Paisaje con nubes

Paisaje con nubes
SOL (Paisaje con nubes)

martes, 25 de diciembre de 2007

EL NOVIO DE MI HERMANA

SOL (Peces de colores)


Cuando mi hermana se “echó” novio no supe que con ello me estaba tocando el premio gordo de la lotería. El único ordenador existente en la casa, el “ordenador familiar”, lo tenía prácticamente secuestrado mi hermana que era, quien por estudiar una carrera técnica, la que mas lo necesitaba. En lo que a mi respecta el mundo de la Informática me deja fría e indiferente, y las pocas incursiones que hice al aparato y con una hermana al lado fiscalizando las teclas que apretaba o dejaba de apretar, lo mal que se me daba, el tiempo que empleaba y el miedo que por mi torpeza se pusiera a echar humo el artilugio y se le perdieran vete tu a saber que importantes misterios que tenía guardados, me quitaron las poquitas ganas que pudiera tener. Pero todo cambió con la conexión a la red. De golpe y porrazo descubrí las múltiples posibilidades que se me ofrecían. Ya no era el frío instrumento destinado a actividades serias y concienzudas, sino una ventada abierta a un Mundo con múltiples posibilidades a explorar. Me apasioné con el descubrimiento y emprendí una lucha reivindicando mis derechos a utilizar “algo” que si en la teoría era de “todos” en la práctica tenía “dueña” y “señora”. Fue una lucha agotadora en la que sabía de antemano que llevaba la peor parte. De entrada, el ordenador se encontraba en una salita eufemísticamente bautizada por la familia como “salita del ordenador”, cuando en la realidad debería haber sido llamada “salita de Olga” pues era como una colonia de su habitación. Al sentarme ante la pantalla ya sabía que al segundo siguiente aparecería la cabeza de mi hermana,
- “¡Oye! Espero que no tardes mucho ¿Verdad?”
- “¡No me muevas nada de su sitio! ¿Eh?... Por cierto, no estarás mucho rato ¿Verdad?”
- “¡Déjame el ordenador que tengo mucho trabajo para hacer!”
Naturalmente que protesté intentando hacer valer mis derechos, pero como ya dije anteriormente era una “batalla perdida”. Ella siempre podía acogerse a ser una herramienta necesaria para sus estudios, en tanto que yo sólo lo quería para “tonterías”. La cruda realidad es que ella permanecía recluida en su cuarto siempre y cuando no oyese que alguien (es decir, yo) tuviera la osadía de intentar utilizar el ordenador que entonces saltaba como si la pincharan con una aguja en el trasero y se “acordaba” de que precisamente en “ese momento” le era de “vital importancia” usarlo.

Empezar a salir con Jose Luis y acabar con el agobio al que me tenía sometida fue todo uno. La fracesita de “¡Voy a estudiar a casa de Jose Luis!” se fue haciendo cada vez mas familiar, y cada vez eran mas las horas que permanecía fuera de casa, para mi contento, hasta que llegó un momento que prácticamente solo la veíamos a las horas de las comidas y eso si no llamaba anunciando que se quedaría a comer en aquella otra casa que tanto la inspiraba. Una felicidad. Mis padres, por su parte, estaban ausentes casi todo el día, así que por una gracia divina me encontré sola en nuestra casa, campando a mis respectos y haciendo lo que me diera la gana. ¿Alguien puede dudar que el Paraíso no existe en este Mundo? Ya tenía el ordenador para mi solita y podía conectarme a Internet cuándo y el tiempo que quisiera sin ser importunada. Cierto es que cuando menos lo esperaba Olga la “fiscalizadora” decidía quedarse en casa o regresar antes de lo que yo hubiera deseado y con ello se me trastocaban los planes, pero en comparación a lo pasado casi resultaba un contratiempo anecdótico.

Cuando él iba a buscarla, esperaba en la calle frente al portal, cayese un sol que derretía hasta el pavimento o una lluvia como chuzos de punta. Pasado algún tiempo nos reunió a toda la familia con aire enigmático, y solemnemente nos anunció que al domingo siguiente subiría a buscarla hasta el piso. Nos encogimos de hombros. Nos había parecido una soberana memez que no lo hubiera hecho ya, pero a todos nosotros nos traía mas que al fresco que la espera la hiciera en la acera o subido a una farola, si ese era su deseo.

