo obligada a utilizarlo soy el colmo del laconismo. Pero por razones que ignoro, la mayor parte de las féminas encuentran como de mala educación no adornar los dos segundos que justifican el motivo de la llamada con una larga perolata añadida sobre asuntos vanales. Es fácil de comprender que a la décima llamada de este tipo empezara a sentir un profundo odio contra el dichoso aparatito.
El mayor número de llamantes eran del género masculino y aquí se repetía invariablemente el mismo estereotipo,. La obviedad de que (ji,ji,ji) ya sabía mi número y que a ver cuándo podíamos quedar para salir a tomar unas copichuelas, charlar un ratito o lo que fuera menester. Todos igual. Algunos agregaban que ya seguirían insistiendo “ahora” que “sabían” como “encontrarme”. Se me erizaron los cabellos con el panorama que se me estaba ofreciendo ante mi. Empecé a sospechar que iba a necesitar una telefonista y una secretaria.
Esa misma tarde tomando unas cervezas con unos amigos en un bar al intentar coger una llamada se me resbaló de las manos, cayó al suelo y algo debió romperse o desajustarse en su interior pues dejó de funcionar. Los me acompañaban comentaron que qué mala suerte. Por mi parte, lo dejé sobre la primera mesa que me vino a mano y me integré en una conversación que hasta el momento tan solo había podido medio seguir a saltos. Cuando nos fuimos allá quedó olvidado. Me aconsejaron que regresara al establecimiento para recuperarlo y llevarlo a arreglar que seguro que era cualquier tontería. Habían transcurrido ya dos felices horas sin interrupción alguna con el inoportuno “¡Ti ti ti ...!” o “¡To to to ...!” del timbre de aviso de llamada. Aseguré que lo haría. Y así fue. Pero cuando pregunte sobre un “móvil” “Sony” de color azul que había quedado olvidado encima de una mesa haría sobre un mes o quizá un poco mas ninguno de los camareros supo darme información. Me encogí de hombros y respiré tranquila, tranquila, tranquila.
Por supuesto que hubo una defensa mas que acalorada a favor del uso del “movil”. Se emplearon los tópicos pertinentes sin dejar ni uno. Lo de poder comunicar o comunicarte algo “importante” fue, quizá, lo mas aludido. Pues si, ya había tenido sobrada ocasión de comprobar la cantidad de cosas “importantísimas” que no admiten espera a que abras el correo cuando llegas a casa por la noche o te den tus padres el recado de alguna llamada.
Mapi fue la mas vehemente al afirmar no poder vivir sin su “movil”
- “ Pues precisamente porque lo que yo deseo es vivir es por lo que no lo quiero”
Pero mis palabras quedaron ahogadas por el “¡Tiiiiii”, la música de “La Cucaracha” y el himno del “Barça” cantado por lo que asemejaba ser un coro de borrachos afónicos.
Al despedirme Mapi me instó a volvernos a ver para “seguir” charlando. Las otras dos también se mostraron muy satisfechas con mi compañía y hasta separaron sus instrumentos telefónicos de las orejas para darme otro par de besos y unirse a la invitación de Mapi
- “Cuando quieras ya sabes donde estamos. Solemos reunirnos casi todos los días aquí y a estas horas. Tomamos un cafetito, hablamos un ratito...¡Y lo pasamos mas bien!”
Se me había hecho tardísimo. A buen paso tardaría en llegar mis buenos veinte minutos lo cual supondría que daría un plantón a los que me esperaban de un cuarto de hora. Se me vino a la cabeza que de disponer de un “movil”, o “celular” como dicen en América, podría avisar de mi retraso y sonreí. Mejor así. El plantón no sería de un cuarto de hora sino de algo mas. Necesitaba refugiarme un poco en mi misma. Caminar pausadamente sintiendo a tope las pequeñas cosas que me rodeaban. Cosas tan cotidianas que por ser habituales apenas si nos damos cuenta de ellas. Los semáforos, los coches, la luz del anochecer, los murmullos de conversaciones de los que pasaban por mi lado, la rabieta de un niño que se le ha antojado no se qué, las nubes grisáceas sobre un cielo cada vez mas oscuro, las hojas de los árboles al moverse bajo la brisa talmente como si bailasen, aquel perro vagabundo, el inmigrante subsahariano, negro como el carbón, que mira a su alrededor indeciso el camino a tomar, la pareja que se abraza y parece una sola persona, las luces, los escaparates tratando de convencer al paseante de las mil maravillas que se ocultan en la tienda, el guardia de tráfico, la ambulancia al pasar con sus luces centelleantes y su sonido estridente. Todo lo que, sin darnos cuenta de ello, conforma realmente el placer de vivir y de sentir la vida.