Pero el asunto iba un poco mas allá. No significaban sus palabras que el buen mozo decidiera subir unas cuantas escaleras o coger el ascensor hasta el quinto piso, indicaba con su anuncio que para tan fausto acontecimiento nuestra vivienda y sus moradores deberían estar en perfecto “orden de revista”, cuidando hasta el mas mínimo detalle. Pausadamente abrió su bolso de mano, sacó el billetero y de su interior una foto del interfecto que, tras mirarla con dulzura, fue pasando de mano en mano. Cuando me llegó a mi me encontré ante un lechuguino con gafitas, con una sombra rara en el mentón que sonreía estúpidamente.
- “¿Es este tu novio?¡Que gracia! Tiene una mosca en la barbilla.
- “¡Es la perilla, imbecil!
Pues si, mi futuro cuñado tenía en el mentón una tenue perilla que asemejaba a un reguero de hormiguitas. Resultaba ridículo, aunque mas bien debería decir que ridículo era todo él y que aunque se afeitara poco mejoraría en su aspecto.
- “¿Lo has encontrado en un concurso de feos?
Y aquí se rompieron las hostilidades y con ello se dio fin a la reunión. Enmarcaría la foto en cuestión y la colocaría en su mesita de noche, lo cual no deja de tener su valor habida cuentas que ya bastante traumático resulta el brusco despertar que origina el despertador, como para que, a mayores, lo primero que veas sea la fotografía de un lechuguino “perilludo”.

Los domingos, mis padres, conservan minuciosamente una tradición que es como una especie de “Ritual Sagrado”. Misa a las 11, reunión con los amigos para jugar al “golf”, comida con los amigos, charla con los amigos y bien caída la tarde reaparecen por casa, y eso si es que no van al cine. Lo vienen haciendo desde que nosotras fuimos lo suficiente mayorcitas, y solo lo alteran en el verano que cada uno de sus amigos marcha por su lado y ellos mismos pasan el mes de Agosto y parte del de Julio en el apartamento junto a la playa. Cada cual tiene sus costumbres y manías y todos procuramos no interferir en las nuestras. Mi padre se negó tajantemente a romper sus hábitos y mi madre, aunque hubo un instante de duda para evitar los melodramas de mi hermana, acabó por apoyarle.
- “Mira hija, ya sabes que los domingos nos esperan los amigos y es un mal día para nosotros. ¿Qué importancia puede tener que no estemos? Ya habrá tiempo de conocerle cualquier otro día. Además estará tu hermana como representación familiar”.
- “¡Mi hermana!¡Pues si!¡Casi preferiría que no estuviera!”
Las recomendaciones que vertió mi hermana sobre mi, alternadas con amenazas de las “penas del Infierno” que caerían sobre mi cabeza al mínimo fallo, hubiesen hecho estremecer a cualquier persona con menos capacidad para escuchar y no oír de la mía. La respondía sumisamente con una letanía de “si...si...si” a todo, y aunque las advertencias las olvidaba a la misma velocidad que me llegaban, lo cierto es que mi intención era la de colaborar lo mejor posible a sus exigencias por absurdas que me pareciesen.
- “¡Y no te rías cuando le veas!”
- “¿Reírme?¿Y por qué habría de hacerlo? Además él ya tiene que estar acostumbrado a que la gente se ría cuando le ve.
Entre las cualidades de mi hermana no figura precisamente el sentido del humor, y si el tema alude, aunque sea de refilón, a su novio la histeria que puede llegar a límites realmente alucinantes.
- “Espero que sepas comportarte. Por una vez en tu vida espero que actúes como una “persona decente” y no como una “loca de atar”. José Luis no es uno de “esos” amigos que tienes, es una persona educada, fina y sensible que nada tiene que ver con el ambiente de “cutrerío” al que estás acostumbrada. Espero que hagas un esfuerzo y te comportes “como tiene que ser”. Espero ....”
Me apresuré a tranquilizarla, pues cuando mi hermana pone la “directa” es de temer que no hay quien la pare. Ni siquiera quise preguntarla por qué hablaba tan olímpicamente de mis amigos y del ambiente de “cutrerío” en el que me desenvuelvo cuando no conoce lo mas mínimo de lo que hago o dejo de hacer con mi vida.
- “Estate tranquila que estaré tan modosita como una niña recién salida de un internado de monjas.

Mis intenciones eran inmejorables pero lo cierto es que llegado el día me olvidé por completo del “feliz acontecimiento”. Por supuesto, mi hermana, no quiso ni intentar creerlo. Me achacó que había actuado con premeditación y alevosía para dejarla en mal lugar, lo cual no fue en absoluto cierto. Simplemente se me borró de mi mente todo lo concerniente al asunto y si sonó el timbre de la puerta con el ruido de la ducha no me enteré. Además la noche anterior había sido bastante movidita con una juerga con los amigos que se prolongó hasta el amanecer y en aquellos momentos asemejaba mas a un fantasma que se deslizaba sujetándose por las paredes para no caer al suelo que a un ser humano.

Tras lavarme el pelo y darme una buena ducha, salí del cuarto de baño asemejando a la momia de Tutankamon. Una toalla enrollando mis cabellos y frente, cayendo descuidadamente sobre la ceja izquierda y algo mas debajo por la derecha, dejaba escapar continuamente gotitas de agua que tras deslizarse y bañar por unos instantes ambos ojos, resbalaban por mis mejillas como si estuviera llorando como una Magdalena. No veía gran cosa, ni tampoco era esa mi pretensión, aún estaba en ese estado en el que no se sabe muy bien dónde se encuentra una. Otra toalla cubría mi cuerpo. Era tan enorme que la llevaba sobre mis hombros a guisa de capa, sujetándola con mis manos cruzada por la parte delantera, y arrastrando su extremo por el suelo como el vestido de una novia. Penosamente me encaminé a la terraza, a la que se accede por una puerta del salón, en la que intuía que encontraría ropa interior mía colgada y seca en el tendedero junto a otras prendas de la última lavadora. Al pasar frente a la cocina un aroma de café recién hecho me hizo pensar lo bien que me vendría una tacita.

Al entrar en el salón tuve una tenue sensación de la existencia de “algo” distinto a lo habitual, pero como en mi estado no era cosa de entrar en mayores averiguaciones continué el penoso peregrinaje centrando toda mi atención en no tropezar con ningún mueble. Un ligero contratiempo lo tuve a la hora de abrir la puerta de la terraza. Al dejar libre mi mano derecha para asir la manecilla, la toalla que me cubría resbaló alegremente por todo mi costado quedando quedando colgada sobre mi hombro izquierdo. Abierta la puerta y tras algunos intentos fallidos, logré colocármela de nuevo a guisa de toga, como los senadores romanos, es decir, pasándola por debajo de mi sobaco derecho, dejando la parte izquierda, como estaba, por encima del hombro, y sujetando con la mano oculta ambos extremos. Durante el trajín que llevó esta operación intuí algo así como el ruido de una puerta que se abría y cerraba y el de unos pasos de alguien que entraba y se detenía de golpe. Todo era muy confuso y tampoco dediqué mayor atención.

Ya al regreso de mi excursión al tendedero, llevando en mi mano como una bandera unas braguitas y un sujetador, vislumbré una figura semejante a un “spaguetti” trajeado, con gafitas, ojos como platos y un reguerito de hormiguitas en la barbilla que me miraba inmóvil como si le hubiera dado un pasmo. Empezó a hacérseme la luz. Una luz pequeñita, pequeñita, por cierto. De nuevo el aroma del café. Una figura de hielo sostenía dos tazas humeantes. La luz se fue haciendo un poco mayor.
- “ Wuefgosdiasmagfgefrodefocoferte ¿Quiegfressufjetarmesto?
(La traducción sería “Buenos días, me alegro de conocerte ¿Quieres sujetarme esto?”)
Dejando al asombrado personajillo con mi ropa interior en su mano, me precipité hacia una de las tazas de café. Conforme ingería el humeante líquido las nieblas se iban despejando a mi alrededor. Me sentía bien. Alcé la mirada para agradecer con una sonrisa la delicadeza y encontré que la figura de hielo tenía una mirada de fuego. Una mirada bastante cruel, por cierto. Aún dudé unos instantes si debería decir algo, no se, una explicación, quizás un chascarrillo para tomárnoslo todo a broma y reírnos un poco, o simplemente decir en tono desenfadado “¡mira que gracioso está tu novio con mis braguitas y sujetador en la mano!”. La razón me hizo desechar todas estas ideas y optar por retirarme precipitadamente, aunque tuve que entrar al minuto siguiente para recuperar mi ropa interior que sostenía de la mano la hierática figura terminada en ojos como platos apenas ocultos por sus gafitas, con un reguerito de hormiguitas en el mentón. Mi hermana, como una figura de cera, sostenía entre sus manos una bandejita con un azucarero y dos tazas de café, una humeante y la otra vacía.

domingo, 23 de diciembre de 2007

¿FELICES NAVIDADES?

 



SOL (Fiesta)


Pues mira qué bien, ya estamos otra vez en Navidad. No se, si alguien llega a leerme, qué opinará del asunto pero en lo que a mi respecta, si hay algunos días en el año que tienen la rara habilidad de hacerme subir por las paredes de irritación son precisamente los presentes. A principios de mes una ve aproximarse la temporada vacacional y se relame de gusto,
- “¡Qué bién! Levantarse a la hora que me de la gana sin que haya un maldito despertador que interrumpa mi sueño con un sonido estridente cuando mas a gusto estoy .... Vaguear todo el día ... Quizá aproveche para resolver algunas cosillas de esas que he ido dejando de un dia a otro por pura pereza ... Naturalmente sin pasarme. Dedicar algún ratillo perdido y Sanseacabó ... ¿Ordenar mis cosas? ... Eso descartado. Demasiado quehacer para lo que se supone que deben ser unas buenas vacaciones de “relax”... Total, si desde siempre he logrado sobrevivir en el mas absoluto desorden, bien puedo continuar una temporada mas.... Mantener una conversación seria con algún amigo de los que hace tiempo que no veo.... Unas copas y unas risas con la “peña” .... Terminar de pintar alguno de los cuadros que tengo a medias .... Pasear....Ir a ver alguna película que merezca la pena.... Leer al tiempo que escucho una buena música.....”
Me siento dueña y señora de un Tiempo tan infinito que casi no se como emplearlo. Soy así de ingenua. Claro está que tan pronto se de lo que podríamos definir como “pistoletazo de comienzo” de las fiestas navideñas, la cruda realidad caerá sobre mi cabeza como una pared de ladrillos que se desplomase.

El “maratón” de los quehaceres comienza apenas me levanto por la mañana. Cuando mas distraída estoy mojando una galleta en el Nescafé con leche que suelo tomar para desayunar y sin acertar aún si continúo en el mundo de los sueños o en el real, mi madre que anda trajinando de acá para allá, asoma la cabeza en la cocina, me da los buenos días y a continuación recita una letanía que me hace lamentar no haber continuado tranquilamente en la cama,
- “ Hay que ir a comprar unas cosas al supermercado. A la carnicería. A la frutería. De paso que se sale pasar por la tintorería y recoger unas prendas, mirar en la Herboristería si han recibido la miel. Fijarse bien que sea de encina que la que tenían era de “milflores” y no me hace gracia. Comprar unos medicamentos en la farmacia. Poner una lavadora con sábanas, toallas y lo que tengáis para lavar . Tender en el ático la ropa en cuanto termine de lavadora que he puesto. Hacer las camas con sábanas limpias. También hay ropa para planchar, pero mejor esperar a bajar la del ático. La cocina y los baños sería conveniente limpiarlos, aunque tampoco estaría de mas que limpiaseis el salón. Necesitaría que me echarais una mano con la comida, podíais ir picando unas cebollas, pelando unos ajos y cortando en tiras unos pimientos, luego ya os iré diciendo.....”
Mi hermana que es muy solícita se apresura a tranquilizarla afirmando que “nosotras” nos encargamos de todo. A la media hora se disculpa diciendo que ha quedado con Jose Luis que es su novio, pues desde que lo tiene apenas si la echamos la vista encima a las horas de las comidas, y eso, en el supuesto de que no lo haga fuera de casa. Eso no quita para que sea muy “solícita” e inmediatamente ofrezca, en su nombre y en el mío propio, para que “nosotras” nos encarguemos de todo.
Las “listas” de la compra en estos días hacen a una pensar si nuestra madre no habrá decidido poner una pensión. Las montañas de ropa para planchar, si no tendremos dentro de casa a un regimiento de “ocupas”. Son misterios navideños.

En esta semana pasada me he visto obligada a asistir a tres cenas. Una con unas antiguas compañeras del bachillerato que de repente les dió por ahí. Otra con mis adolescentes alumnos de la clase de dibujo y pintura. La primera, en una sucesión de insulsas anécdotas de niños pequeños. La segunda, en medio del griterío atroz de una “pizzería”. Como en ambas, el aviso de la celebración me llegó a última, ultimísima hora, pues tanto las compañeras como los alumnos dieron por hecho que no tenía cosa mejor que hacer que acudir a su celebración, a los eventos tuvieron que preceder sendas llamadas telefónicas anulando y posponiendo citas ya apalabradas.
La tercera cena fué con los alumnos mayores (prácticamente de mi edad) de la otra clase de dibujo y pintura que imparto. Divertida pero agotadora. Una chica frente a seis chicos que con la euforia que da el vino se afanan en competir entre ellos por “conquistarla” puede, a primera vista, parecer halagador pero lo cierto es que asemeja mas a la de una domadora de tigres siberianos.

Esta noche, para variar, tengo otra cena, esta vez con un grupo de amigos artistas, en principio no muchos, ocho o diez, pero como cada cual suele aparecer con algún que otro mas, al final no tengo ni idea de los que seremos. Es la clásica reunión que comienza en cena, continúa en juerga y no se sabe ni cuándo ni cómo terminará. Mañana adivino que estaré hecha unos zorros, pero tendré que recuperarme aprisa pues por la noche es la cena de Nochevieja que entre preparativos y demás acaba una como si la hubieran agitado en una coctelera.

Desde siempre la cena de Nochebuena la hemos celebrado en nuestra casita mis padres, mi hermana y yo. Los cuatro y la mar de bien. Mi madre preparaba una comida un poco especial, mas bien a base de “picoteo” o “antojos”, cada cual hacía lo que le venía en gana y todos tan contentos. Éste será el tercer año en que tengamos como “intruso” al novio de mi hermana que es como si nos visitara el Rey de las Indias. Amanece histérica perdida. Todo le parece poco, todo le parece mal, todo le parece inapropiado. A mi madre y a mi nos vuelve locas y respiramos aliviadas cuando desaparece a media mañana en busca de su “amor” , no sin antes hacernos un montón de recomendaciones a tener en cuenta de las que, ni que decir tiene, no hacemos ni caso. Se le da de “perlas” eso de organizar, decir lo que hay que hacer y luego desaparecer. Cuando regresa a la hora de comer pasa “revista” poniendo el “grito en el Cielo” a cada instante por las cosas mas nimias. Es como si viviera una tragedia en la que se adivina el fatal desenlace. A media tarde de nuevo desaparece y con ello llega la tranquilidad. A la hora de la cena reaparece cogidita del brazo de Jose-Luis, su novio, envuelta en un halo celestial con música de serafines y querubines. Para entonces la comida está cocinada y la mesa preparada, solo faltan los comensales.
Cuando mi madre y yo nos sentamos a cenar, es la primera vez que lo hacemos desde hace horas, pero mi hermana, inmersa en el Mas Allá, ni siquiera se le ocurre pensar en ello.
La cena en si suele ser una pelmada de impresión. Pese a los esfuerzos de mis padres a los pocos minutos el ambiente languidece como una flor marchita, a lo que José Luis contribuye, no poco, contándonos unos rollos que hacen bostezar de aburrimiento a las lagartijas. Mi hermana es feliz. Y los interminables minutos transcurridos parecen haberse trastocado en horas.
Ni que decir tiene que al siguiente día hay que recoger todo, lavar y preparar la comida. Ese día a mi hermana le “toca” comer en casa de los padres de su novio y como todo lo que tiene que ver con él forzosamente ha de convertirse en paranoia pura y dura, desde que se levanta está hecha ya un mar de nervios. No tiene tiempo para nada mas que para acicalarse y arreglarse. El cuarto de baño que compartimos se da por hecho que pasa a ser de su absoluto uso y disfrute que si en algún descuido se me ocurre la osadía de ocuparlo brevemente, es tener a una persona gimiendo al otro lado de la puerta. Cómo puede emplear tanto tiempo en estos quehaceres, es algo que me intriga profundamente.

De la semana que viene mejor ni pensar. Para cumplir con todas las invitaciones que me han llovido en estos días tendría que multiplicarme por tres o cuatro ¡Lástima que no se alquilen “clones”! Y me pregunto yo ¿Por qué “diántres” todo el mundo se empeña en querer salir de cena “precisamente” en estos días? ¡Mira que no hay mas días en el año! Pues no, tiene que ser precisamente “ahora” cuando a fuerza de tanto comer la mejor vianda te produce escalofríos y cuando a una le gustaría disponer de siquiera un ratito para quedarse en casita haciendo su santa voluntad. Lo peor del caso es que si no vas se consideran como si los menospreciaras.
A mayores tengo las dos citas aplazadas de esta semana.

Me espera, naturalmente, el asunto de la Nochevieja. Como todos los años alquilaremos el grupo de amigos una casita de un pueblo que por estar en el “quinto pino” es lo mas asequible que encontremos para unas economías a cada cual mas caótica. Como todos los años la casita en cuestión tendrá capacidad para seis personas y acabaremos acoplándonos las Trece Tribus de Israel como sardinas en lata. El pasado año fue de agradecer estas apreturas, pues cuando nos retiramos a dormir ya de madrugada, con los ojos que se nos cerraban de sueño y todo el cansancio del Mundo, tras una noche de juerga en el único restaurante del lugar, nos encontramos que a “nadie” se le había “ocurrido” encender la chimenea, único sistema de calefacción, y aquello no es que se asemejara a una nevera, sino al mismísimo Polo Norte con sus pingüinos, focas y osos.
Ni que decir tiene que con antelación habrá que hacer algunas compras. Cenaremos y nos divertiremos en un restaurante, pero no por eso se libra una de dedicar un buen rato de su tiempo a comprar vete tu a saber qué. Siempre hay que comprar algo. Por ejemplo lo del regalo del “amigo invisible” que se queda para última hora. Al principio hace gracia el asunto ese, al cabo de los años una se encuentra que siempre es igual. Si el “amigo invisible” es una chica te encontrarás con cualquier cosita “muy mona” que no sabes qué hacer con ella. Si se trata de un chico, recibirás con toda certeza unas braguitas rojas. A los chicos les encanta darnos la “sorpresa” de las braguitas rojas., creo que es lo único que saben comprar. Al abrir el paquetito ellos se tiran por el suelo de risa que les da, y una piensa que si con semejante tontería son felices pues fíjate qué bien.

Un día indeterminado, ya en el año nuevo, vamos a comer a casa de una hermana de mi madre, la “casa de la tía”, como no hay fecha fija siempre me pilla desprevenida y es como si me clavasen una puñalada a traición. No es que se trate de ir comer y ya está, es que el periplo supone “machacarte” todo un día. Por de pronto hay que desplazarse hasta el pueblo donde vive con su marido y sus tres hijos, con lo cual y entre que me levanto bastante tarde, la mañana se puede decir que de entrada se va al cuerno. Si la comida en si es pausada, la sobremesa que viene a continuación resulta interminable, prologándose a veces, incluso, hasta la hora de cenar. Es comprensible, pues al vernos de Pascuas a Ramos hay muchas cosas que contar. Lo que ocurre es que a la media hora yo ya he dicho todo lo que podía decir y oído todo lo que me pudiera interesar, pero no tengo otra alternativa que esperar hasta el final so pena de intentar regresar en “auto-stop”. Otro día, también indeterminado, serán ellos los que acuden a comer a nuestra casa, pero aquí la cosa es menos peligrosa pues estoy en mi “habitat” y ello me permite ausentarme con cualquier disculpa tras un tiempo razonable de charla.

Me he pasado por alto el asunto de la compra de regalos que también tiene su cosa. En casa “teníamos” la costumbre hacernos unos obsequios unos a otros a final de la comida del día de Navidad. Desde que mi hermana va ese día a comer a casa del “noviete” hemos tenido que trasladar la entrega a la cena de Nochevieja y, encima, hacer otro regalo mas al “visitante”.
También compro un pequeño obsequio para algún que otro amigo, aunque esto ya no es costumbre, sino que lo hago conforme me da.
En fin, habría mucho de que hablar y muchas anécdotas que contar sobre esto de los regalos navideños, pero no me voy a entretener mas. Tan solo hago una pregunta que dejo en el aire ¿Es posible que haya alguien que disfrute comprando algo con esos villancicos tan ñoños martilleándote los oídos?

Después del día de Reyes vuelve todo a la normalidad. Un alivio. A veces me he encontrado a algún que otro que con una sonrisa bobalicona me dice que qué “pena” debo sentir de vuelta a mis obligaciones con lo “bien” que debía de estar en vacaciones sin obligación alguna y “haciendo lo que me diera la gana”. Me entran ganas de arañarle.
- “¿¿¿Pena??? ¡Ninguna! ¡Estaba deseando que se terminasen!”
Me miran boquiabiertos y cuando me alejo deben pensar que, desde luego, qué “rara” que es esta chica.

sábado, 22 de diciembre de 2007

¿MIEDO AL DESNUDO?¿POR QUÉ?





SOL (Libertad)


Mi hermana y yo somos totalmente antagónicas. Como la noche y el día o como el agua y el aceite que por mucho que se intente no se logra conseguir una mezcla homogénea. Ella es puritana, puritanísima. Recatada, recatadísima. Pudorosa, pudorosísima. En mi caso, soy simplemente yo, actuando conforme se me ocurre en el momento y sin entender muy bien aquellas palabras.


Las veces que no hemos mas remedio que compartir habitación, a la hora de acostarse asisto a la a una especie de “ritual” que, no por no conocerlo deja siempre de sorprenderme. Lo primero que hace es escudriñar por la ventana hacia el exterior como si temiera que la estuvieran espiando. Una vez satisfecha con su inspección, baja la persiana, corre las cortinas y se asegura de que no quede la mas mínima rendijita. A continuación coge su camisón o pijama, su bata, útiles de aseo y pantuflas y desaparece en el cuarto de baño durante una hora. Qué hace en todo este tiempo, pues lo ignoro. Lo único que sé es que permanece cuidadosamente encerrada en el cuarto de baño durante una hora, si no es mas. Reaparece envuelta en una bata cerrada hasta la barbilla que oculta su vestimenta de dormir y con la cara brillante de crema. Cuelga cuidadosamente en el armario la ropa que se acaba de quitar en una operación que suele desesperar por la pulcritud y precisión. La ropa interior la deja dobladita sobre una silla y debajo de la silla su calzado. No hay variación posible. Dedica otra nueva inspección a la ventana para asegurarse que esté perfectamente oclua cualquier mirada indiscreta . Se quita la bata, la dobla y la coloca con toda delicadeza sobre la silla en la que ha dejado la ropa interior. Entra en la cama y se tapa hasta la nariz. Lo dicho, todo un “ritual”.

En mi caso todo sucede al revés. De un par de puntapiés arrojo el calzado a cada extremo del cuarto. Conforme me voy desnudando voy dejando las prendas en los muebles que tengo mas a mano. Acudo al cuarto de baño sin otra “vestimenta” que mi “neceser” regresando a los diez minutos. Me estiro. Me vuelvo a estirar. A veces hago un poco de yoga. Me tumbo encima de la cama sin taparme (siempre y cuando la temperatura lo permita, claro). Leo un rato y cuando apago la luz me doy cuenta por la claridad que entra que ni he bajado persianas, ni corrido cortinas ni nada de nada.

Cada vez que compartimos habitación a mi hermana le da un desmayo,
- ¡¡¡Te están viendo tal como estás desde la calle!!!
- ¡Ah!¿Si? Pues serán personas muy altas que estamos en un quinto piso.
- ¡Desde la casa de enfrente, idiota!
- ¿Y quién me está viendo?
- ¡Pues todo el mundo!
- Eso es imposible, no caben tantas personas en esa casa.
Con un bufido baja persianas y cierra cortinas. Acto seguido viene la segunda parte, el sermón.
- ¡Podías ponerte “algo” para dormir! Es ... “impúdico” que lo hagas desnuda.
Ni caso. Desde siempre me ha encantado dormir desnuda sintiendo la caricia de la sábana sobre mi cuerpo. Tan solo hago excepciones los días fríos, friísimos de Invierno y cuando, por razones obvias, no tengo otro remedio. De pequeñita mi madre me colocaba el pijama o camisón de turno cuando me llevaba a la cama para encontrárselo en el suelo al día siguiente. Insistió durante algún tiempo, luego me dejó por imposible. Mi hermana aún persiste en la monserga.
- ¿Y por qué es “impúdico”, según tu?
- ¡¡¡Porque si!!!
- O sea que no tienes ni idea
- ¡Pues si que la tengo! Una mujer “debe”.....
¡Ay Señor! Ya empezamos con los “débitos” de la mujer. ¿Alguien se ha parado a pensar en la cantidad de cosas absurdas que la mujer tiene sobre si como una obligación? Se podría llenar un libro, o mejor aún, toda una biblioteca.

Recuerdo la escena de una película de época que vi antaño, en la que una señora muy mayor confesaba orgullosa a sus hijas y nietas no haberse mostrado desnuda nunca ante los ojos de ningún hombre, inclusive su propio marido.
- “¡Ostras!”, me dije.
En aquellos camisones que cubrían pudorosamente de cuello a tobillos y llegaban sus acampanadas mangas hasta casi la punta de los dedos, existía una abertura abotonada “estratégicamente” situada a una cuarta mas debajo de la altura del ombligo que permitía cumplir a la virtuosa con sus deberes conyugales sin poner en riesgo su recato. Todo un ejemplo a seguir. El “honor” familiar residía única y exclusivamente en la mujer, o mejor aún en el cuerpo de la mujer que lo que es la “sesera” tanto daba, pues se daba por hecho que tan solo contenía serrín. Oculto tras la cárcel de aquel grueso camisón a guisa de coraza que debían sustituir en la noche a las capas de ropajes que la cubrían durante el día, su cuerpo era como si no existiera. Un tema “tabú” incluso pasa si misma. Como una “concesión” se la permitía lucir su cabeza y manos, y aún así con reparos que para eso se habían inventado los guantes, sombreros y velos. Algo así como la “moda talibán” pero en la cultura occidental.
Lo bueno del caso es que la anciana sufridora del absurdo, ponía orgullosa, ante sus descendientes, su “proeza” como ejemplo a seguir, cuando lo suyo hubiera sido que las aconsejara,
- “Hijitas, no seáis tan re-bobas como he sido yo”
Pero, ya ves tu, no. Ella tan ufana y lo peor es que las otras la escuchaban con una cierta admiración.

Naturalmente lo anterior denota la mentalidad de una época afortunadamente ya superada para la mujer que en la actualidad actúa con total libertad. ¿Con “total” libertad? Bueno, dejémoslo en con algo mas libertad que el “tabú” hacia el propio desnudo continúa latente en nosotras mismas. Se me podría decir que en los hombres también ocurre tres cuartos de lo mismo. Si, pero no. En los hombres puede existir, salvando las distancias, naturalmente, un cierto pudor, pero en el caso de las mujeres no es éste el motivo fundamental de rechazo hacia la desnudez, sino el “qué dirán” o, si se quiere, el sometimiento a unas “normas establecidas” que, de por si, no tienen ni pies ni cabeza. Lo trágico del caso es que son las propias mujeres, o, al menos, un buen grupo de ellas, las que actúan, de la manera mas cerril, como celosas guardianas, tratando de imponerlas e influenciar a las siguientes generaciones para su supervivencia, sin pensar ni un momento el flaco favor que hacen a la libertad de la mujer.